sábado, 28 de octubre de 2017

ACELERADA II

Voy a The Welcoming, una asociación que ayuda a los extranjeros a integrarse (Ver "Tips Edimburgo"). Los sábados abren una sala para que quien quiera pueda pintar, tocar el piano, jugar al ping-pong, a juegos de mesa… Y despliegan un montón de platos con fruta y dulces, además del té con galletas que tienen siempre disponible. Hoy la actividad organizada era hacer decoraciones para Halloween, y unos se ponen a abrir calabazas, otros a hacer murciélagos con rollos de papel higiénico (debería haber hecho uno para Claire), tarros para velas… Me encuentro allí con Chris y Filo, una madre y un hijo italianos con los que he hecho buenas migas, y con Magda, una chica polaca muy linda. Pero me tengo que ir temprano porque tengo que dar clase a las tres. El trayecto en autobús es de unos 20 minutos, pero para ir segura me voy a la una.

¿Apuestas? Porque por supuesto, pasa algo. Esta vez es que hay un partido de rugby en el estadio de Murrayfield y el tráfico está colapsado, porque es la hora de la salida. No se mueve ni un solo coche. Voy mirando el reloj cada vez más intranquila, mientras espero en la parada. Ni rastro del autobús. Las dos, nada. Dudo en llamar a mi jefa para avisar de que a lo mejor llego tarde, pero cruzo los dedos porque aún tenga tiempo. En la clase anterior pasó lo de la biblioteca cerrada, no va a ser buena imagen avisar al alumno de que a lo mejor llego tarde si quizá no lo haga. El atasco se disolverá en algún momento, ¿no?

No. Veo a lo lejos el autobús, parado. Como todos los demás coches. Avanzan un poquito. Se paran. Un poquito. Van para atrás. Vale, quizá para atrás no vayan, pero lo cierto es que no veo nada de movimiento. Empiezo a escribir un mensaje a mi jefa. No me responde. Busco en Google Maps (¡!) cuánto tardaría si voy andando. No me responde, funciona a la misma velocidad que el tráfico. Llega un autobús que no hace la ruta que conozco, pero pienso que más vale malo desconocido ahora que bueno conocido a saber cuándo. Me subo. Ahora estoy dentro, pero los vehículos siguen detenidos. Llamo a mi jefa. No me contesta. Pienso juiciosamente que es inútil desesperarme, porque no hay nada que pueda hacer. Me tiro de los pelos, pataleo y estrello mi mochila contra la ventana repetidamente. 

Mi jefa me llama al fin. Le explico como puedo la situación (porque el autobús ha tomado otra ruta y no sé dónde estoy). Es muy comprensiva y me dice que no me preocupe, que avisará al alumno de que a lo mejor llego un poco tarde. Esto es lo que quería evitar, pero será mejor que llegar tarde sin avisar.

Cuando el bus para en un sitio que reconozco, bajo a toda prisa y corro más que Daniel Day-Lewis en “El último mohicano”. Consigo llegar sólo un minuto tarde. Me disculpo con mi alumno, que dice que no pasa nada, me desmayo, y cuando recupero el conocimiento le doy la clase. 

Cuando llego a casa, a eso de las seis, como y me dispongo a seguir preparando clases. Internet no funciona. Richard Branson está empezando a tocarme las narices. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario