jueves, 14 de junio de 2018

COMO IBA DICIENDO...

Ya, más de tres meses sin una triste metedura de pata que llevaros a la boca. No es que no haya macguseado: es que no he tenido tiempo ni ganas de contar nada. Ha sido una temporada más frenética de lo habitual. Casi nada.

Mi aniversario aquí me pilla de post-mudanza. Claire me soltó la bomba de que su novio se quería venir a vivir con ella y tres son multitud. Como diría Tonino Carotone, “Me cago en el amor”. Así que he estado con el hocico metido en el ordenador buscando piso como una desesperada. Si tienes más de 30 años y no puedes permitirte un piso exclusivamente para ti, la cosa está dificililla tirando a muy jod... La mayoría de anuncios son para estudiantes, se supone que a mi edad si has hecho las cosas medio bien deberías vivir o con la familia que has formado o tener la capacidad económica de vivir solo. Si las has hecho como yo… Pues eso.

Veo agujeros estándar y agujeros inmundos cerca del centro y sitios decentes a tomar viento. Difícil elección. Y con el estrés de que tienes que decidirte inmediatamente. Un piso que ves por la tarde está vendido a la mañana siguiente. Por lo que a últimas me meto en un piso decente que no está a tomar viento, pero compartiendo con otras cuatro personas. La cura para la misantropía. Y para una motilidad intestinal veleidosa.

Al poco de vivir aquí, estoy en la cocina con una compañera (a saber su nombre) y cuando sale la luz se apaga. Vale que no tengamos que ser hermanas, pero lo de apagar la luz al salir estando yo dentro me parece poco amigable. Luego pienso que quizá ni se ha dado cuenta, que ha sido un gesto automático. Cuando le doy al interruptor y la luz no vuelve, le doy al del pasillo y nada, al del baño y nada, pienso que quitar la corriente se acerca a la psicopatía. Hasta que oigo una exclamación muy británica que empieza por efe y ella y otro compañero aparecen. Me explican que hemos gastado la tarjeta. Resulta que en este piso la luz se recarga como una tarjeta de móvil. Y nos hemos fundido la tarjeta, nunca mejor dicho. Hay que ir a una tienda a recargarla. No dando crédito, me ofrezco a hacerlo para aprender cómo funciona esto. Son casi las diez de la noche. Menos mal, porque después la tienda estaría cerrada y tendríamos que iluminarnos con los móviles hasta el día siguiente. A ver quién enciende una vela aquí, con tanta moqueta. Hablando de eso, también he podido comprobar que la alarma de incendios funciona perfectamente. Una compañera quemó su comida sólo para hacerme una demostración práctica. También puede ser que la cocina no sea lo suyo.

Otro aspecto que me ha tenido ocupada ha sido el trabajo. Mis jefes quieren que me vaya entrenando en las actividades para familias que hacen un día por semana: cantar canciones infantiles para padres e hijos. Estos vienen y se sientan alrededor de la cantautora, quien canta y representa rimas infantiles. Al menos me servirá para aprender inglés. Ya me he metido (literalmente) en la piel de la mascota, mando fotos dedicadas a quien las pida. España se me quedaba pequeña artísticamente, pero no se me ha subido a la cabeza. Aún. Cuando en la biblioteca me pidan bises de “Twinkle twinkle little star” ya hablaremos.



domingo, 4 de marzo de 2018

THE TIME OF MY LIFE

Ayer Jana me convenció para ir a otro Ceilidh. A su amiga le ha encantado la experiencia y quieren repetir, ya que Elise se marcha hoy. David, el alma caritativa que evitó que perdiese las botas el otro día, va a ir con ellas. Este fin de semana el novio de Claire va a estar en casa, así que es una oportunidad para quitarme de en medio un poco. Escribo a los demás “regulars” que conozco, por si quieren unirse, y sólo Donald puede. Me siento crecidita: ya soy yo la que invita a los profesionales. Pero ya se me bajarán los humos. Sólo hay que darme tiempo.

Una vez en el pub nos unimos a Donald y a David. Me quito las doscientas capas que llevo encima y nos acomodamos. Cuando la banda empieza a tocar los cuatro se emparejan y yo me quedo algo desubicada al darme cuenta de que somos impares y la gente que hay allí no está mucho por el baile o va ya en pareja. Me conciencio de que esta noche no podré darlo todo y me siento. Pero salido de la nada aparece un chico con su kilt y todo el equipo ofreciéndome la mano. Me agarro a ella como si fuera el último salvavidas del Titanic y nos vamos a la pista. Es un bailarín experimentado, aunque hablando con él me entero de que es polaco. Nada en contra de los polacos, pero es lo último que te esperas cuando ves a un hombre con kilt bailando danzas celtas como si las llevase practicando desde antes de empezar a gatear. Creía que ya me habían volteado de todas las formas posibles, pero no: éste me coge con los dos brazos y me alza en vertical extendiéndolos completamente. No diré qué parte de mi cuerpo queda a la altura de su cara. Temo que lo próximo sea el salto final de “Dirty Dancing”, al paso que va esto. Pero disfruto hasta que Stephan -el polaco- me dice que la posición de mi brazo, doblado detrás de la espalda, es un gesto que los hombres usan para demostrar su masculinidad. Ya lo dije, dadme tiempo. Yo pego el brazo a la espalda para evitar arrearle con él a otro bailarín debido a la falta de espacio y a la fuerza centrípeta -o centrífuga, a saber-, pero parece que en mi subconsciente lo que quiero es hacer alarde de mi masculinidad. Tendré que consultarlo con los otros “regulars”, porque hasta ahora no parecen muy intimidados por mi testosterona y me llevan a la pista. Quizá sea un cuento de Stephan. Pero por si acaso separo el brazo del cuerpo.

Jana dice que dos chicos la han rechazado cuando les pidió bailar. Donald exclama, indignado, que es muy poco caballeroso rechazar a una chica. Matizando luego que si es la primera vez y aún se ignora cómo baila: al parecer sí es aceptable si ya se ha bailado con ella y comprobado que lo hace muy mal. Pero antes de saberlo es totalmente inexcusable. Códigos de honor celtas, supongo.

jueves, 1 de marzo de 2018

ESTÁN LOCOS, ESTOS BRITÁNICOS

El vendaval se intensifica, los autobuses no prestan servicio, se recomienda no salir a la calle. Me decido a disfrutar de un día en casa sin remordimientos: no por pereza, sino por ser una ciudadana juiciosa que sigue los consejos de las autoridades locales. Claire se me acerca con una sonrisa de oreja a oreja, con unos cacharros en la mano a medio camino entre esquíes y aletas de natación y me suelta: “Como sé que te encanta probar cosas nuevas, vamos a ir a Calton Hill y mientras tú experimentas con esto yo esquío”. Le comento de pasada lo de la alerta roja debida a la nieve y al viento,  que la sensación térmica es de doce grados bajo cero y que recomiendan permanecer en los hogares. Me responde que eso es sólo para los coches. Por aquí no, Claire: vale lo de contar murciélagos en un bosque solitario de noche, pero convencerme de que suba a Calton Hill con este tiempo… Hay que estar como una cabra.

Y hay bastantes, allí. Ella va con los esquíes por la acera, despertando comentarios divertidos entre los paseantes. El viento clava la nieve en mi cara, no veo nada porque no puedo mantener los ojos abiertos y me pregunto qué narices se me ha perdido a mí en la calle hoy. Mientras ascendemos, nos cruzamos con niños y adolescentes con trineos y con dueños responsables paseando a sus perros. En lo alto hay un montón de gente: haciendo fotos, lanzando bolas de nieve, deslizándose colina abajo sobre lo que encuentran... A estos no los para nadie, ¿no iban a invadir el mundo? Está claro que son incapaces de quedarse en su casa. 


miércoles, 28 de febrero de 2018

TEMPORAL

Me levanto reventada, sin entender cómo me pueden doler tantas partes del cuerpo a la vez. ¿Cómo es posible tener agujetas en las axilas? ¿Cómo lo hacen los de aquí? Si yo no puedo con mi alma, que soy a la que han aupado, ¿cómo deben de sentirse los que se han pasado media noche haciendo levantamiento de “lassies”? Nunca estaré a la altura, esta gente se curte subiendo cuestas de noventa grados en bicicleta entre un vendaval de nieve en manga corta desde que tienen dos añitos. Y yo me ahogo subiendo un bordillo.

Hay alerta por el temporal llamado “The beast of the East”, que para más emoción, ha quedado con la tormenta Emma en UK (no había otro sitio para citarse) y recomiendan no salir de casa. Me pregunto cómo me voy a apañar para ir al trabajo esta tarde. Con este cuerpecito que no sirve ni para abono y teniendo que luchar contra un vendaval de nieve. Pero me llega ayuda de alguien inesperado: el Ayuntamiento, que ha decidido cerrar las bibliotecas hoy y mañana debido al mal tiempo. Mi encargado me llama para avisarme. Pese a que estoy machacada, me quedan fuerzas para saltar de alegría por toda la casa. Y al pasar frente a la ventana del comedor, veo a un autóctono haciendo footing en pantalón corto sobre la nieve. Otra vez.

martes, 27 de febrero de 2018

INTEGRACIÓN

Voy de nuevo a bailar. Doy brincos durante tres horas, me levantan en volandas, me dan vueltas, me empujan, me pisan, piso, choco, me quedo sin aliento… Lo que es tradicionalmente un Ceilidh. Al acabar, Donald, uno de los “regulars” (bailarines experimentados que no se pierden ni un sarao) me sugiere que vayamos al pub con ellos. Me encantaría, pero perdería el último autobús. Me pregunta a dónde voy y cuando se lo digo se ríe, asombrado. Vive a un minuto de allí, me puede llevar en coche luego. Ahora quién dice que no.

Ah sí: yo. Porque me doy cuenta de que apenas me quedan unos peniques. He gastado lo que tenía en comprar el ticket para el siguiente Ceilidh, pensando que no necesitaría más dinero esta noche. Me dice que por eso no me preocupe, que él me invita. Me trago el apuro y acepto. Cuando estamos saliendo, David, otro de los “regulars” que es la viva estampa de Papá Noel, pregunta: “Esas botas, ¿de quién son?”. Ostras, me las dejaba allí. He venido con las botas de nieve y aquí las he cambiado por mis deportivas. David me mueve la cabeza para asegurarse de que la tengo sujeta al cuerpo. Sí, sujeta está. Operativa, no tanto. 

Así que nos vamos Jana, su amiga y yo con el clan del kilt al pub. Ceilidh, kilts, pub, nieve. Si esto no es integrarse…

lunes, 29 de enero de 2018

APRETANDO

Me acabo de dar cuenta de otra metedurilla de pata sin apenas importancia. Que cometo todos los días en el trabajo.

Para entrar y salir de la biblioteca hay que apretar un botón que hay a un costado, que hace que las puertas se abran automáticamente. Muchos usuarios no ven el botón y forcejean con la puerta, que a lo bruto también se puede abrir manualmente. Yo, solícita como soy, cuando los veo pugnando por salir les digo desde mi puesto: "Press the button!", pero no parece surtir efecto. Probablemente no lo digo suficientemente alto. Ojalá sea eso. Porque una súbita iluminación acaba de caer sobre mí y he corrido a confirmar si lo estoy pronunciando bien. Ingenua. 

En mi mente, yo veo la palabra escrita correctamente (button), pero la pronuncio como "bottom". Que significa "culo". Así que llevo un mes aconsejando a los usuarios que para salir, aprieten el culo. Ahora que lo pienso, quizá SÍ seguían mis indicaciones. Cómo saberlo...

Y estas son sólo las pifias de las que me doy cuenta.

jueves, 11 de enero de 2018

MACPEPE

Estaba esperando a ir a España para cortarme el pelo, pero si lo hago en Ryanair me cobrarán un recargo por exceso de peso, así que busco una academia aquí. Las peluquerías son prohibitivas, y no quiero dejarme 50 libras sólo en cortarme las puntas. No olvidemos de dónde vengo. Así que me arriesgo a ponerme en las manos de una aprendiza. Total, si me hacen un estropicio, el pelo crece rápido. Lo peor que me puede pasar es que me dejen calva, y ya he pasado por eso, -en una peluquería normal, por cierto-, así que quién dijo miedo. 

No me dejan como Sinéad O'Connor. Me dejan como Pepe el Marismeño. Estoy por dejarme bigote, porque parezco un tío desaliñado. Así por lo menos estaría más varonil. 

lunes, 1 de enero de 2018

NOCHEVIEJA

Invito a Chris, a su madre y a Filippo a cenar en casa y me empleo a fondo. Filippo es cocinero y tiene la encomiable capacidad de decir lo que piensa sin anestesia, así que me siento un poco presionada.

Por suerte tengo bastante tiempo, porque él trabaja hasta tarde. Al final, por una serie de equivocaciones (de las que por una vez no formo parte), empezamos a cenar a las once y media de la noche, y la madre de Chris aún no ha aparecido. He preparado un plato con doce uvas para cada uno. Me informé y me dijeron que en la BBC retransmiten las campanadas, así que podré acabar el año con esta tradición milenaria. Está bien: centenaria, por los pelos y por motivos económicos, todo muy terrenal. Pero me divierte, qué pasa. En fin, que aviso a Chris y a Filippo de que yo a las doce haré lo de las campanadas y luego seguiré comiendo, y les ofrezco un plato a cada uno por si quieren seguirme. A menos diez me pongo a buscar en la tele, pero en la BBC hay un grupo cantando “Auld lang syne”: ni rastro de una mujer con un vestido poco invernal ni un hombre con una capa frente al Big Ben. Busco en diferentes canales, pero nada. Vuelvo al principal. Ahora hay una chica cantando una canción celta. Muy bonita, pero ¿dónde está el Big Ben? Corro a por la radio de Claire, a ver si tengo más suerte. No sé cómo tiene las pre-sintonías puestas, que sólo localizo un canal de música clásica y otro de música no clásica. Llaman al timbre de abajo. Es la madre de Chris. A las 23:59 h en Nochevieja. Abro la puerta como un huracán e imploro a la tele, mientras veo un pequeño número 8 sobre la pantalla. Luego un 7, un 6… No me fastidies, ¿es ya la cuenta atrás de las campanadas? ¿Sin reloj ni nada? Doy un grito, mis amigos me miran sin comprender, y me abalanzo sobre el plato de uvas, embutiéndome un puñado sin contarlas, mientras Filippo me imita y Chris se descojona. Me meto la otra mitad, llega la madre de Chris y la saludo con un gesto, las mejillas como un hamster en un buffet libre, mientras me tapo la nariz para impedir que las uvas se salgan por allí. La perfecta anfitriona. Cuando consigo deglutir, cojo mi vaso de zumo y brindo chocándolo con los vasos de zumo de Chris y Filippo y el de agua de Anna. Si esto no es entrar con glamour en el 2018, yo ya no sé qué es.

viernes, 29 de diciembre de 2017

¡NIEVE!

¡Hoy nieva por primera vez! Me entusiasmo, grabo un vídeo, lo mando a todo el mundo… Pero cuando salgo a la calle no es tan divertido. El suelo resbala que no veas. Y mis Bestard son buenísimas para proteger del agua, pero su suela es muy, muy resbaladiza. Que también es un contrasentido. Así que voy por la carretera, donde los coches han fundido la nieve. Me pregunto si mañana debería usar los botines, que aunque no aislen agarran mejor.  Dudo entre pies mojados y huesos enteros, o partirme la crisma con los pies secos. Está la tercera opción, que es que me atropellen por ir por la carretera. También me dijeron que hay quien se pone calcetines encima del calzado, pero a ver dónde encuentro los de la Masa, para que me quepan en estas botas. Y para más recochineo me cruzo con uno (que español no era), haciendo footing bajo la nieve, en manga corta y shorts. 




miércoles, 20 de diciembre de 2017

DETALLES

Finalmente, el lunes empecé a trabajar en la biblioteca. El sistema es totalmente diferente, y además de las tareas propias de este tipo de centros, desempeñan otras como renovar carnets de autobús, facilitar pilas para audífonos y yo qué se cuántas cosas más que me suenan a chino. Así que empiezan a formarme, poco a poco. Una cosa que me desorientó totalmente fue ver que tienen "MP's Surgery". ¿Una consulta médica en una biblioteca? Las diferencias culturales me están sobrepasando. Luego me entero de que "MP" significa "Miembro del Parlamento", y "MP's Surgery" es como un cara a cara con uno de ellos. O sea, que un votante puede pedir un encuentro con un representante político para exponerle algún problema que le preocupe. Y en la biblioteca se ofrece el espacio para ese encuentro. Algo así.

El segundo día recibo tres tarjetas de felicitación navideñas de mis compañeros. A detallistas, a esta gente no la gana nadie. Recuerdo que el otro día vi a una señora comprando sesenta postales.

Y Claire, que se va a casa de sus padres durante unos días, me deja un regalito “debajo del árbol” (eufemismo para llamar a una planta que hay en el comedor). Lo acompaña con una postal con el dibujo de Nessie diciendo “Lo importante es que yo creo en mí mismo”: hace tiempo le comenté que había visto ese mensaje en una camiseta y me había hecho mucha gracia. Pues la muchacha se acuerda y me busca una tarjeta así. El papel de regalo no tiene desperdicio: son coles de Bruselas vestidas de reno y de papá Noel. Me da un abrazo muy fuerte para despedirse. Vuelvo a pensar que encontrar este piso y esta compañera fue algo providencial.

Regalo de Claire bajo "el árbol de Navidad"

Detalle del papel de regalo


miércoles, 13 de diciembre de 2017

DE AQUÍ SÓLO PUEDO IR PARA ARRIBA

Los miércoles, los de The Welcoming organizan visitas guiadas por la ciudad. Hoy vamos al museo con David, una criatura angelical que sólo pierde la compostura cuando oye la palabra “Brexit”.  Tras las visitas siempre vamos a tomar algo. Y es donde tengo mi momento de gloria.

En realidad no hablo mucho porque Peter está monopolizando casi toda la conversación, pero hubiera sido mejor que no hubiese podido intervenir, porque cuando lo hago, suelto LA CAGADA más gorda desde que he llegado aquí. Lo bueno es que de ahí ya no puedo ir a peor.

Peter cuenta que en su país asisten a una misa en Nochebuena, y David dice que aquí también lo hacen. Mientras Peter se calla un segundo para respirar, digo que en España la llamamos “The cock mass” (La misa del gallo. O eso creía yo). David se atraganta y se me queda mirando con los ojos como platos. “¿Cómo?”, me pregunta. Como sé que no oye muy bien, se lo repito más alto. La perplejidad en su rostro es palpable. Intento pronunciar mejor, como aquí son tan mijitas con las vocales, y lo repito más alto aún. Al ver que no reacciona, le digo en inglés, desesperada: “¡El gallo, el macho de la gallina!”. Su rostro se relaja y suelta una carcajada. –Inglesa-. Veo que quiere decirme algo, pero cada vez que lo intenta le entra otro ataque de risa, hasta que consigue advertirme que tenga cuidado con esa palabra. Por lo visto, aquí dicen “cockerel”. Si lo abrevias significa otra cosa.

Resumiendo, para mí “cock” es el macho de la gallina (o sea, el gallo). Pero para ellos, es la hembra del pollo (o sea, la…). Así que yo estaba diciendo que en España se celebra la Nochebuena asistiendo a “la misa de la p*%$”. Ahora entiendo la expresión de David, preguntándose qué clase de bárbaros somos. Y yo, asombrada, insisto en que siempre he dicho “cock”. Más risas. Esta se me queda grabada para siempre.

sábado, 2 de diciembre de 2017

CALIDEZ

Como soy una persona de costumbres, sigo liándola en el súper. Me maravilla la política que tienen: hay que hablar con el cliente, preguntarle cómo está, darle charla… Para eso estoy yo, no tengo bastante intentando no meter la pata con el cambio en inglés y pidiendo la identificación, que darles conversación en escocés. Porque de verdad que me gustaría, pero en cuanto me contestan se produce el desastre: no me entero de nada y ya no sé si pedir que repitan o hacer que lo he entendido. Alterno una estrategia y otra, y el resultado es siempre el mismo: lamentable. Al menos no dejo de sonreír, que es un lenguaje universal. Porque el escocés me va a llevar tiempo aprenderlo. 

En el fondo me parece bonito esto de dedicar tiempo al cliente. Pero tengo que cambiar el chip español. A veces oigo a otros cajeros hacerles preguntas que tendrían una respuesta muy definida en España: “¿A ti que c?&% te importa?” Pero aquí les gusta, y los mismos clientes también te preguntan cómo estás, si llevas un turno muy largo, a qué hora sales… Es humano. Uno hasta me sorprende queriendo darme una libra de propina “Por ser tan maja”. ?!

El otro día compré una postal en una tienda y también me quedé parada cuando el dependiente me preguntó cómo me iba el día y qué iba a hacer el resto de la tarde. Porque no sé si quieren un “bien, gracias” y “nada” o algo más detallado. Lo que me sorprende es que creo que es lo segundo.

El ambiente en el súper es muy bueno. Como ya estamos en diciembre los encargados vienen vestidos para la ocasión. Uno de los que me entrevistó ha aparecido con un jersey de Papá Noel. Pero el otro lo ha superado: viene disfrazado de reno. Con los cuernecitos y todo. Qué puedo añadir a esto.

jueves, 30 de noviembre de 2017

NO, NO PODÍA SER TAN FÁCIL

Al final soy afortunada, porque me han dado la cita para el único día que no trabajo. A ver cómo explico en el súper que tengo que ausentarme para obtener la documentación que necesito para dejarlos a ellos. La chica que me atiende es muy agradable y me registro sin incidentes. Una cosa menos. 

Y luego me entero de que en la biblioteca están pidiendo referencias sobre mí: uno de mis antiguos jefes me escribe preguntándome cuál era mi sueldo, porque le han mandado un cuestionario en el que les falta preguntarle cuántas veces me resfrío al año. Además, ¿yo no estaba seleccionada ya? ¿Qué me he perdido? Y los resultados del PVG sin llegar aún. Sudor frío de nuevo.

lunes, 27 de noviembre de 2017

NO PODÍA SER TAN FÁCIL

Como lo de la biblioteca no podía ser tan fácil, recibo un mensaje pidiéndome que rellene un cuestionario médico. Me pongo a ello, hasta que llego al apartado donde tengo que poner los datos de mi médico. Aún no me he registrado en ninguna consulta. Me sumerjo entusiasmada en el apasionante mundo de los General Practitioners (médicos de familia). Empiezo a llamar a diferentes consultas para registrarme: en una tengo que llamar los martes de 10 a 12, en otra tengo que ir antes de que abran, o sea hacia las siete y pico de la mañana y hacer cola para conseguir número para que me den el formulario; en otra me dicen directamente que no tienen huecos… Además, aquí encuentro a un colectivo que no parece muy escocés. En general, las personas que atienden son bastante secas. Como decía Smug Roberts, “huelen” que eres pobre y te tratan con un palito. 

Aviso a la biblioteca de lo que pasa, y me responden que no puedo empezar a trabajar sin tener un médico. Será que tienen previsto empujarme por las escaleras, qué se yo. Sudor frío por la espalda. Así que, después del fracaso con las llamadas, me presento en un centro y me dan cita para la semana próxima. Demasiado tarde, si empiezo a trabajar el 4, como me dijeron. Decido ir el día siguiente a una consulta que me pilla más lejos, pero que se supone que si vas temprano consigues hacerlo. Así que madrugo y a las siete y veinte de la mañana estoy en la calle, a 0 grados, en una cola formada ya por doce personas. Pero como me dijeron que daban 20 números respiro tranquila. Haciendo nubes de vaho, pero tranquila. Cuando al final me toca, me preguntan la dirección y cuando les digo mi calle (3 veces, porque no me entienden), me dicen que no me corresponde ese centro. Abrazo a las recepcionistas, les doy mi teléfono para que sigamos en contacto y en el camino de vuelta pierdo un guante.

En casa me envuelvo en una manta isotérmica, me hago un té y lo bebo directamente del hervidor y sigo probando con el teléfono a las horas precisas en que puedes llamar para pedir cita. Que son exactamente en el intervalo del primer y segundo canto del estornino pinto. Consigo una cita para este jueves con una recepcionista agradable, pero aún no estoy segura de que sea para registrarme o para hacer un paso previo. Preparo toda la documentación y ejecuto una danza chamánica destinada a agradar a los espíritus del NHS (Servicio Nacional de Salud). Y a entrar en calor, también.

lunes, 20 de noviembre de 2017

OLIVERIA III

Le cuento a mi hermano mis momentos de gloria en el súper. También le comento que en el curso de inducción nos dijeron que no querían robots amables, si no que fuéramos nosotros mismos. Enseguida me arrepiento de habérselo contado, consciente de que le he dado material para el escarnio. En efecto, rápido como el rayo, dice exactamente lo que yo estaba pensando: “Hombre, si le dicen a Mr Bean que sea él mismo, luego que no se quejen”. Maldita telepatía fraterna.

Vuelvo del trabajo deseando acostarme porque tengo un resfriado homologado, cogido vete tú a saber cómo. Ni que hiciera frío en Edimburgo en noviembre. Y recuerdo que justo hoy el novio de Claire vuelve de viaje y se va a quedar en casa. Ella me preguntó ayer, muy diplomática, qué iba a hacer esta noche. O sea, que ahueque el ala. ¿A dónde voy si cierran las tiendas a las seis? Recuerdo que Thomas me mandó un mensaje para que quedáramos y no pude ese día. Así que le escribo, pero por supuesto, hoy es él quien no puede. Como estoy hecha polvo decido acostarme hasta las siete y media, que es cuando llegará Neil. Sintiéndome muy desgraciada, al llegar la hora consigo desincrustarme del edredón, me pongo toda la ropa que tengo encima y salgo al encuentro del benigno clima escocés. He cogido el portátil pequeño que me trajo mi prima cuando vino a verme, para poder escribir. Hago un alto en el súper para avituallarme de pañuelos y me voy a la parada del bus. El siguiente no pasa hasta dentro de 25 minutos. Dudo entre hacer el camino andando (cuesta arriba, con mi mochila) o esperar con el riesgo de ascender el resfriado a grado de neumonía. Así que emprendo camino arriba, asfixiándome porque tengo la nariz completamente taponada. Sofisticada como soy, me voy al KFC para cenar porque he visto que cierran tarde y me podré quedar ahí sin dar más tumbos. Me voy a la parte de abajo esperando encontrar privacidad y tranquilidad para escribir después de cenar. Olvidaba la selección musical de este tipo de establecimientos. Por no hablar del volumen. Cualquiera se concentra aquí. Pero no pasa nada, porque antes de acabar mi comida viene un empleado y nos dice que cierran en 10 minutos. Sí hombre, si en la web decía que cierran a las dos de la madrugada… Y es cierto, pero a partir de las nueve sólo tienen abierta la parte de arriba. Donde todos los asientos están ocupados y la música aún más alta. Engullo lo que me queda y voy para el tranvía, dispuesta a volver cerca de casa. El tranvía se marcha delante de mis narices, así que tengo que regresar caminando. Al menos ahora es cuesta abajo. Y no llueve. Mi día de suerte.

Me meto en el pub de debajo de mi casa, al que nunca había ido. Está muy tranquilo y abro el ordenador, dispuesta a escribir todo lo que tengo atrasado. Pero mi portátil no está por la labor. Me pide que actualice la clave de producto de Windows. ¿?? Me acuerdo de Bill Gates y de toda su prole. No sé para qué me molesto en comprar licencias si luego me dan estos problemas. Saco la libreta y el lápiz: menos mal que los llevaba y no necesito códigos de veinte dígitos para usarlos. 

sábado, 18 de noviembre de 2017

SÚPER... DESASTRE

Los de la biblioteca me hicieron ir para rellenar más documentación y ahora estamos a la espera de recibir mi PVG. Es una especie de informe que certifica que no tengo registros criminales, indispensable para estar en un servicio público. Creen que llegará hacia el 4 de diciembre, y entonces podré incorporarme.

Inmediatamente lo comuniqué en el súper, para no dejarlos tirados a última hora. Me ofrecieron trabajar allí hasta ese momento, así que empecé el trece. La verdad es que son muy majos.

Me dedico a meter la pata concienzudamente para que no me echen de menos. Son muy agradables, pero no te forman. El curso de ocho horas era bastante teórico, pero no tengo ni idea del funcionamiento de la caja ni de todos los casos especiales que surgen. Te los resuelven en el momento, delante del cliente que está esperando. Así que voy con bastante tensión. Hoy, al sentarme donde me asignan, me sale una nota en la pantalla avisando de que no puedo vender lotería en esa caja. No importa, en todos los días que llevo jamás me han pedido lotería. Hasta hoy, claro. El segundo cliente que aparece pretende hacerlo, y me tengo que disculpar balbuceante. Con el siguiente cliente, el escaner se vuelve loco y añade barras de pan sin mesura en su compra. Para introducir las barras tenemos una hoja con todos los códigos, y normalmente hay que usar el lector manual porque el otro no las pilla. A no ser que no quieras que las lea, porque me doy cuenta de que la hoja tiene más códigos de barras por el otro lado y el puñetero del escaner automático las está leyendo alegremente sin consultarme. Me vuelvo loca hasta que me doy cuenta de lo que está pasando. Los siguientes clientes me piden pagar la mitad en efectivo y la mitad con tarjeta de crédito. Respondo que tengo que preguntar a un supervisor para que me diga cómo se hace. Ellos me lo indican, pero me aturullan porque me dan un montón de monedas y luego añaden otro montón mientras me van explicando, y yo no puedo evitar preguntarme si me quieren liar adrede. Hacemos la transacción y al cabo de no mucho vienen dos supervisoras y se ponen a hablarme a la vez. No lo olvidemos, en escocés. Una me pide que le dé 14 libras de la caja (yo entiendo 40), mientras la otra me da un ticket arrugado y me pregunta si recuerdo esa venta. La miro extrañada, no pretenderá de verdad que recuerde las ventas por los tickets: si me lo diera a oler para seguirle el rastro no me asombraría más. No sé cómo abrir la caja sin hacer una venta para darle las 14 libras a la primera (con lo nerviosa que me están poniendo hablándome a la vez y dejando claro que ha habido un problema me he olvidado de la cifra y le pregunto si son 17. Las dos exclaman al unísono: ¡14!). La segunda me explica como abrir la caja mientras me pregunta si recuerdo cuánto dinero me dieron. Efectivamente, son los que dividieron el pago en monedas y VISA. Y por supuesto, ni me acuerdo de cuánto me dieron ni consigo hacer memoria mientras siguen hablándome a la vez e intentando explicarme lo que ha pasado. Al final entiendo que han vuelto para reclamar 14 libras que me dieron porque por lo visto yo anoté 17 (las que me dieron al principio) en vez de 31 (porque luego añadieron otras 14). Quieren saber si recuerdo exactamente cuánto me dieron porque si están mintiendo se van a llevar 14 libras por la patilla. Les digo que probablemente el error sea mío, pero que si pretenden que me acuerde es que no me conocen. Se me olvida el año en que estoy, voy a recordar eso. (Y sí, sólo lo digo mentalmente).

Al cabo de un rato, la segunda encargada pasa a mi lado y me dice “15”. Como son las 5, entiendo que me está diciendo que cierre y coja mi descanso de 15 minutos. Pero para asegurarme, le pregunto con un gesto si me voy. Asiente mientras pasa de largo. Así que cierro y me voy. Cuando vuelvo, se me acerca y me coge del brazo, riendo. “No te dije que te tomaras un descanso”. Tierra trágame (una vez más). "¿Cómo que no? Me dijiste 15, que volviera a y 15, a y cuarto, ¿no?” Se ríe. “No, te dije 15, de la caja 15. Que cerrases la tuya y te cambiases a la 15”. Porque esa es otra, estás en una caja y de repente te piden que te vayas a otra. Todas están en la misma fila y atienden igual, así que no le veo el sentido. Le pido disculpas, abochornada, pero no se lo toma mal e incluso se quiere asegurar de que he hecho el descanso completo, y que si no, que vuelva cuando lo haga. En vez de darme una torta. Hoy voy de culo y cuesta abajo: el escaner no me lee los cupones de descuento (pero el pan que no quiero cobrar bien que me lo coge), y tiemblo cada vez que tengo que vender alcohol a alguien que parece menor de 25 años. Porque como está prohibido vender a menores de 18, han creado una política de pedir identificación si parecen menores de 25, para dar un margen de seguridad. Pero es que aquí las chicas se maquillan como Kim Kardashian, y los chicos tienen unas barbas, un tamaño y unos vozarrones que me despistan totalmente, así que a veces me paso y pido el carnet a gente de más de 30. Y aquí no acaba todo: tienes que pedirlo también para vender bombones de licor, ¡pegamento!, ¡cerillas!... Cada vez que veo a alguien jovencito ruego porque vaya a otra caja o haya comprado sólo pan y galletas. Y que las galletas no lleven canela o algún otro ingrediente salvaje.

Encima hoy estoy hasta las diez, lo que significa que me voy a comer la hora punta de los que vienen a por alcohol en el último momento. A esa hora sólo quedamos dos o tres en la caja, así que me va a tocar alguno seguro.

Respiro aliviada con unos clientes españoles, con los que puedo hablar sin parecer imbécil. El siguiente cliente es español también, así que al tercero le digo directamente “Hola” en mi lengua, pero enseguida me doy cuenta de que es británico, así que cambio al inglés rápidamente y digo “Please” para saludarlo. Mi día de hoy, mejorable.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

AL FIN

Me levanto pronto para ir a buscar a mi prima al aeropuerto. Me duelen todos los músculos. Absolutamente todos, no sabía que hubiese tantos. Pero me he despertado alegre y agradecida, no sé si borracha aún por la experiencia del Ceilidh. Siento algo en el aire, en mí, aunque estoy reventada. Recojo a Luisa, le enseño parte de la ciudad. Es uno de los días más fríos que he vivido aquí y la pobre está un poco desesperada. 

Leon me llama para disculparse por no haber podido responder ayer a mi mensaje y saber más sobre la entrevista. Me pregunta cauteloso: “No bebiste whisky antes de ir, ¿verdad?” Suelto una carcajada y le digo que era una broma. Se ríe, pensó que a lo mejor estaba de coña, pero no lo tenía muy claro.  Es lo que tiene parecer tan seria, que no saben por dónde cogerte. Me pide que le cuente todo y me aconseja que no me preocupe si no me dan el puesto, que seguiremos intentándolo. Pero parece que le gustan las respuestas que di.

Le enseño la ciudad a Luisa y cuando volvemos a casa por la noche compruebo el correo. Veo el encabezado de un mensaje de la biblioteca y me deprimo. Los rechazos los comunican siempre por correo. “Creo que aquí vienen malas noticias”, le digo a Luisa mientras abro el correo y busco el fatídico “Unfortunately…” Pero no lo encuentro. Sigo buscando, y ¡ME HAN COGIDO!! Lo vuelvo a leer más despacio para asegurarme. Miro a Luisa entusiasmada, sin poder hablar. La pobre no entiende nada. Se lo digo, gritamos, nos abrazamos. Voy a decírselo a Claire: gritamos, nos abrazamos. Llamo a mi familia, gritamos, no podemos abrazarnos. 

Al fin.

martes, 7 de noviembre de 2017

UN DÍA PARA RECORDAR

El sábado paso ocho horas atendiendo a un curso de formación en escocés para trabajar en el súper. Salgo agotada, por la tensión de no entenderlo todo y el miedo a quedar como una tonta. Además me confirman que tengo que trabajar este lunes, martes y sábado. Y ya he contado cómo tengo esos días. Me disculpo diciendo que no sabía que el comienzo era tan inminente y que no puedo empezar hasta la semana siguiente. Siempre tengo el trabajo de Correos esperándome, así que me arriesgo a que me manden a freír espárragos. Pero son comprensivos, lo que hace que me sienta peor. Estoy agotada, física y mentalmente.

Ayer Leon me prepara para la entrevista. Fallo en todas las preguntas, me quedo atascada, balbuceo, me dan ataques epilépticos... Empezamos una y otra vez. Me siento como Karate Kid. Salgo desinflada, aunque él intenta animarme: “Es sólo un trabajo. Si no sale esta vez, seguiremos probando y alguno saldrá”. Me pide que en cuanto la haga le cuente cómo me ha ido.

Hoy trabajo la entrevista siguiendo sus pautas. Me hago un guión con mi biografía laboral, lo reparto en tarjetas y lo practico, controlando el tiempo que me lleva contarla. Una llamada de teléfono interrumpe mi práctica: es Leon, todo animado, preguntándome cómo me fue la entrevista. Le digo que aún no la he hecho. Se disculpa, entendió que era ayer por la tarde. Me vuelve a pedir que lo avise cuando salga. Estoy un poco más tranquila ahora que he practicado la biografía y algunas de las preguntas que me sugirió. Hago meditación, acaricio el zorro de la postal que me regaló Claire para darme suerte cuando fui a la entrevista para el Royal Mail…

Finalmente me presento en la Biblioteca Central, donde me hacen la entrevista una mujer y un hombre muy agradables. No me preguntan por mi historia, aunque sí me hacen otras que practiqué con Leon. Y alguna que no. Pero estoy sorprendentemente tranquila, mi inglés es decente y entiendo casi todo lo que me dicen. Cuando acabamos, me informan de que tendrán la respuesta en esta semana y que probablemente en breve vuelvan a necesitar gente y tiren de algunos de los que no hayan sido seleccionados ahora. Me pregunto si es una insinuación de que esta vez no me cogerán pero no pierda la esperanza. Aparte, me parece que he estado poco tiempo en comparación con el candidato anterior, que seguramente tenía muchas más cosas interesantes que contar. De todos modos salgo bastante contenta. Me doy cuenta de que he hecho la entrevista feliz, por primera vez en mi vida. Voy corriendo a The Welcoming porque hoy hay clase de inglés con Iain, y aunque no podré quedarme las dos horas porque tengo entradas para un Ceilidh esta noche, me acerco aunque sólo sea para un rato porque adoro las clases con él. Es un escocés muy peculiar que entra contagiando energía, es divertidísimo y tiene un montón de oficio, así que me encanta ir. Le escribo un mensaje a Leon contándole que he estado bastante fluida, probablemente por la media botella de whisky que me he metido antes, y le doy las gracias por su ayuda. En el bus coincido con Janna, una chica alemana que también va al coro. Le pregunto si quiere apuntarse al Ceilidh y dice que sí, entusiasmada. Christiana y Filippo irán directamente desde su casa.

Iain es tan brillante que la primera hora pasa en un suspiro. En el descanso, con todo el dolor de mi corazón les digo a mis compañeros que nos tenemos que ir porque vamos al Ceilidh . La chica tibetana que tengo al lado me pregunta si soy bailarina. Le digo que no, divertida, pero me responde que lo parezco. Supongo que es porque voy vestida de negro. Y recuerdo el cachondeo que todavía hay en mi casa cuando rememoran el día en que, de niña, me disfracé de bailarina clásica y practiqué unos pasos frente a la cámara de Súper 8 para que mi vergüenza tuviese constancia gráfica. El choteo dura hasta ahora. Pero no me paro a explicárselo a mi compañera. Me disculpo con Iain por tenernos que marchar y me pregunta si es la primera vez que vamos a un Ceilidh. Al responderle afirmativamente nos pide que nos acerquemos a él. No sabemos lo que quiere, pero obedecemos. Nos indica que separemos los pies, haciéndolo él también. Los separamos. Da un paso y pide que lo imitemos. Luego otro, lo mismo. “¡Y ahora, saltando!” Y se pone a saltar. Janna se corta, pero yo lo imito entusiasmada. “¡Ahora ya podéis ir a un Ceilidh!”, exclama. Lástima que tengamos prisa, me encantaría que nos enseñase más. Y ahora me voy a perder sus clases, porque los martes trabajaré en el súper…

Al llegar al Ceilidh, Janna y yo nos sentimos perdidas viendo a la gente bailar, pero cuando empieza la siguiente canción un señor mayor con gafas se nos acerca y nos coge de la mano. Nos lleva a la pista y nos guía en la danza. Luego bailamos con uno, con otros, en grupo, en pareja. Llegan Filippo y Chris y se nos unen. Creo que jamás me he divertido tanto. La gente que sabe los pasos indica a los que no sabemos, y como hay danzas en las que hay que cambiar de pareja constantemente, al final bailas con todo el mundo. Es una celebración abierta e inclusiva. Y entiendo un poco más sobre los escoceses. Esta danza es de gente acogedora y alegre. Como ellos. Soy feliz, me desfogo de estas semanas de estrés. Cada vez que acaba una canción me digo que descansaré un poco, pero empieza la siguiente y no puedo contenerme. Un escocés ataviado con kilt y jubón me levanta en volandas cuando le toca bailar conmigo. Cada vez que coincidimos me hace volar al dar las vueltas. El ceilidh dura tres horas y lo hace con casi todas las mujeres, así que supongo que estará entrenado. La última danza es divertidísima, me toca Filippo de pareja y giramos constantemente, nos cruzamos con todo el mundo, saltamos, damos palmas, gritamos, chocamos, nos empujamos… No quiero que acabe, aunque mi cuerpo lo agradecería. Cuando nos vamos, el escocés que levanta a sus parejas me dice que vuelo muy bien y me pregunta si me he divertido. “¡Como una loca, quiero venir cada día!”, afirmo. Me informa de que los viernes se reúnen en otro lugar, me da los datos y me indica la web que tienen para que esté al día de lo que hacen. Respondo que tendría que ver vídeos antes para aprender los pasos, porque he estado pisando a todo el mundo, tropezando… Replica que no, que eso es parte de la diversión. Y añade que ahora se van a tomar algo al pub y me invita a que nos unamos. Pero respondo que necesito una ducha, estoy apestosa. Afirma que ellos también, pero como estamos todos igual no pasa nada. Contesto que seguramente desalojarán el pub en cuanto entren, y responde que esa es la idea.

Janna, Filippo, Chris y yo salimos arrastrando los pies y quejándonos de lo agotados que estamos, pero cuando les digo que el viernes hay otro, se entusiasman. Vuelvo a casa feliz, embriagada por la alegría de la danza y la hospitalidad de los locales.

viernes, 3 de noviembre de 2017

ACELERADA IV

Intento seguir preparando clases, internet no funciona. Y eso que estrello el router repetidamente contra la pared, pero nada.

Llamo a un contacto que me dio Leon, para preguntarle por cursos que me pudieran ayudar a mejorar mi CV: no entiendo la mitad de lo que me dice. Me llaman del súper, no entiendo la mitad de lo que me explican. Pero parece que me han cogido, pese a la torre cochambrosa que hicimos. Será que a los escoceses les gusta esta nueva corriente de arquitectos. Si pagaron 414 millones de libras por el Parlamento diseñado por Enric Miralles…

En fin, que mañana empiezo la “induction” o curso de formación, y quieren que trabaje ya el lunes (cuando tengo la cita con Leon para que me prepare para la entrevista), el martes (cuando tengo la entrevista de trabajo para la biblioteca), y el sábado entero (cuando viene mi prima a visitarme). Les digo que el martes no sé si podré, pero me responden que vaya al curso igualmente y hable con la encargada, que algo se podrá hacer. A última hora pienso que si no les gusta que no pueda empezar esta semana, siempre me queda lo de Correos. Porque con lo que me ha costado conseguir una entrevista para trabajar en bibliotecas, no voy a sacrificarla ahora. Pero, de verdad, ¿tiene que ser todo a la vez? 

martes, 31 de octubre de 2017

GRANDES ESPERANZAS, GORROS PEQUEÑOS

Desde que empecé a ir a The Welcoming, voy regularmente a unas sesiones de orientación laboral. Leon, el chico que las lleva, es un niño grande, arrollador, bromista y sin pelos en la lengua. Pero se lo toma en serio: trabajamos duro con mi CV, y sobre todo, con las solicitudes para postular a las ofertas de empleo del Ayuntamiento. Que son una pesadilla: no sólo tienes que rellenar infinidad de datos; tienes que venderte punto por punto. Y con su ayuda, ampliamos mi escueto “Soy muy amable” con una labia sin precedentes. Pero cada solicitud es diferente, así que tenemos que pasar por ese proceso una y otra vez. Él me dice que no me desespere, y me regala esta perla de sabiduría: “Si tiras suficiente mierda contra la pared, alguna se quedará pegada”.

Y parece que he tirado bastante, porque ayer hice la prueba para el súper y hoy ¡recibo un correo del servicio de bibliotecas públicas citándome para una entrevista! Así que llamo a Leon, nerviosita perdida, y le pregunto si me puede ayudar a ensayarla. Por supuesto que sí. La entrevista es el martes, así que me manda deberes para ir preparándola, y me cita para el lunes. Es la primera vez que me llaman del Ayuntamiento, así que sólo por eso ya estoy entusiasmada. 

También veo que empieza a hacer frío, y pienso que tendría que comprarme un gorro, porque dicen que la mayor parte del calor se va por la cabeza. Y con todas las fugas que tengo en esa parte del cuerpo, no quiero riesgos. Así que me dispongo a desesperarme buscando uno. No me decepciono: todos me quedan fatal. Con el primero que me pruebo parezco una seta. El segundo no me cabe. Con el tercero parezco una seta espachurrada a la que han intentado volver a dar forma con las manos. Tras no sé cuántos intentos, elijo el menos malo. Al volver a casa veo a una chica con un gorrito que le queda como si se lo hubiesen hecho a medida y cosido a la cabeza, el pelo perfecto, maquillaje y ropa impecables. Y me pregunto cómo lo hacen algunas. Yo siempre tengo el aspecto de haber estado dando volteretas en una colchoneta de velcro, aunque acabe de salir de la peluquería.

lunes, 30 de octubre de 2017

ACELERADA III

A la una tengo la entrevista para el súper. Es grupal, somos cinco personas y soy la única extranjera. Hay una chica americana, pero no cuenta porque habla inglés. Así que soy la que está más tensa del grupo, intentando entender todo, participar y no parecer demasiado idiota. Nos explican algunas cosas, nos hacen preguntas (y uno de los dos entrevistadores tiene un escocés bastante cerrado), y nos hacen una prueba: nos dividen en dos grupos y tenemos que levantar una torre con papel y cinta adhesiva, de 6 pies de alto. A saber cuánto es en metros. Y cómo si importase. Siempre que alguien me dice “¿El parque? Sigue esta calle y gira a la derecha, está a unos 200 metros”, me quedo mirándolo fijamente, pensando “Te estás tirando un pegote, ¿verdad?” ¿Realmente hay quien tiene esa capacidad para medir mentalmente? En fin, que da igual que sea de 6 pies o 400 pulgadas, porque no voy a tener ni idea de lo que supone. Al principio intentamos planificar cómo vamos a construirla: yo propongo hacerla en forma de cono, para que se mantenga en pie. Aceptan la idea encantadas, pero luego empezamos a añadir papeles sin ton ni son, como teleñecos enloquecidos. Una pega, la otra añade papel, la otra tiene que hacer la bandera (porque hay que coronar la torre con una bandera de tres colores), pero está más pendiente de la torre… Y el resultado es un churro. La torre es totalmente informe, no se tiene en pie, y la bandera es minimalista, por decirlo suavemente. Pero la chica americana tiene labia y justifica su aspecto cochambroso. El otro equipo ha hecho una torre bastante más decente. No muy estable, pero infinitamente más digna.

Así que salgo de la entrevista -que dura 2 horas- bastante desanimada. Me voy corriendo porque antes de dar la clase tengo que ir a la copistería para imprimir los ejercicios que preparé para mi alumno cuando internet decidió funcionar. Yendo en el bus, nos hacen bajar en la segunda parada. Ni idea de por qué, pero ya no me sorprendo. Bajo obedientemente y me subo al otro que nos espera delante. Me olvido de que ahora se desvía, porque hay una calle cortada, y sumo 15 minutos de retraso. Menos mal que voy con algo de tiempo extra. Llego a la copistería, y le doy mi pendrive al chico, orgullosa de no habérmelo dejado en casa (porque me ha pasado). Lo conecta y me lanza una mirada interrogante. El pen está vacío. Me quedo helada. La clase es en 45 minutos, y no tengo nada. Calculo si me da tiempo a volver a casa y coger el ordenador, pero veo que no hay nada que calcular: no tengo otra opción. (Luego compruebo en Google Maps que hay 54 minutos andando de la copistería a casa y de casa a la biblioteca. Añade subir las escaleras, enganchar el ordenador y volver cargada con él –de portátil sólo tiene el nombre- o esperar a por otro autobús que me haga una nueva pirula). Corro como una descosida sudando como un pollo, porque hace frío y llevo un montón de capas puestas, pero con el corazón henchido de gozo porque ya tengo otro numerito para el blog. Subo los tres pisos de dos en dos, engancho el ordenador, y con el cable colgando detrás de mí, salgo corriendo a la calle de nuevo. Miro el panel de información y el bus no debería tardar en aparecer. Me arriesgo y espero. Recojo el cable y mi lengua del suelo y subo al bus. No me deja cerca de la biblio, así que tengo que volver a correr. Llego justo a tiempo. Con el aspecto de haberme peleado a muerte con un kraken, pero a tiempo. Vaya gafe tengo con este hombre.

Volviendo, me encuentro con una española que conocí en la asociación y nos paramos a hablar. Mi espalda me pide a gritos que la libere de la mochila, pero no quiero ser descortés, y la chica es muy maja. Aunque estoy deseando derrumbarme en el sofá. Pero eso va a tener que esperar, porque hablamos durante un buen rato.

Al llegar a casa, encuentro a Claire silbando la canción de D’Artacan y los Tres Mosqueperros. Alucinada, le pregunto de dónde ha sacado esa melodía. Me dice que es de unos dibujos que se llamaban “Dogtanian and the Three Muskehounds”, que fueron un bombazo aquí. Exclamo que esos dibujos eran españoles (luego veo que eran una coproducción española-japonesa). Nos ponemos a tararear la canción juntas y me siento mejor. Gracias, D’Artacan.

sábado, 28 de octubre de 2017

ACELERADA II

Voy a The Welcoming, una asociación que ayuda a los extranjeros a integrarse (Ver "Tips Edimburgo"). Los sábados abren una sala para que quien quiera pueda pintar, tocar el piano, jugar al ping-pong, a juegos de mesa… Y despliegan un montón de platos con fruta y dulces, además del té con galletas que tienen siempre disponible. Hoy la actividad organizada era hacer decoraciones para Halloween, y unos se ponen a abrir calabazas, otros a hacer murciélagos con rollos de papel higiénico (debería haber hecho uno para Claire), tarros para velas… Me encuentro allí con Chris y Filo, una madre y un hijo italianos con los que he hecho buenas migas, y con Magda, una chica polaca muy linda. Pero me tengo que ir temprano porque tengo que dar clase a las tres. El trayecto en autobús es de unos 20 minutos, pero para ir segura me voy a la una.

¿Apuestas? Porque por supuesto, pasa algo. Esta vez es que hay un partido de rugby en el estadio de Murrayfield y el tráfico está colapsado, porque es la hora de la salida. No se mueve ni un solo coche. Voy mirando el reloj cada vez más intranquila, mientras espero en la parada. Ni rastro del autobús. Las dos, nada. Dudo en llamar a mi jefa para avisar de que a lo mejor llego tarde, pero cruzo los dedos porque aún tenga tiempo. En la clase anterior pasó lo de la biblioteca cerrada, no va a ser buena imagen avisar al alumno de que a lo mejor llego tarde si quizá no lo haga. El atasco se disolverá en algún momento, ¿no?

No. Veo a lo lejos el autobús, parado. Como todos los demás coches. Avanzan un poquito. Se paran. Un poquito. Van para atrás. Vale, quizá para atrás no vayan, pero lo cierto es que no veo nada de movimiento. Empiezo a escribir un mensaje a mi jefa. No me responde. Busco en Google Maps (¡!) cuánto tardaría si voy andando. No me responde, funciona a la misma velocidad que el tráfico. Llega un autobús que no hace la ruta que conozco, pero pienso que más vale malo desconocido ahora que bueno conocido a saber cuándo. Me subo. Ahora estoy dentro, pero los vehículos siguen detenidos. Llamo a mi jefa. No me contesta. Pienso juiciosamente que es inútil desesperarme, porque no hay nada que pueda hacer. Me tiro de los pelos, pataleo y estrello mi mochila contra la ventana repetidamente. 

Mi jefa me llama al fin. Le explico como puedo la situación (porque el autobús ha tomado otra ruta y no sé dónde estoy). Es muy comprensiva y me dice que no me preocupe, que avisará al alumno de que a lo mejor llego un poco tarde. Esto es lo que quería evitar, pero será mejor que llegar tarde sin avisar.

Cuando el bus para en un sitio que reconozco, bajo a toda prisa y corro más que Daniel Day-Lewis en “El último mohicano”. Consigo llegar sólo un minuto tarde. Me disculpo con mi alumno, que dice que no pasa nada, me desmayo, y cuando recupero el conocimiento le doy la clase. 

Cuando llego a casa, a eso de las seis, como y me dispongo a seguir preparando clases. Internet no funciona. Richard Branson está empezando a tocarme las narices. 

jueves, 26 de octubre de 2017

ACELERADA

Ayer empecé a dar clases a un nuevo alumno y como siempre, quedamos en la biblioteca. Pero al llegar veo que está cerrada porque hay un evento especial o no sé qué. Llamo a mi jefa y me dice que busquemos otro sitio cerca, así que vamos de una cafetería a otra sin mucho éxito, porque o están llenas o están cerrando (son las seis de la tarde). Después de media hora dando vueltas, encontramos dónde sentarnos. Había preparado una clase para un nivel cero, pero el chico sabe más de lo que tenía entendido y se funde mis actividades en un suspiro, así que tengo que improvisar. Al volver a casa no puedo seguir preparando clases porque internet no funciona.

Bill se empeñó en llevarme a dar un paseo en barco por el estuario de South Queensferry, y ya no puedo demorarlo más. En el barquito hace un frío de narices. Estamos a 5 grados, pero con el viento la sensación térmica debe de acercarse a -10. Me envuelvo en todo lo que llevo puesto, mientras presto más atención a un tripulante que a las vistas. El tío va en manga corta y está tan tranquilo, todo plácido y sonriente. No me cabe duda de que es escocés. La rebequita la dejará para cuando hiele, supongo.

Pasamos por una islote (Swallow Craig) que alguien se ha dedicado a poblar con figuras de gnomos. Me pregunto quién puede estar tan aburrido y ser tan guasón como para tomarse la molestia de coger una barca, cargarla de gnomos y colocarlos a lo largo de este pedrusco en medio de la ría.

Para ver foto tomada por alguien más profesional que yo:


Mientras estoy contemplando a las focas tomando el sol, recibo una llamada. Pero entre el ruido del motor y de la narración por megafonía va a ser imposible comunicarme, así que no lo cojo. Me inquieto, porque es un número que no tengo registrado, y cuando buscas trabajo siempre brincas cuando ves algo así en la pantalla del móvil. Al cabo de un rato vuelven a llamar, pero la situación es la misma. No puedo hacer nada, así que intento disfrutar de la vista, pero no tengo la cabeza aquí. 

                                                                        Focas disfrutando del sol, mientras yo tirito de frío.

Al llegar a casa me dedico al teléfono y veo que debían saber que no estaba disponible, porque se han empleado a fondo. Una llamada es de un número privado, así que no puedo responder. Llamo al otro número, del que tengo tres perdidas: es de un supermercado donde mandé mi CV, quieren hacerme una entrevista. Me dicen día y hora, intento entender la información básica y me pongo a preparar clases. Más tarde me llaman del número privado: son del Royal Mail, preguntándome si puedo empezar antes, este mismo lunes. Eso cuando me entero de lo que me están diciendo, porque la mujer me está hablando de diferentes turnos, días y horas a toda velocidad y en escocés cerrado, y mientras pongo todos mis sentidos en anotar lo que me dice, me están bailando por la cabeza las clases que tengo que dar y la entrevista para el súper, así que empiezo a hiperventilar porque no me encaja ningún horario. La mujer necesita una respuesta inmediata, y veo que no puedo cuadrarlo con los otros compromisos, así que le tengo que decir que no. No pasa nada, lo de comenzar el 20 sigue en pie. Sólo están intentando encontrar a gente que pueda echar una mano ya. Cuelgo pensando cómo se acelera todo en un momento: de no tener nada a tener clases, entrevista y un trabajo. ¡A las mismas horas, los mismos días!!!

miércoles, 18 de octubre de 2017

DÉJÀ VU

Tras rellenar en internet un formulario interminable que incluye simulaciones de llamadas, consigo una entrevista de trabajo para un puesto de teleoperadora. Prefiero limpiar el Royal Highland Centre yo solita con papel higiénico a estar en un gallinero con unos auriculares respondiendo llamadas de clientes enfadados durante ocho horas, pero no tengo muchas opciones. 

Conociendo cómo me las gasto cuando voy a una entrevista, me levanto temprano para ir con tiempo. Y me voy a dar un paseo para relajarme. Me embobo con las vistas desde Inverleith Park, donde se respira una tranquilidad que espero me ponga en buena disposición para la prueba. Volviendo me cruzo con un señor británico hasta la médula, con gorra y chaleco de tweed, que me mira y me dedica una sonrisa amistosa, aunque no nos conocemos de nada. Le devuelvo la sonrisa, contenta al sentir una vez más esta calidez que flota en el ambiente, sintiéndome feliz de estar aquí. Ha sido una buena idea dar este paseo.

O quizá no. Porque miro el reloj y veo que me he embobado con las vistas demasiado tiempo. De todos modos, llegar a la agencia no parece demasiado difícil, está en pleno centro. Estoy en la zona con unos minutos de antelación, cuando me doy cuenta de que existe Charlotte Square, North Charlotte Street y South Charlotte Street. Como no me fío de Google Maps, pregunto por la dirección a los parroquianos que me voy encontrando. Nadie me sabe decir nada, hasta que doy con un hombre que me da indicaciones. Y me manda para el lado contrario. Aunque yo no me doy cuenta de eso hasta que me salgo de Edimburgo. Mientras, me llaman de la agencia preguntando dónde estoy. No me puedo creer que esté de nuevo diciendo que estoy cerca, pero no sé dónde (ver entrada del 19 de junio). Sintiendo que estoy haciendo un pacto con el diablo, meto la dirección en Google Maps y me indigno cuando, como si no supiera ya cómo soy, la chica me pide que vaya en dirección suroeste. Voy zigzagueando como un gato loco, mientras me doy cuenta del formato tan jugoso que se están perdiendo las cadenas de televisión. Cada programa consistiría en darme una dirección a la que tengo que llegar. Por satélite se vería la ruta que debería hacer, mientras un punto rojo me sigue y muestra mis descalabros, cómo me acerco y me alejo del objetivo constantemente, desviándome de repente cuando estoy a punto de llegar. Hay quien se emboba mirando a una mosca chocar contra el cristal una y otra vez, así que supongo que este programa tendría su público.

Al final llego (tarde) a la oficina, me disculpo mil veces, y la chica me dice que tengo un pelo muy bonito. ¿En serio? Llego tarde, me tienes que llamar por teléfono, esperarme veinte minutos y en vez de lanzarme una mirada reprobadora ¿me halagas? Lo de los modales se les ha ido de las manos. Paso a un despachito para rellenar millones de papeles con datos que ya puse en el formulario por internet. Miro discretamente el reloj del móvil para comprobar la hora y un escalofrío me recorre la espalda cuando veo que estoy casi sin batería. La chica de Google Maps otra vez, que traga como una descosida. Pero no lo apago, recordando mi actuación estelar en la agencia de limpieza. Puede que lo necesite para comprobar algún dato.

Y vaya si lo necesito. De nuevo me piden el número de la seguridad social. Lo busco rápidamente, mientras contemplo impotente cómo el nivel de batería baja de manera alarmante, cruzando los dedos para no necesitar comprobar nada más. Pero también tengo que darles el número de teléfono de las personas a las que pueden pedir referencias. Con lo que me ha costado memorizar el mío, me voy a aprender el de otros. Me siento como dentro de una película de acción, sudando mientras veo la cifra de la batería descender de modo alarmante. Cuando marca 1%, corto el cable rojo y miro a mi alrededor, expectante, pero los muros siguen en su sitio. Ya he rellenado todos los datos. Ahora sólo me queda escribir una carta de respuesta a un cliente en inglés, otra en español y completar un cubo de Rubik mientras realizo la secuencia de rechazar al mono a la vez que hago todas las voces de "Bohemian Rapsody". Se me mezcla un poco todo en la memoria, quizá no fuera exactamente así, pero casi. Qué intensos son con estas cosas.

Para que al final me digan que ahora no tienen puestos para teleoperadores en español, pero que guardarán mi perfil en la base de datos para futuras ofertas.

En realidad respiro aliviada. Volviendo a casa veo a un montón de gente asistiendo a una boda. Una pareja entrada en años me llaman la atención. Él va con su kilt, nada que objetar. Ella, con un traje de faralaes. Cuando creo que lo he visto todo...

miércoles, 11 de octubre de 2017

ROYAL MAIL

Perder media vida rellenando la solicitud de Correos parece que ha valido la pena. Me han llamado para una entrevista. Mientras desayuno, Claire y yo observamos a las ardillas que están enredando en el jardín de la vecina. Recuerdo que me dijo que había visto un zorro en Inverletih Park y le digo que me gustaría ver uno. Me voy con tiempo a la cita, y Claire me desea buena suerte. Está lloviendo y llego calada al hotel donde han organizado las entrevistas. Cuando me toca, veo que ya estoy seleccionada: sólo tengo que presentar toda la documentación y elegir turno. Hay montones diferentes y cada uno tiene alguna ventaja y desventaja. El hombre que me atiende es muy paciente y amable, e incluso se ofrece a buscar en su móvil los horarios de los transportes para que pueda comprobar si podría llegar al turno que empieza más temprano o volver a casa si hago el que acaba más tarde. Elijo el que empieza antes, el 20 de noviembre. Cuando vuelvo a casa, se lo digo a Claire, pero dudo sobre cómo expresar mi alegría. Es inglesa, no quiero asustarla con gestos de afecto exagerados. Pero es ella la que se me acerca y me da un abrazo que casi me parte la espalda. Luego me dice que me ha llegado una carta. Me sorprendo, y más cuando no reconozco la letra. La abro y es la postal de un zorro. El mensaje: “Querías ver un zorro. Este es el zorro de “Dedos cruzados por un nuevo trabajo”. Pues sí que es efectivo, el zorro. Y linda, Claire.

Postal de la buena suerte

domingo, 8 de octubre de 2017

PLÁCIDO DOMINGO

Tengo un montón de trabajo pendiente, pero hace sol y he aprendido la lección. Edimburgo es una oda al “Carpe Diem”. Si hace sol ahora, sal ahora. No sabes cuánto va a durar. Así que paso de mis obligaciones y me voy a los jardines, donde me tumbo en la hierba y disfruto del momento.

De vuelta a casa, veo el capítulo piloto de “Firefly”. Luego llega Claire y comparte conmigo una empanada de ruibarbo que trajo de las Highlands. Tenía curiosidad por probar el ruibarbo, pero con ese nombre no me esperaba mucho. Contra todo pronóstico, es lo más exquisito que he probado aquí.  Es verdad que el listón no está muy alto, pero realmente es una delicia. Y después nos vamos a jugar ¡al futbolíiiiin!

El pub está muy tranquilo, con sólo el dueño y dos parroquianos. Nos ponemos a la tarea. El dueño me pregunta de dónde soy, porque dice que juego muy bien. Es hora de sacar pecho. Si España destaca en algo, es jugando al futbolín. Historias acerca de nuestros legendarios giros de muñeca se cuentan allende mares y montañas, transmitiéndose de generación en generación. Y ahora la leyenda cobra vida. Me remango y me inclino sobre la mesa, concentrada, mientras un relámpago recorta mi figura sobre la vidriera del bar y se hace un silencio sobrecogedor.

Más terrenal, Claire, desesperada perdida, ha echado dos pelotas a la vez. La partida es delirante y temo que nos echen, pero no dejo de exprimir a mis muchachos mientras me doblo de risa. Por suerte Claire es una perdedora ejemplar y se divierte (casi) tanto como yo.

Nos hemos quedado sin monedas de libra y el dueño también, así que echamos unos peniques en la “jukebox”. Un parroquiano nos agradece que hayamos cambiado la música. Llega un grupo de una chica y tres chicos y se ponen a jugar. Uno de los chavales me saluda y le contesto. Pero luego sigue hablando, y creo que es que conoce a Claire y se está dirigiendo a ella. Pero no, sólo está siendo sociable. Nos ofrece jugar con ellos, pero Claire declina la oferta. Luego viene otra vez a pedirnos cambio. Le decimos que ya nos lo hemos fundido todo. Nos pregunta si nos gusta la magia y se va a la barra a pedir una baraja de cartas. Le pregunta a Claire si es holandesa. No. ¿Danesa? "¡No, soy de Yorkshire!!" “¿En serio? ¡Yo también soy de Yorkshire! ¡Me vine aquí por amor!”. Pues majo, a ver si reconoces a los tuyos. Admite que su límite de alcohol son tres o cuatro cervezas y lo ha sobrepasado un poquito. Pero nos hace un par de trucos realmente decentes y aplaudimos. Cuando descubre de dónde soy, intenta hablar español. Con poco éxito. Así que para las frases más importantes usa el traductor de Google. Lee la pantalla y me dice algo que no entiendo. Cuando me lo repite por tercera vez, le digo que suena a “Estoy en estado” y le traduzco el significado. Los amigos se descojonan, pero él hace un gesto como diciendo que no estoy tan equivocada. Ahora sí que me desconcierta. Me enseña la pantalla: “Estoy tan excitado”. Ups. Rápidamente escribe otra frase y la intenta leer en voz alta. Esta vez no entiendo absolutamente nada, pero me da miedo preguntar. Me vuelve a mostrar la pantalla: “¿Quieres casarte conmigo?”. Aquí hasta borrachos siguen siendo señores, hombre. Me quiere llevar al catre, pero haciéndome una mujer decente. Luego me pregunta cuánto le doy en una puntuación del 1 al 10. Hora de irse.

Ya en casa pienso que se me van las mejores: tendría que haberle dicho que sí y así dejaba de preocuparme por el Brexit. Que estuviese borracho, tuviese novia y fuese como veinte años más joven que yo era irrelevante. Que es que no pienso.

Pero ha sido un día memorable: sol, Firefly, tarta de ruibarbo, futbolín y petición de matrimonio. A ver cómo supero esto.

sábado, 30 de septiembre de 2017

DESPROPÓSITOS


Sigo con el cachondeíto de rellenar solicitudes en páginas de empleo. Creo que la de CIA, (perdón, Correos), es la más bizarra que he encontrado. Necesitan refuerzos para la época de Navidades, porque aquí se les va la mano con lo de enviar felicitaciones. El trabajo es para clasificar correo. Y evidentemente, necesitan saber datos tan relevantes para el puesto como:

1. Dónde has vivido durante los últimos cinco años, con dirección completa y fecha de entrada y salida de cada domicilio. No me hagáis esto, que sólo en un mes y medio he tenido cuatro direcciones diferentes...

2. Si me he cambiado de nombre. Están obsesionados con esto. Luego me doy cuenta de que probablemente se refieran a las mujeres que pierden su apellido y adoptan el del marido tras cometer la imprudencia de casarse. Para algunas cosas son muy modernos, pero a esto tendrían que ir dándole una vueltita ya.

3. Cuál es el nombre completo de mi madre. Me entran ganas de preguntar por la suya. De una manera muy castiza.

4. Como aseguran hasta la extenuación que no te discriminan por raza, religión o preferencias sexuales, te preguntan por ello. Para saberlo y luego no discriminarte, claro. Eso sí, te dan la opción de elegir "Prefiero no contestar”. Muy coherente todo. En “Orientación sexual”, algo muy determinante a la hora de clasificar correo, (pero como no te van a discriminar por esto puedes responder libremente) te dan las siguientes opciones: “Bisexual”, “Hombre gay”, “Mujer gay/lesbiana”, “Heterosexual”, “Otros” (¿??). Y si te da por hacer la gracia de señalar “Otros”, ¡te piden que des detalles!!! Yo creía que tenía imaginación, pero esto me sobrepasa.


Grupo étnico: "Irlandés nómada" No me lo he inventado

jueves, 21 de septiembre de 2017

NO ESTABA MUERTO, ESTABA DE PARRANDA...

Estoy algo inquieta por cómo voy a encarar el invierno. He decidido que quizá necesite un abrigo (los que he traído de Sevilla no han sido efectivos ni en verano) y compro dos. Pero en casa dudo. Uno supuestamente es resistente al agua (que no "waterproof". O sea, que si estoy bajo la lluvia lo suficiente, al final me calaré), y el otro es supuestamente muy cálido. No estoy muy segura de la efectividad de ninguno, así que hago la prueba de fuego. Me pongo el primero y salgo a la calle de noche. Si quiero devolverlo no puedo quitarle la etiqueta, así que la oculto metiendo en el bolsillo la manga donde la lleva y moviendo únicamente el otro brazo. Parezco Espinete. Me pelo de frío. Vuelvo a casa y repito la operación con el otro. Este es más cálido, definitivamente. Y cómo no, es el más feo de los dos. El día que alguien haga algo práctico y bonito a la vez, los pájaros se detendrán en mitad del vuelo.

En el coro, me doy cuenta de que estoy en el tono equivocado porque la chica que está a mi lado se calla. A la pobre le ha tocado entre las sopranos y yo. Y la estoy volviendo loca, pobrecilla. Me callo hasta que me doy cuenta de que efectivamente, no estoy en el tono correcto y cuando lo cojo (o eso creo), retomo la canción. Es mi tercer día allí y aún no me han echado.

Hablando de sordos, mientras estoy en la cocina me parece ver algo pequeño que se mueve rápidamente. Miro hacia donde he creído ver pasar lo que sea. Y sí, veo un ratón. Tenemos puesto un cacharro de ultrasonidos para disuadirlos de visitarnos, pero nos ha tocado el sordo. O el cacharro defectuoso. En fin, que no sé cuál es el Plan de Evacuación de Ratones, así que no hago nada. No hace falta. Cuando me cambio de posición sale pitando y desaparece por no sé dónde.

Así que no estaba muerto, estaba tomando cañas...


domingo, 17 de septiembre de 2017

MISCELÁNEA

Acabo de tener la crisis de confianza definitiva. Estaba viendo la tele y oigo a una señora pronunciar “tomaato” (“tomate”, evidentemente). Yo toda la vida diciendo “toméito”. No me fío de la señora, aunque sea inglesa, y busco en el diccionario. Efectivamente, quién lo iba a decir, la nativa tenía razón y la extranjera (yo) no. Me pongo roja como un “tomaato”. Y pienso si también llevaré toda la vida equivocada con la pronunciación de “potato”, porque se escriben exactamente igual. Pues no, “potato” se pronuncia “potéito”. Mientras que “tomato” se pronuncia “tomaato” ¡Un poco de coherencia, por Dios! Así no se puede.

Me uno a un coro para seguir con la tarea de relacionarme con los locales y aprender a pronunciar los nombres de las verduras. Mi hermano, voz de sabiduría una vez más, me pregunta si no es tentar demasiado a la suerte. Que sí, que los escoceses serán muy majos y todo lo que quieras, pero a lo mejor lo de oírme cantar es demasiado para ellos y sacan su lado Braveheart. Yo también tengo mis dudas, pero decido arriesgarme y voy. Son todos muy agradables, y como me paso la mayor parte del tiempo haciendo playback porque ni me sé las canciones ni sé leer las partituras, al día siguiente no veo en los periódicos que hayan decidido adelantar el Brexit. 

Claire y yo nos vamos de excursión. Visitamos el castillo de Doune, donde los Monty Python rodaron parte de “Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores”. Felicidades a quien tradujo este título al español. La noche anterior, Claire decide poner la película para irnos ambientando. Se sabe diálogos enteros, las canciones… Está como un rebaño de cabras. Lo gracioso es que ella cree que soy yo la que no está muy fina, basándose en a saber qué. 

Mientras Claire busca murciélagos en las grietas del castillo, yo voy siguiendo la audioguía, que está narrada por Terry Jones. Tiene una voz interesante, ahora que no está interpretando personajes femeninos. Aunque los datos son históricos mete alguna gansada y disfruto escuchándolo. En este castillo también se han rodado escenas de “Outlander”, y otra parte de la audioguía está narrada por el actor protagonista (Sam Heughan, lo he buscado en la Wikipedia), con referencias a la serie. Pero los Monty Python ganan por goleada: en la tienda de recuerdos venden cocos para hacer los efectos especiales de los caballos galopando, y te dicen que si quieres recrear alguna escena de “Los caballeros…”, pidas ayuda al personal del castillo, que estará encantado de asistirte. Tienen un cuaderno con anécdotas del rodaje y fotos de visitantes haciendo el payaso con los cocos o recreando otras escenas. Están locos, estos británicos.

Castillo de Doune. (Doune, Perthshire)

Comemos sentadas en la hierba que rodea el castillo mientras llueve. Pero cuando esa nube se va, nos deja un día espectacular. Damos una vuelta por los alrededores, cogemos moras, metemos los pies en el río y sí, el agua está helada. Cuando creo que se me van a partir las piernas, salgo y me seco en la hierba. Luego vamos a las cascadas de Bracklinn en el Parque Nacional de los Trossachs. Para qué contar. Disfrutamos de la paz de esa zona, con el murmullo del agua de fondo. 

Cascadas de Bracklinn


Parque Nacional de los Trossachs

Pasamos junto a un charco donde algún espabilado puso un cartel diciendo “Wishing well” (o “Pozo de los deseos”). Y lo mejor de todo es que han echado monedas. Nos reímos del humor del que puso el cartel y de la inocencia de quienes han depositado sus deseos en ese montón de barro. Y luego pedimos nosotras uno y tiramos una moneda. Las contradicciones del ser humano nunca dejan de sorprenderme.

Al ir a escribir esto, me arrepiento de no haberle sacado una foto. Busco en internet y encuentro una, así que escribo a los que la publicaron pidiéndoles permiso para incluirla aquí. Me responden rápidamente diciendo que sin problemas, súper majos. Y que esperan que disfrute de los paisajes de Escocia. Les respondo que quién no lo haría.

Pozo de los deseos. Sin comentarios.
Foto cortesía de https://www.travellingwithourkids.co.uk/outdoor-life/bracklinn-falls/



sábado, 2 de septiembre de 2017

THE SPINNING BLOWFISH II (INCISO)

Mi madre feliz porque ayer en Sevilla no superaron los 37 grados. Y yo feliz porque aquí llegamos a 10...

Me entero de que los Spinning Blowfish están intentando sacar su primer album. Quien quiera disfrutar de su música en tierras más cálidas puede apoyarlos pinchando en la foto. 



Y recordad: nada de verlos con líquidos calientes en el regazo (y otras indicaciones para duros de mollera que puse en los comentarios del 7/7).

viernes, 1 de septiembre de 2017

ARTHUR'S SEAT

Claire se fue el martes y no volverá hasta el domingo. Antes de marcharse me comenta que huele a ratón muerto en la cocina. Separamos los tablones de debajo de la encimera pero no encontramos nada. Dice que cuando vuelva lo investigará. Le agradezco que me deje en la cabeza la idea de un ratón descomponiéndose en algún lugar de la casa.

¡Al final subo al Arthur's Seat!!! Estaba algo preocupada por eso de que pedían un nivel "razonable" de forma física porque hay que estar preparado para algunas zonas empinadas. Creo que la forma física de los escoceses difiere de la de los españoles. Aquí los ancianitos suben en bici unas cuestas que yo no subo ni en coche. Así que a ver qué me encuentro.

Pues me encuentro con un grupo de gente mayor que yo que sube esta montaña cada semana (algunos más de una vez por semana). Y que no eligen el camino más fácil para hacerlo. Nos metemos por un sendero de cabras rodeado de plantas que pinchan, formando una extraña procesión que va en fila gritando "¡Ouch! ¡Auch!" (ya grito en inglés). Luego veo que los que van delante se han parado y están arrodillados alrededor de algo. Primero pienso que uno de ellos se ha puesto malo. Cuando llego descubro que están observando una oruga. Debe de ser una cosa británica. Es verdad que el bicho es raro de narices, tiene como un pico y unos dibujos que parecen cuatro ojos. Luego descubrimos que se llama algo así como "Oruga Halcón Elefante". Uno de ellos la coge delicadamente y la observa más de cerca. Le hacen un reportaje fotográfico que de no ser un bicho seguramente le parecería halagador. Pero probablemente lo que está deseando es que la devuelvan al suelo y la dejen seguir haciendo sus cosas de oruga.

Como he dicho, no vamos por el camino más fácil, porque subimos una colina y luego la bajamos para trepar finalmente el Arthur's Seat. Es verdad que hay zonas empinadas y tenemos que adoptar posturas poco decorosas para superar algunos tramos. El que parece el mayor de la expedición se pone a bailar un vals. Encima recochineo.

El grupo es muy agradable, formado por ingleses y escoceses que se llevan bien. La vista desde lo alto de la montaña es espectacular, aunque lo que más me gusta es el verdor que la rodea y algunos de los lagos que se pueden ver desde allí. Hace un día glorioso, me quedo en manga corta. Quizá podamos disfrutar de un "Indian Summer" (veranillo del membrillo). No me importaría que el frío se retrasara un poco: Claire dice que no sabe cómo voy a sobrevivir al invierno. Y todo porque duermo con una bolsa de agua caliente en agosto.

Así que espero haberme vuelto lo suficientemente escocesa para entonces. Por ahora ya he subido los escalofriantes 250 metros del Arthur's Seat sin despeñarme. Tiembla, Kilian Jornet.

Sí, debería haber hecho la foto desde arriba, pero estaba intentando recoger mi lengua del suelo...

lunes, 21 de agosto de 2017

UNO, UN MURCIÉLAGO...

Hoy empiezo como voluntaria en la librería de una tienda benéfica. Me hacen una introducción y me pongo a poner precios a los libros (ahora manejo el cacharrito ese con soltura, después de mi bochornosa prueba en la tienda de comestibles), e incluso me ponen en la caja. Supervisada, claro. Y menos mal, porque el lumbreras que diseñó el sistema decidió que se pusieran los precios ¡en peniques! Así que si tengo que marcar algo que vale 2 libras, en vez de marcar un dos, tengo que marcar doscientos. Pero paso una tarde agradable, y mañana volveré otras tres horas. 

Cuando he acabado, recibo un mensaje de Claire: "Hola, voy a ir a monitorizar murciélagos, ¿quieres venir conmigo?" No lo dudo un segundo y le digo que sí. 

En serio, le digo que sí. Sin tener ni idea de lo que implica. Así que nos montamos en su coche y nos vamos a un pueblo que está a una media hora para contar los murciélagos que encontremos junto al margen del río.

En el camino, Claire quiere indicarme un sitio donde hay tres puentes, que por lo visto son muy importantes. Lo malo es que para señalármelos no para de mirar para atrás. Mientras conduce. Por la izquierda. Vale que a eso sí está acostumbrada, pero a mí me sigue dando sobresaltos de vez en cuando. Y lo de que dirija su mirada hacia atrás directamente me hiela la sangre. Así que le digo que sí, que veo los puentes aunque se ha levantado una niebla que no me deja ver ni mi codo, sólo para que mire hacia delante.

Aparca y nos metemos en un camino que va junto al margen de un río. Es un sitio muy bonito. Pero es de noche. Supongo que parecemos dos locas, con nuestras linternas frontales y nuestro formulario para rellenar los datos de los murciélagos en un bosque de noche. Yo tengo la importante tarea de enfocar el batómetro (de verdad, tiene un detector de murciélagos) hacia el río, y Claire me enseña la diferencia entre los sonidos que emiten los dos tipos de ratones voladores que hay en esta zona. Porque ella tiene que monitorizar a los de río. Tenemos que ir a diez puntos diferentes y permanecer allí cuatro minutos contando los paseos de estos adorables mamíferos. 

La noche es cada vez más cerrada, aunque sigue habiendo un color anaranjado en la distancia. Si no tuviera la imaginación que tengo podría disfrutar, pero ya estoy pensando que seguramente ese es el lugar donde los gangsters locales se deshacen de los chivatos, y nuestra presencia allí va a hacer que tengan que tirar tres cuerpos al río en vez de únicamente el de Jimmy el Soplón.

Seguimos adentrándonos en el bosque mientras me digo que debería empaparme de la tranquilidad que se respira, cuando Claire me hace parar bruscamente porque ha visto algo. Ya están aquí. Pero no, lo que ella mira embelesada y me hace contemplar es una babosa. Una babosa atigrada. La miro sorprendida (a Claire. Y a la babosa. No sé quién me sorprende más). Vale, nunca había visto un bicho de estos con rayas. Reconozco que es curiosa. Pero no pienso acariciarla. ¿Podemos seguir ya para largarnos antes de que llegue la banda?

Vamos de un lado a otro pisando barro, saltando vallas de espino, y bajando a los márgenes del río de manera muy poco femenina. No sé cuántos murciélagos contamos. Tampoco sé para qué sirve. Empiezo a tararear la canción del conde Draco. La he buscado en internet para insertar aquí el enlace, pero no he conseguido encontrarla. Era perfecta para esta ocasión.

No puedo dejar de maravillarme ante lo diferentes que podemos ser las personas. Claire está feliz contando murciélagos y encontrando babosas, ajena a que estamos de noche en un bosque solitario, mientras yo no dejo de mirar a mi espalda y tengo el móvil con el 999 marcado por si acaso...

Acabamos nuestra investigación para el "Bat Conservation Trust" y volvemos. Los murciélagos están en buenas manos.

Olvidé decir que ya estoy segura de que en mi casa no hay. Porque si hubiese, no vería cada noche a la araña que sale a pasear por el techo de mi habitación. Iba a decir que es enorme, pero la enorme es la del baño. Esta es más bien robusta, bien musculada. Mientras que la del aseo es más larga y desgarbada. No le he preguntado a Claire si también tenemos que monitorizarlas.