domingo, 4 de marzo de 2018

THE TIME OF MY LIFE

Ayer Jana me convenció para ir a otro Ceilidh. A su amiga le ha encantado la experiencia y quieren repetir, ya que Elise se marcha hoy. David, el alma caritativa que evitó que perdiese las botas el otro día, va a ir con ellas. Este fin de semana el novio de Claire va a estar en casa, así que es una oportunidad para quitarme de en medio un poco. Escribo a los demás “regulars” que conozco, por si quieren unirse, y sólo Donald puede. Me siento crecidita: ya soy yo la que invita a los profesionales. Pero ya se me bajarán los humos. Sólo hay que darme tiempo.

Una vez en el pub nos unimos a Donald y a David. Me quito las doscientas capas que llevo encima y nos acomodamos. Cuando la banda empieza a tocar los cuatro se emparejan y yo me quedo algo desubicada al darme cuenta de que somos impares y la gente que hay allí no está mucho por el baile o va ya en pareja. Me conciencio de que esta noche no podré darlo todo y me siento. Pero salido de la nada aparece un chico con su kilt y todo el equipo ofreciéndome la mano. Me agarro a ella como si fuera el último salvavidas del Titanic y nos vamos a la pista. Es un bailarín experimentado, aunque hablando con él me entero de que es polaco. Nada en contra de los polacos, pero es lo último que te esperas cuando ves a un hombre con kilt bailando danzas celtas como si las llevase practicando desde antes de empezar a gatear. Creía que ya me habían volteado de todas las formas posibles, pero no: éste me coge con los dos brazos y me alza en vertical extendiéndolos completamente. No diré qué parte de mi cuerpo queda a la altura de su cara. Temo que lo próximo sea el salto final de “Dirty Dancing”, al paso que va esto. Pero disfruto hasta que Stephan -el polaco- me dice que la posición de mi brazo, doblado detrás de la espalda, es un gesto que los hombres usan para demostrar su masculinidad. Ya lo dije, dadme tiempo. Yo pego el brazo a la espalda para evitar arrearle con él a otro bailarín debido a la falta de espacio y a la fuerza centrípeta -o centrífuga, a saber-, pero parece que en mi subconsciente lo que quiero es hacer alarde de mi masculinidad. Tendré que consultarlo con los otros “regulars”, porque hasta ahora no parecen muy intimidados por mi testosterona y me llevan a la pista. Quizá sea un cuento de Stephan. Pero por si acaso separo el brazo del cuerpo.

Jana dice que dos chicos la han rechazado cuando les pidió bailar. Donald exclama, indignado, que es muy poco caballeroso rechazar a una chica. Matizando luego que si es la primera vez y aún se ignora cómo baila: al parecer sí es aceptable si ya se ha bailado con ella y comprobado que lo hace muy mal. Pero antes de saberlo es totalmente inexcusable. Códigos de honor celtas, supongo.

jueves, 1 de marzo de 2018

ESTÁN LOCOS, ESTOS BRITÁNICOS

El vendaval se intensifica, los autobuses no prestan servicio, se recomienda no salir a la calle. Me decido a disfrutar de un día en casa sin remordimientos: no por pereza, sino por ser una ciudadana juiciosa que sigue los consejos de las autoridades locales. Claire se me acerca con una sonrisa de oreja a oreja, con unos cacharros en la mano a medio camino entre esquíes y aletas de natación y me suelta: “Como sé que te encanta probar cosas nuevas, vamos a ir a Calton Hill y mientras tú experimentas con esto yo esquío”. Le comento de pasada lo de la alerta roja debida a la nieve y al viento,  que la sensación térmica es de doce grados bajo cero y que recomiendan permanecer en los hogares. Me responde que eso es sólo para los coches. Por aquí no, Claire: vale lo de contar murciélagos en un bosque solitario de noche, pero convencerme de que suba a Calton Hill con este tiempo… Hay que estar como una cabra.

Y hay bastantes, allí. Ella va con los esquíes por la acera, despertando comentarios divertidos entre los paseantes. El viento clava la nieve en mi cara, no veo nada porque no puedo mantener los ojos abiertos y me pregunto qué narices se me ha perdido a mí en la calle hoy. Mientras ascendemos, nos cruzamos con niños y adolescentes con trineos y con dueños responsables paseando a sus perros. En lo alto hay un montón de gente: haciendo fotos, lanzando bolas de nieve, deslizándose colina abajo sobre lo que encuentran... A estos no los para nadie, ¿no iban a invadir el mundo? Está claro que son incapaces de quedarse en su casa.