Los miércoles, los de The Welcoming organizan visitas guiadas por la ciudad. Hoy vamos al museo con David, una criatura angelical que sólo pierde la compostura cuando oye la palabra “Brexit”. Tras las visitas siempre vamos a tomar algo. Y es donde tengo mi momento de gloria.
En realidad no hablo mucho porque Peter está monopolizando casi toda la conversación, pero hubiera sido mejor que no hubiese podido intervenir, porque cuando lo hago, suelto LA CAGADA más gorda desde que he llegado aquí. Lo bueno es que de ahí ya no puedo ir a peor.
Peter cuenta que en su país asisten a una misa en Nochebuena, y David dice que aquí también lo hacen. Mientras Peter se calla un segundo para respirar, digo que en España la llamamos “The cock mass” (La misa del gallo. O eso creía yo). David se atraganta y se me queda mirando con los ojos como platos. “¿Cómo?”, me pregunta. Como sé que no oye muy bien, se lo repito más alto. La perplejidad en su rostro es palpable. Intento pronunciar mejor, como aquí son tan mijitas con las vocales, y lo repito más alto aún. Al ver que no reacciona, le digo en inglés, desesperada: “¡El gallo, el macho de la gallina!”. Su rostro se relaja y suelta una carcajada. –Inglesa-. Veo que quiere decirme algo, pero cada vez que lo intenta le entra otro ataque de risa, hasta que consigue advertirme que tenga cuidado con esa palabra. Por lo visto, aquí dicen “cockerel”. Si lo abrevias significa otra cosa.
Resumiendo, para mí “cock” es el macho de la gallina (o sea, el gallo). Pero para ellos, es la hembra del pollo (o sea, la…). Así que yo estaba diciendo que en España se celebra la Nochebuena asistiendo a “la misa de la p*%$”. Ahora entiendo la expresión de David, preguntándose qué clase de bárbaros somos. Y yo, asombrada, insisto en que siempre he dicho “cock”. Más risas. Esta se me queda grabada para siempre.
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