Tengo un montón de trabajo pendiente, pero hace sol y he aprendido la lección. Edimburgo es una oda al “Carpe Diem”. Si hace sol ahora, sal ahora. No sabes cuánto va a durar. Así que paso de mis obligaciones y me voy a los jardines, donde me tumbo en la hierba y disfruto del momento.
De vuelta a casa, veo el capítulo piloto de “Firefly”. Luego llega Claire y comparte conmigo una empanada de ruibarbo que trajo de las Highlands. Tenía curiosidad por probar el ruibarbo, pero con ese nombre no me esperaba mucho. Contra todo pronóstico, es lo más exquisito que he probado aquí. Es verdad que el listón no está muy alto, pero realmente es una delicia. Y después nos vamos a jugar ¡al futbolíiiiin!
El pub está muy tranquilo, con sólo el dueño y dos parroquianos. Nos ponemos a la tarea. El dueño me pregunta de dónde soy, porque dice que juego muy bien. Es hora de sacar pecho. Si España destaca en algo, es jugando al futbolín. Historias acerca de nuestros legendarios giros de muñeca se cuentan allende mares y montañas, transmitiéndose de generación en generación. Y ahora la leyenda cobra vida. Me remango y me inclino sobre la mesa, concentrada, mientras un relámpago recorta mi figura sobre la vidriera del bar y se hace un silencio sobrecogedor.
Más terrenal, Claire, desesperada perdida, ha echado dos pelotas a la vez. La partida es delirante y temo que nos echen, pero no dejo de exprimir a mis muchachos mientras me doblo de risa. Por suerte Claire es una perdedora ejemplar y se divierte (casi) tanto como yo.
Nos hemos quedado sin monedas de libra y el dueño también, así que echamos unos peniques en la “jukebox”. Un parroquiano nos agradece que hayamos cambiado la música. Llega un grupo de una chica y tres chicos y se ponen a jugar. Uno de los chavales me saluda y le contesto. Pero luego sigue hablando, y creo que es que conoce a Claire y se está dirigiendo a ella. Pero no, sólo está siendo sociable. Nos ofrece jugar con ellos, pero Claire declina la oferta. Luego viene otra vez a pedirnos cambio. Le decimos que ya nos lo hemos fundido todo. Nos pregunta si nos gusta la magia y se va a la barra a pedir una baraja de cartas. Le pregunta a Claire si es holandesa. No. ¿Danesa? "¡No, soy de Yorkshire!!" “¿En serio? ¡Yo también soy de Yorkshire! ¡Me vine aquí por amor!”. Pues majo, a ver si reconoces a los tuyos. Admite que su límite de alcohol son tres o cuatro cervezas y lo ha sobrepasado un poquito. Pero nos hace un par de trucos realmente decentes y aplaudimos. Cuando descubre de dónde soy, intenta hablar español. Con poco éxito. Así que para las frases más importantes usa el traductor de Google. Lee la pantalla y me dice algo que no entiendo. Cuando me lo repite por tercera vez, le digo que suena a “Estoy en estado” y le traduzco el significado. Los amigos se descojonan, pero él hace un gesto como diciendo que no estoy tan equivocada. Ahora sí que me desconcierta. Me enseña la pantalla: “Estoy tan excitado”. Ups. Rápidamente escribe otra frase y la intenta leer en voz alta. Esta vez no entiendo absolutamente nada, pero me da miedo preguntar. Me vuelve a mostrar la pantalla: “¿Quieres casarte conmigo?”. Aquí hasta borrachos siguen siendo señores, hombre. Me quiere llevar al catre, pero haciéndome una mujer decente. Luego me pregunta cuánto le doy en una puntuación del 1 al 10. Hora de irse.
Ya en casa pienso que se me van las mejores: tendría que haberle dicho que sí y así dejaba de preocuparme por el Brexit. Que estuviese borracho, tuviese novia y fuese como veinte años más joven que yo era irrelevante. Que es que no pienso.
Pero ha sido un día memorable: sol, Firefly, tarta de ruibarbo, futbolín y petición de matrimonio. A ver cómo supero esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario