sábado, 18 de noviembre de 2017

SÚPER... DESASTRE

Los de la biblioteca me hicieron ir para rellenar más documentación y ahora estamos a la espera de recibir mi PVG. Es una especie de informe que certifica que no tengo registros criminales, indispensable para estar en un servicio público. Creen que llegará hacia el 4 de diciembre, y entonces podré incorporarme.

Inmediatamente lo comuniqué en el súper, para no dejarlos tirados a última hora. Me ofrecieron trabajar allí hasta ese momento, así que empecé el trece. La verdad es que son muy majos.

Me dedico a meter la pata concienzudamente para que no me echen de menos. Son muy agradables, pero no te forman. El curso de ocho horas era bastante teórico, pero no tengo ni idea del funcionamiento de la caja ni de todos los casos especiales que surgen. Te los resuelven en el momento, delante del cliente que está esperando. Así que voy con bastante tensión. Hoy, al sentarme donde me asignan, me sale una nota en la pantalla avisando de que no puedo vender lotería en esa caja. No importa, en todos los días que llevo jamás me han pedido lotería. Hasta hoy, claro. El segundo cliente que aparece pretende hacerlo, y me tengo que disculpar balbuceante. Con el siguiente cliente, el escaner se vuelve loco y añade barras de pan sin mesura en su compra. Para introducir las barras tenemos una hoja con todos los códigos, y normalmente hay que usar el lector manual porque el otro no las pilla. A no ser que no quieras que las lea, porque me doy cuenta de que la hoja tiene más códigos de barras por el otro lado y el puñetero del escaner automático las está leyendo alegremente sin consultarme. Me vuelvo loca hasta que me doy cuenta de lo que está pasando. Los siguientes clientes me piden pagar la mitad en efectivo y la mitad con tarjeta de crédito. Respondo que tengo que preguntar a un supervisor para que me diga cómo se hace. Ellos me lo indican, pero me aturullan porque me dan un montón de monedas y luego añaden otro montón mientras me van explicando, y yo no puedo evitar preguntarme si me quieren liar adrede. Hacemos la transacción y al cabo de no mucho vienen dos supervisoras y se ponen a hablarme a la vez. No lo olvidemos, en escocés. Una me pide que le dé 14 libras de la caja (yo entiendo 40), mientras la otra me da un ticket arrugado y me pregunta si recuerdo esa venta. La miro extrañada, no pretenderá de verdad que recuerde las ventas por los tickets: si me lo diera a oler para seguirle el rastro no me asombraría más. No sé cómo abrir la caja sin hacer una venta para darle las 14 libras a la primera (con lo nerviosa que me están poniendo hablándome a la vez y dejando claro que ha habido un problema me he olvidado de la cifra y le pregunto si son 17. Las dos exclaman al unísono: ¡14!). La segunda me explica como abrir la caja mientras me pregunta si recuerdo cuánto dinero me dieron. Efectivamente, son los que dividieron el pago en monedas y VISA. Y por supuesto, ni me acuerdo de cuánto me dieron ni consigo hacer memoria mientras siguen hablándome a la vez e intentando explicarme lo que ha pasado. Al final entiendo que han vuelto para reclamar 14 libras que me dieron porque por lo visto yo anoté 17 (las que me dieron al principio) en vez de 31 (porque luego añadieron otras 14). Quieren saber si recuerdo exactamente cuánto me dieron porque si están mintiendo se van a llevar 14 libras por la patilla. Les digo que probablemente el error sea mío, pero que si pretenden que me acuerde es que no me conocen. Se me olvida el año en que estoy, voy a recordar eso. (Y sí, sólo lo digo mentalmente).

Al cabo de un rato, la segunda encargada pasa a mi lado y me dice “15”. Como son las 5, entiendo que me está diciendo que cierre y coja mi descanso de 15 minutos. Pero para asegurarme, le pregunto con un gesto si me voy. Asiente mientras pasa de largo. Así que cierro y me voy. Cuando vuelvo, se me acerca y me coge del brazo, riendo. “No te dije que te tomaras un descanso”. Tierra trágame (una vez más). "¿Cómo que no? Me dijiste 15, que volviera a y 15, a y cuarto, ¿no?” Se ríe. “No, te dije 15, de la caja 15. Que cerrases la tuya y te cambiases a la 15”. Porque esa es otra, estás en una caja y de repente te piden que te vayas a otra. Todas están en la misma fila y atienden igual, así que no le veo el sentido. Le pido disculpas, abochornada, pero no se lo toma mal e incluso se quiere asegurar de que he hecho el descanso completo, y que si no, que vuelva cuando lo haga. En vez de darme una torta. Hoy voy de culo y cuesta abajo: el escaner no me lee los cupones de descuento (pero el pan que no quiero cobrar bien que me lo coge), y tiemblo cada vez que tengo que vender alcohol a alguien que parece menor de 25 años. Porque como está prohibido vender a menores de 18, han creado una política de pedir identificación si parecen menores de 25, para dar un margen de seguridad. Pero es que aquí las chicas se maquillan como Kim Kardashian, y los chicos tienen unas barbas, un tamaño y unos vozarrones que me despistan totalmente, así que a veces me paso y pido el carnet a gente de más de 30. Y aquí no acaba todo: tienes que pedirlo también para vender bombones de licor, ¡pegamento!, ¡cerillas!... Cada vez que veo a alguien jovencito ruego porque vaya a otra caja o haya comprado sólo pan y galletas. Y que las galletas no lleven canela o algún otro ingrediente salvaje.

Encima hoy estoy hasta las diez, lo que significa que me voy a comer la hora punta de los que vienen a por alcohol en el último momento. A esa hora sólo quedamos dos o tres en la caja, así que me va a tocar alguno seguro.

Respiro aliviada con unos clientes españoles, con los que puedo hablar sin parecer imbécil. El siguiente cliente es español también, así que al tercero le digo directamente “Hola” en mi lengua, pero enseguida me doy cuenta de que es británico, así que cambio al inglés rápidamente y digo “Please” para saludarlo. Mi día de hoy, mejorable.

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