martes, 7 de noviembre de 2017

UN DÍA PARA RECORDAR

El sábado paso ocho horas atendiendo a un curso de formación en escocés para trabajar en el súper. Salgo agotada, por la tensión de no entenderlo todo y el miedo a quedar como una tonta. Además me confirman que tengo que trabajar este lunes, martes y sábado. Y ya he contado cómo tengo esos días. Me disculpo diciendo que no sabía que el comienzo era tan inminente y que no puedo empezar hasta la semana siguiente. Siempre tengo el trabajo de Correos esperándome, así que me arriesgo a que me manden a freír espárragos. Pero son comprensivos, lo que hace que me sienta peor. Estoy agotada, física y mentalmente.

Ayer Leon me prepara para la entrevista. Fallo en todas las preguntas, me quedo atascada, balbuceo, me dan ataques epilépticos... Empezamos una y otra vez. Me siento como Karate Kid. Salgo desinflada, aunque él intenta animarme: “Es sólo un trabajo. Si no sale esta vez, seguiremos probando y alguno saldrá”. Me pide que en cuanto la haga le cuente cómo me ha ido.

Hoy trabajo la entrevista siguiendo sus pautas. Me hago un guión con mi biografía laboral, lo reparto en tarjetas y lo practico, controlando el tiempo que me lleva contarla. Una llamada de teléfono interrumpe mi práctica: es Leon, todo animado, preguntándome cómo me fue la entrevista. Le digo que aún no la he hecho. Se disculpa, entendió que era ayer por la tarde. Me vuelve a pedir que lo avise cuando salga. Estoy un poco más tranquila ahora que he practicado la biografía y algunas de las preguntas que me sugirió. Hago meditación, acaricio el zorro de la postal que me regaló Claire para darme suerte cuando fui a la entrevista para el Royal Mail…

Finalmente me presento en la Biblioteca Central, donde me hacen la entrevista una mujer y un hombre muy agradables. No me preguntan por mi historia, aunque sí me hacen otras que practiqué con Leon. Y alguna que no. Pero estoy sorprendentemente tranquila, mi inglés es decente y entiendo casi todo lo que me dicen. Cuando acabamos, me informan de que tendrán la respuesta en esta semana y que probablemente en breve vuelvan a necesitar gente y tiren de algunos de los que no hayan sido seleccionados ahora. Me pregunto si es una insinuación de que esta vez no me cogerán pero no pierda la esperanza. Aparte, me parece que he estado poco tiempo en comparación con el candidato anterior, que seguramente tenía muchas más cosas interesantes que contar. De todos modos salgo bastante contenta. Me doy cuenta de que he hecho la entrevista feliz, por primera vez en mi vida. Voy corriendo a The Welcoming porque hoy hay clase de inglés con Iain, y aunque no podré quedarme las dos horas porque tengo entradas para un Ceilidh esta noche, me acerco aunque sólo sea para un rato porque adoro las clases con él. Es un escocés muy peculiar que entra contagiando energía, es divertidísimo y tiene un montón de oficio, así que me encanta ir. Le escribo un mensaje a Leon contándole que he estado bastante fluida, probablemente por la media botella de whisky que me he metido antes, y le doy las gracias por su ayuda. En el bus coincido con Janna, una chica alemana que también va al coro. Le pregunto si quiere apuntarse al Ceilidh y dice que sí, entusiasmada. Christiana y Filippo irán directamente desde su casa.

Iain es tan brillante que la primera hora pasa en un suspiro. En el descanso, con todo el dolor de mi corazón les digo a mis compañeros que nos tenemos que ir porque vamos al Ceilidh . La chica tibetana que tengo al lado me pregunta si soy bailarina. Le digo que no, divertida, pero me responde que lo parezco. Supongo que es porque voy vestida de negro. Y recuerdo el cachondeo que todavía hay en mi casa cuando rememoran el día en que, de niña, me disfracé de bailarina clásica y practiqué unos pasos frente a la cámara de Súper 8 para que mi vergüenza tuviese constancia gráfica. El choteo dura hasta ahora. Pero no me paro a explicárselo a mi compañera. Me disculpo con Iain por tenernos que marchar y me pregunta si es la primera vez que vamos a un Ceilidh. Al responderle afirmativamente nos pide que nos acerquemos a él. No sabemos lo que quiere, pero obedecemos. Nos indica que separemos los pies, haciéndolo él también. Los separamos. Da un paso y pide que lo imitemos. Luego otro, lo mismo. “¡Y ahora, saltando!” Y se pone a saltar. Janna se corta, pero yo lo imito entusiasmada. “¡Ahora ya podéis ir a un Ceilidh!”, exclama. Lástima que tengamos prisa, me encantaría que nos enseñase más. Y ahora me voy a perder sus clases, porque los martes trabajaré en el súper…

Al llegar al Ceilidh, Janna y yo nos sentimos perdidas viendo a la gente bailar, pero cuando empieza la siguiente canción un señor mayor con gafas se nos acerca y nos coge de la mano. Nos lleva a la pista y nos guía en la danza. Luego bailamos con uno, con otros, en grupo, en pareja. Llegan Filippo y Chris y se nos unen. Creo que jamás me he divertido tanto. La gente que sabe los pasos indica a los que no sabemos, y como hay danzas en las que hay que cambiar de pareja constantemente, al final bailas con todo el mundo. Es una celebración abierta e inclusiva. Y entiendo un poco más sobre los escoceses. Esta danza es de gente acogedora y alegre. Como ellos. Soy feliz, me desfogo de estas semanas de estrés. Cada vez que acaba una canción me digo que descansaré un poco, pero empieza la siguiente y no puedo contenerme. Un escocés ataviado con kilt y jubón me levanta en volandas cuando le toca bailar conmigo. Cada vez que coincidimos me hace volar al dar las vueltas. El ceilidh dura tres horas y lo hace con casi todas las mujeres, así que supongo que estará entrenado. La última danza es divertidísima, me toca Filippo de pareja y giramos constantemente, nos cruzamos con todo el mundo, saltamos, damos palmas, gritamos, chocamos, nos empujamos… No quiero que acabe, aunque mi cuerpo lo agradecería. Cuando nos vamos, el escocés que levanta a sus parejas me dice que vuelo muy bien y me pregunta si me he divertido. “¡Como una loca, quiero venir cada día!”, afirmo. Me informa de que los viernes se reúnen en otro lugar, me da los datos y me indica la web que tienen para que esté al día de lo que hacen. Respondo que tendría que ver vídeos antes para aprender los pasos, porque he estado pisando a todo el mundo, tropezando… Replica que no, que eso es parte de la diversión. Y añade que ahora se van a tomar algo al pub y me invita a que nos unamos. Pero respondo que necesito una ducha, estoy apestosa. Afirma que ellos también, pero como estamos todos igual no pasa nada. Contesto que seguramente desalojarán el pub en cuanto entren, y responde que esa es la idea.

Janna, Filippo, Chris y yo salimos arrastrando los pies y quejándonos de lo agotados que estamos, pero cuando les digo que el viernes hay otro, se entusiasman. Vuelvo a casa feliz, embriagada por la alegría de la danza y la hospitalidad de los locales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario