A la una tengo la entrevista para el súper. Es grupal, somos cinco personas y soy la única extranjera. Hay una chica americana, pero no cuenta porque habla inglés. Así que soy la que está más tensa del grupo, intentando entender todo, participar y no parecer demasiado idiota. Nos explican algunas cosas, nos hacen preguntas (y uno de los dos entrevistadores tiene un escocés bastante cerrado), y nos hacen una prueba: nos dividen en dos grupos y tenemos que levantar una torre con papel y cinta adhesiva, de 6 pies de alto. A saber cuánto es en metros. Y cómo si importase. Siempre que alguien me dice “¿El parque? Sigue esta calle y gira a la derecha, está a unos 200 metros”, me quedo mirándolo fijamente, pensando “Te estás tirando un pegote, ¿verdad?” ¿Realmente hay quien tiene esa capacidad para medir mentalmente? En fin, que da igual que sea de 6 pies o 400 pulgadas, porque no voy a tener ni idea de lo que supone. Al principio intentamos planificar cómo vamos a construirla: yo propongo hacerla en forma de cono, para que se mantenga en pie. Aceptan la idea encantadas, pero luego empezamos a añadir papeles sin ton ni son, como teleñecos enloquecidos. Una pega, la otra añade papel, la otra tiene que hacer la bandera (porque hay que coronar la torre con una bandera de tres colores), pero está más pendiente de la torre… Y el resultado es un churro. La torre es totalmente informe, no se tiene en pie, y la bandera es minimalista, por decirlo suavemente. Pero la chica americana tiene labia y justifica su aspecto cochambroso. El otro equipo ha hecho una torre bastante más decente. No muy estable, pero infinitamente más digna.
Así que salgo de la entrevista -que dura 2 horas- bastante desanimada. Me voy corriendo porque antes de dar la clase tengo que ir a la copistería para imprimir los ejercicios que preparé para mi alumno cuando internet decidió funcionar. Yendo en el bus, nos hacen bajar en la segunda parada. Ni idea de por qué, pero ya no me sorprendo. Bajo obedientemente y me subo al otro que nos espera delante. Me olvido de que ahora se desvía, porque hay una calle cortada, y sumo 15 minutos de retraso. Menos mal que voy con algo de tiempo extra. Llego a la copistería, y le doy mi pendrive al chico, orgullosa de no habérmelo dejado en casa (porque me ha pasado). Lo conecta y me lanza una mirada interrogante. El pen está vacío. Me quedo helada. La clase es en 45 minutos, y no tengo nada. Calculo si me da tiempo a volver a casa y coger el ordenador, pero veo que no hay nada que calcular: no tengo otra opción. (Luego compruebo en Google Maps que hay 54 minutos andando de la copistería a casa y de casa a la biblioteca. Añade subir las escaleras, enganchar el ordenador y volver cargada con él –de portátil sólo tiene el nombre- o esperar a por otro autobús que me haga una nueva pirula). Corro como una descosida sudando como un pollo, porque hace frío y llevo un montón de capas puestas, pero con el corazón henchido de gozo porque ya tengo otro numerito para el blog. Subo los tres pisos de dos en dos, engancho el ordenador, y con el cable colgando detrás de mí, salgo corriendo a la calle de nuevo. Miro el panel de información y el bus no debería tardar en aparecer. Me arriesgo y espero. Recojo el cable y mi lengua del suelo y subo al bus. No me deja cerca de la biblio, así que tengo que volver a correr. Llego justo a tiempo. Con el aspecto de haberme peleado a muerte con un kraken, pero a tiempo. Vaya gafe tengo con este hombre.
Volviendo, me encuentro con una española que conocí en la asociación y nos paramos a hablar. Mi espalda me pide a gritos que la libere de la mochila, pero no quiero ser descortés, y la chica es muy maja. Aunque estoy deseando derrumbarme en el sofá. Pero eso va a tener que esperar, porque hablamos durante un buen rato.
Al llegar a casa, encuentro a Claire silbando la canción de D’Artacan y los Tres Mosqueperros. Alucinada, le pregunto de dónde ha sacado esa melodía. Me dice que es de unos dibujos que se llamaban “Dogtanian and the Three Muskehounds”, que fueron un bombazo aquí. Exclamo que esos dibujos eran españoles (luego veo que eran una coproducción española-japonesa). Nos ponemos a tararear la canción juntas y me siento mejor. Gracias, D’Artacan.
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