jueves, 14 de junio de 2018

COMO IBA DICIENDO...

Ya, más de tres meses sin una triste metedura de pata que llevaros a la boca. No es que no haya macguseado: es que no he tenido tiempo ni ganas de contar nada. Ha sido una temporada más frenética de lo habitual. Casi nada.

Mi aniversario aquí me pilla de post-mudanza. Claire me soltó la bomba de que su novio se quería venir a vivir con ella y tres son multitud. Como diría Tonino Carotone, “Me cago en el amor”. Así que he estado con el hocico metido en el ordenador buscando piso como una desesperada. Si tienes más de 30 años y no puedes permitirte un piso exclusivamente para ti, la cosa está dificililla tirando a muy jod... La mayoría de anuncios son para estudiantes, se supone que a mi edad si has hecho las cosas medio bien deberías vivir o con la familia que has formado o tener la capacidad económica de vivir solo. Si las has hecho como yo… Pues eso.

Veo agujeros estándar y agujeros inmundos cerca del centro y sitios decentes a tomar viento. Difícil elección. Y con el estrés de que tienes que decidirte inmediatamente. Un piso que ves por la tarde está vendido a la mañana siguiente. Por lo que a últimas me meto en un piso decente que no está a tomar viento, pero compartiendo con otras cuatro personas. La cura para la misantropía. Y para una motilidad intestinal veleidosa.

Al poco de vivir aquí, estoy en la cocina con una compañera (a saber su nombre) y cuando sale la luz se apaga. Vale que no tengamos que ser hermanas, pero lo de apagar la luz al salir estando yo dentro me parece poco amigable. Luego pienso que quizá ni se ha dado cuenta, que ha sido un gesto automático. Cuando le doy al interruptor y la luz no vuelve, le doy al del pasillo y nada, al del baño y nada, pienso que quitar la corriente se acerca a la psicopatía. Hasta que oigo una exclamación muy británica que empieza por efe y ella y otro compañero aparecen. Me explican que hemos gastado la tarjeta. Resulta que en este piso la luz se recarga como una tarjeta de móvil. Y nos hemos fundido la tarjeta, nunca mejor dicho. Hay que ir a una tienda a recargarla. No dando crédito, me ofrezco a hacerlo para aprender cómo funciona esto. Son casi las diez de la noche. Menos mal, porque después la tienda estaría cerrada y tendríamos que iluminarnos con los móviles hasta el día siguiente. A ver quién enciende una vela aquí, con tanta moqueta. Hablando de eso, también he podido comprobar que la alarma de incendios funciona perfectamente. Una compañera quemó su comida sólo para hacerme una demostración práctica. También puede ser que la cocina no sea lo suyo.

Otro aspecto que me ha tenido ocupada ha sido el trabajo. Mis jefes quieren que me vaya entrenando en las actividades para familias que hacen un día por semana: cantar canciones infantiles para padres e hijos. Estos vienen y se sientan alrededor de la cantautora, quien canta y representa rimas infantiles. Al menos me servirá para aprender inglés. Ya me he metido (literalmente) en la piel de la mascota, mando fotos dedicadas a quien las pida. España se me quedaba pequeña artísticamente, pero no se me ha subido a la cabeza. Aún. Cuando en la biblioteca me pidan bises de “Twinkle twinkle little star” ya hablaremos.



domingo, 4 de marzo de 2018

THE TIME OF MY LIFE

Ayer Jana me convenció para ir a otro Ceilidh. A su amiga le ha encantado la experiencia y quieren repetir, ya que Elise se marcha hoy. David, el alma caritativa que evitó que perdiese las botas el otro día, va a ir con ellas. Este fin de semana el novio de Claire va a estar en casa, así que es una oportunidad para quitarme de en medio un poco. Escribo a los demás “regulars” que conozco, por si quieren unirse, y sólo Donald puede. Me siento crecidita: ya soy yo la que invita a los profesionales. Pero ya se me bajarán los humos. Sólo hay que darme tiempo.

Una vez en el pub nos unimos a Donald y a David. Me quito las doscientas capas que llevo encima y nos acomodamos. Cuando la banda empieza a tocar los cuatro se emparejan y yo me quedo algo desubicada al darme cuenta de que somos impares y la gente que hay allí no está mucho por el baile o va ya en pareja. Me conciencio de que esta noche no podré darlo todo y me siento. Pero salido de la nada aparece un chico con su kilt y todo el equipo ofreciéndome la mano. Me agarro a ella como si fuera el último salvavidas del Titanic y nos vamos a la pista. Es un bailarín experimentado, aunque hablando con él me entero de que es polaco. Nada en contra de los polacos, pero es lo último que te esperas cuando ves a un hombre con kilt bailando danzas celtas como si las llevase practicando desde antes de empezar a gatear. Creía que ya me habían volteado de todas las formas posibles, pero no: éste me coge con los dos brazos y me alza en vertical extendiéndolos completamente. No diré qué parte de mi cuerpo queda a la altura de su cara. Temo que lo próximo sea el salto final de “Dirty Dancing”, al paso que va esto. Pero disfruto hasta que Stephan -el polaco- me dice que la posición de mi brazo, doblado detrás de la espalda, es un gesto que los hombres usan para demostrar su masculinidad. Ya lo dije, dadme tiempo. Yo pego el brazo a la espalda para evitar arrearle con él a otro bailarín debido a la falta de espacio y a la fuerza centrípeta -o centrífuga, a saber-, pero parece que en mi subconsciente lo que quiero es hacer alarde de mi masculinidad. Tendré que consultarlo con los otros “regulars”, porque hasta ahora no parecen muy intimidados por mi testosterona y me llevan a la pista. Quizá sea un cuento de Stephan. Pero por si acaso separo el brazo del cuerpo.

Jana dice que dos chicos la han rechazado cuando les pidió bailar. Donald exclama, indignado, que es muy poco caballeroso rechazar a una chica. Matizando luego que si es la primera vez y aún se ignora cómo baila: al parecer sí es aceptable si ya se ha bailado con ella y comprobado que lo hace muy mal. Pero antes de saberlo es totalmente inexcusable. Códigos de honor celtas, supongo.

jueves, 1 de marzo de 2018

ESTÁN LOCOS, ESTOS BRITÁNICOS

El vendaval se intensifica, los autobuses no prestan servicio, se recomienda no salir a la calle. Me decido a disfrutar de un día en casa sin remordimientos: no por pereza, sino por ser una ciudadana juiciosa que sigue los consejos de las autoridades locales. Claire se me acerca con una sonrisa de oreja a oreja, con unos cacharros en la mano a medio camino entre esquíes y aletas de natación y me suelta: “Como sé que te encanta probar cosas nuevas, vamos a ir a Calton Hill y mientras tú experimentas con esto yo esquío”. Le comento de pasada lo de la alerta roja debida a la nieve y al viento,  que la sensación térmica es de doce grados bajo cero y que recomiendan permanecer en los hogares. Me responde que eso es sólo para los coches. Por aquí no, Claire: vale lo de contar murciélagos en un bosque solitario de noche, pero convencerme de que suba a Calton Hill con este tiempo… Hay que estar como una cabra.

Y hay bastantes, allí. Ella va con los esquíes por la acera, despertando comentarios divertidos entre los paseantes. El viento clava la nieve en mi cara, no veo nada porque no puedo mantener los ojos abiertos y me pregunto qué narices se me ha perdido a mí en la calle hoy. Mientras ascendemos, nos cruzamos con niños y adolescentes con trineos y con dueños responsables paseando a sus perros. En lo alto hay un montón de gente: haciendo fotos, lanzando bolas de nieve, deslizándose colina abajo sobre lo que encuentran... A estos no los para nadie, ¿no iban a invadir el mundo? Está claro que son incapaces de quedarse en su casa. 


miércoles, 28 de febrero de 2018

TEMPORAL

Me levanto reventada, sin entender cómo me pueden doler tantas partes del cuerpo a la vez. ¿Cómo es posible tener agujetas en las axilas? ¿Cómo lo hacen los de aquí? Si yo no puedo con mi alma, que soy a la que han aupado, ¿cómo deben de sentirse los que se han pasado media noche haciendo levantamiento de “lassies”? Nunca estaré a la altura, esta gente se curte subiendo cuestas de noventa grados en bicicleta entre un vendaval de nieve en manga corta desde que tienen dos añitos. Y yo me ahogo subiendo un bordillo.

Hay alerta por el temporal llamado “The beast of the East”, que para más emoción, ha quedado con la tormenta Emma en UK (no había otro sitio para citarse) y recomiendan no salir de casa. Me pregunto cómo me voy a apañar para ir al trabajo esta tarde. Con este cuerpecito que no sirve ni para abono y teniendo que luchar contra un vendaval de nieve. Pero me llega ayuda de alguien inesperado: el Ayuntamiento, que ha decidido cerrar las bibliotecas hoy y mañana debido al mal tiempo. Mi encargado me llama para avisarme. Pese a que estoy machacada, me quedan fuerzas para saltar de alegría por toda la casa. Y al pasar frente a la ventana del comedor, veo a un autóctono haciendo footing en pantalón corto sobre la nieve. Otra vez.

martes, 27 de febrero de 2018

INTEGRACIÓN

Voy de nuevo a bailar. Doy brincos durante tres horas, me levantan en volandas, me dan vueltas, me empujan, me pisan, piso, choco, me quedo sin aliento… Lo que es tradicionalmente un Ceilidh. Al acabar, Donald, uno de los “regulars” (bailarines experimentados que no se pierden ni un sarao) me sugiere que vayamos al pub con ellos. Me encantaría, pero perdería el último autobús. Me pregunta a dónde voy y cuando se lo digo se ríe, asombrado. Vive a un minuto de allí, me puede llevar en coche luego. Ahora quién dice que no.

Ah sí: yo. Porque me doy cuenta de que apenas me quedan unos peniques. He gastado lo que tenía en comprar el ticket para el siguiente Ceilidh, pensando que no necesitaría más dinero esta noche. Me dice que por eso no me preocupe, que él me invita. Me trago el apuro y acepto. Cuando estamos saliendo, David, otro de los “regulars” que es la viva estampa de Papá Noel, pregunta: “Esas botas, ¿de quién son?”. Ostras, me las dejaba allí. He venido con las botas de nieve y aquí las he cambiado por mis deportivas. David me mueve la cabeza para asegurarse de que la tengo sujeta al cuerpo. Sí, sujeta está. Operativa, no tanto. 

Así que nos vamos Jana, su amiga y yo con el clan del kilt al pub. Ceilidh, kilts, pub, nieve. Si esto no es integrarse…

lunes, 29 de enero de 2018

APRETANDO

Me acabo de dar cuenta de otra metedurilla de pata sin apenas importancia. Que cometo todos los días en el trabajo.

Para entrar y salir de la biblioteca hay que apretar un botón que hay a un costado, que hace que las puertas se abran automáticamente. Muchos usuarios no ven el botón y forcejean con la puerta, que a lo bruto también se puede abrir manualmente. Yo, solícita como soy, cuando los veo pugnando por salir les digo desde mi puesto: "Press the button!", pero no parece surtir efecto. Probablemente no lo digo suficientemente alto. Ojalá sea eso. Porque una súbita iluminación acaba de caer sobre mí y he corrido a confirmar si lo estoy pronunciando bien. Ingenua. 

En mi mente, yo veo la palabra escrita correctamente (button), pero la pronuncio como "bottom". Que significa "culo". Así que llevo un mes aconsejando a los usuarios que para salir, aprieten el culo. Ahora que lo pienso, quizá SÍ seguían mis indicaciones. Cómo saberlo...

Y estas son sólo las pifias de las que me doy cuenta.

jueves, 11 de enero de 2018

MACPEPE

Estaba esperando a ir a España para cortarme el pelo, pero si lo hago en Ryanair me cobrarán un recargo por exceso de peso, así que busco una academia aquí. Las peluquerías son prohibitivas, y no quiero dejarme 50 libras sólo en cortarme las puntas. No olvidemos de dónde vengo. Así que me arriesgo a ponerme en las manos de una aprendiza. Total, si me hacen un estropicio, el pelo crece rápido. Lo peor que me puede pasar es que me dejen calva, y ya he pasado por eso, -en una peluquería normal, por cierto-, así que quién dijo miedo. 

No me dejan como Sinéad O'Connor. Me dejan como Pepe el Marismeño. Estoy por dejarme bigote, porque parezco un tío desaliñado. Así por lo menos estaría más varonil. 

lunes, 1 de enero de 2018

NOCHEVIEJA

Invito a Chris, a su madre y a Filippo a cenar en casa y me empleo a fondo. Filippo es cocinero y tiene la encomiable capacidad de decir lo que piensa sin anestesia, así que me siento un poco presionada.

Por suerte tengo bastante tiempo, porque él trabaja hasta tarde. Al final, por una serie de equivocaciones (de las que por una vez no formo parte), empezamos a cenar a las once y media de la noche, y la madre de Chris aún no ha aparecido. He preparado un plato con doce uvas para cada uno. Me informé y me dijeron que en la BBC retransmiten las campanadas, así que podré acabar el año con esta tradición milenaria. Está bien: centenaria, por los pelos y por motivos económicos, todo muy terrenal. Pero me divierte, qué pasa. En fin, que aviso a Chris y a Filippo de que yo a las doce haré lo de las campanadas y luego seguiré comiendo, y les ofrezco un plato a cada uno por si quieren seguirme. A menos diez me pongo a buscar en la tele, pero en la BBC hay un grupo cantando “Auld lang syne”: ni rastro de una mujer con un vestido poco invernal ni un hombre con una capa frente al Big Ben. Busco en diferentes canales, pero nada. Vuelvo al principal. Ahora hay una chica cantando una canción celta. Muy bonita, pero ¿dónde está el Big Ben? Corro a por la radio de Claire, a ver si tengo más suerte. No sé cómo tiene las pre-sintonías puestas, que sólo localizo un canal de música clásica y otro de música no clásica. Llaman al timbre de abajo. Es la madre de Chris. A las 23:59 h en Nochevieja. Abro la puerta como un huracán e imploro a la tele, mientras veo un pequeño número 8 sobre la pantalla. Luego un 7, un 6… No me fastidies, ¿es ya la cuenta atrás de las campanadas? ¿Sin reloj ni nada? Doy un grito, mis amigos me miran sin comprender, y me abalanzo sobre el plato de uvas, embutiéndome un puñado sin contarlas, mientras Filippo me imita y Chris se descojona. Me meto la otra mitad, llega la madre de Chris y la saludo con un gesto, las mejillas como un hamster en un buffet libre, mientras me tapo la nariz para impedir que las uvas se salgan por allí. La perfecta anfitriona. Cuando consigo deglutir, cojo mi vaso de zumo y brindo chocándolo con los vasos de zumo de Chris y Filippo y el de agua de Anna. Si esto no es entrar con glamour en el 2018, yo ya no sé qué es.