Me levanto pronto para ir a buscar a mi prima al aeropuerto. Me duelen todos los músculos. Absolutamente todos, no sabía que hubiese tantos. Pero me he despertado alegre y agradecida, no sé si borracha aún por la experiencia del Ceilidh. Siento algo en el aire, en mí, aunque estoy reventada. Recojo a Luisa, le enseño parte de la ciudad. Es uno de los días más fríos que he vivido aquí y la pobre está un poco desesperada.
Leon me llama para disculparse por no haber podido responder ayer a mi mensaje y saber más sobre la entrevista. Me pregunta cauteloso: “No bebiste whisky antes de ir, ¿verdad?” Suelto una carcajada y le digo que era una broma. Se ríe, pensó que a lo mejor estaba de coña, pero no lo tenía muy claro. Es lo que tiene parecer tan seria, que no saben por dónde cogerte. Me pide que le cuente todo y me aconseja que no me preocupe si no me dan el puesto, que seguiremos intentándolo. Pero parece que le gustan las respuestas que di.
Le enseño la ciudad a Luisa y cuando volvemos a casa por la noche compruebo el correo. Veo el encabezado de un mensaje de la biblioteca y me deprimo. Los rechazos los comunican siempre por correo. “Creo que aquí vienen malas noticias”, le digo a Luisa mientras abro el correo y busco el fatídico “Unfortunately…” Pero no lo encuentro. Sigo buscando, y ¡ME HAN COGIDO!! Lo vuelvo a leer más despacio para asegurarme. Miro a Luisa entusiasmada, sin poder hablar. La pobre no entiende nada. Se lo digo, gritamos, nos abrazamos. Voy a decírselo a Claire: gritamos, nos abrazamos. Llamo a mi familia, gritamos, no podemos abrazarnos.
Al fin.
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