lunes, 20 de noviembre de 2017

OLIVERIA III

Le cuento a mi hermano mis momentos de gloria en el súper. También le comento que en el curso de inducción nos dijeron que no querían robots amables, si no que fuéramos nosotros mismos. Enseguida me arrepiento de habérselo contado, consciente de que le he dado material para el escarnio. En efecto, rápido como el rayo, dice exactamente lo que yo estaba pensando: “Hombre, si le dicen a Mr Bean que sea él mismo, luego que no se quejen”. Maldita telepatía fraterna.

Vuelvo del trabajo deseando acostarme porque tengo un resfriado homologado, cogido vete tú a saber cómo. Ni que hiciera frío en Edimburgo en noviembre. Y recuerdo que justo hoy el novio de Claire vuelve de viaje y se va a quedar en casa. Ella me preguntó ayer, muy diplomática, qué iba a hacer esta noche. O sea, que ahueque el ala. ¿A dónde voy si cierran las tiendas a las seis? Recuerdo que Thomas me mandó un mensaje para que quedáramos y no pude ese día. Así que le escribo, pero por supuesto, hoy es él quien no puede. Como estoy hecha polvo decido acostarme hasta las siete y media, que es cuando llegará Neil. Sintiéndome muy desgraciada, al llegar la hora consigo desincrustarme del edredón, me pongo toda la ropa que tengo encima y salgo al encuentro del benigno clima escocés. He cogido el portátil pequeño que me trajo mi prima cuando vino a verme, para poder escribir. Hago un alto en el súper para avituallarme de pañuelos y me voy a la parada del bus. El siguiente no pasa hasta dentro de 25 minutos. Dudo entre hacer el camino andando (cuesta arriba, con mi mochila) o esperar con el riesgo de ascender el resfriado a grado de neumonía. Así que emprendo camino arriba, asfixiándome porque tengo la nariz completamente taponada. Sofisticada como soy, me voy al KFC para cenar porque he visto que cierran tarde y me podré quedar ahí sin dar más tumbos. Me voy a la parte de abajo esperando encontrar privacidad y tranquilidad para escribir después de cenar. Olvidaba la selección musical de este tipo de establecimientos. Por no hablar del volumen. Cualquiera se concentra aquí. Pero no pasa nada, porque antes de acabar mi comida viene un empleado y nos dice que cierran en 10 minutos. Sí hombre, si en la web decía que cierran a las dos de la madrugada… Y es cierto, pero a partir de las nueve sólo tienen abierta la parte de arriba. Donde todos los asientos están ocupados y la música aún más alta. Engullo lo que me queda y voy para el tranvía, dispuesta a volver cerca de casa. El tranvía se marcha delante de mis narices, así que tengo que regresar caminando. Al menos ahora es cuesta abajo. Y no llueve. Mi día de suerte.

Me meto en el pub de debajo de mi casa, al que nunca había ido. Está muy tranquilo y abro el ordenador, dispuesta a escribir todo lo que tengo atrasado. Pero mi portátil no está por la labor. Me pide que actualice la clave de producto de Windows. ¿?? Me acuerdo de Bill Gates y de toda su prole. No sé para qué me molesto en comprar licencias si luego me dan estos problemas. Saco la libreta y el lápiz: menos mal que los llevaba y no necesito códigos de veinte dígitos para usarlos. 

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