jueves, 30 de noviembre de 2017

NO, NO PODÍA SER TAN FÁCIL

Al final soy afortunada, porque me han dado la cita para el único día que no trabajo. A ver cómo explico en el súper que tengo que ausentarme para obtener la documentación que necesito para dejarlos a ellos. La chica que me atiende es muy agradable y me registro sin incidentes. Una cosa menos. 

Y luego me entero de que en la biblioteca están pidiendo referencias sobre mí: uno de mis antiguos jefes me escribe preguntándome cuál era mi sueldo, porque le han mandado un cuestionario en el que les falta preguntarle cuántas veces me resfrío al año. Además, ¿yo no estaba seleccionada ya? ¿Qué me he perdido? Y los resultados del PVG sin llegar aún. Sudor frío de nuevo.

lunes, 27 de noviembre de 2017

NO PODÍA SER TAN FÁCIL

Como lo de la biblioteca no podía ser tan fácil, recibo un mensaje pidiéndome que rellene un cuestionario médico. Me pongo a ello, hasta que llego al apartado donde tengo que poner los datos de mi médico. Aún no me he registrado en ninguna consulta. Me sumerjo entusiasmada en el apasionante mundo de los General Practitioners (médicos de familia). Empiezo a llamar a diferentes consultas para registrarme: en una tengo que llamar los martes de 10 a 12, en otra tengo que ir antes de que abran, o sea hacia las siete y pico de la mañana y hacer cola para conseguir número para que me den el formulario; en otra me dicen directamente que no tienen huecos… Además, aquí encuentro a un colectivo que no parece muy escocés. En general, las personas que atienden son bastante secas. Como decía Smug Roberts, “huelen” que eres pobre y te tratan con un palito. 

Aviso a la biblioteca de lo que pasa, y me responden que no puedo empezar a trabajar sin tener un médico. Será que tienen previsto empujarme por las escaleras, qué se yo. Sudor frío por la espalda. Así que, después del fracaso con las llamadas, me presento en un centro y me dan cita para la semana próxima. Demasiado tarde, si empiezo a trabajar el 4, como me dijeron. Decido ir el día siguiente a una consulta que me pilla más lejos, pero que se supone que si vas temprano consigues hacerlo. Así que madrugo y a las siete y veinte de la mañana estoy en la calle, a 0 grados, en una cola formada ya por doce personas. Pero como me dijeron que daban 20 números respiro tranquila. Haciendo nubes de vaho, pero tranquila. Cuando al final me toca, me preguntan la dirección y cuando les digo mi calle (3 veces, porque no me entienden), me dicen que no me corresponde ese centro. Abrazo a las recepcionistas, les doy mi teléfono para que sigamos en contacto y en el camino de vuelta pierdo un guante.

En casa me envuelvo en una manta isotérmica, me hago un té y lo bebo directamente del hervidor y sigo probando con el teléfono a las horas precisas en que puedes llamar para pedir cita. Que son exactamente en el intervalo del primer y segundo canto del estornino pinto. Consigo una cita para este jueves con una recepcionista agradable, pero aún no estoy segura de que sea para registrarme o para hacer un paso previo. Preparo toda la documentación y ejecuto una danza chamánica destinada a agradar a los espíritus del NHS (Servicio Nacional de Salud). Y a entrar en calor, también.

lunes, 20 de noviembre de 2017

OLIVERIA III

Le cuento a mi hermano mis momentos de gloria en el súper. También le comento que en el curso de inducción nos dijeron que no querían robots amables, si no que fuéramos nosotros mismos. Enseguida me arrepiento de habérselo contado, consciente de que le he dado material para el escarnio. En efecto, rápido como el rayo, dice exactamente lo que yo estaba pensando: “Hombre, si le dicen a Mr Bean que sea él mismo, luego que no se quejen”. Maldita telepatía fraterna.

Vuelvo del trabajo deseando acostarme porque tengo un resfriado homologado, cogido vete tú a saber cómo. Ni que hiciera frío en Edimburgo en noviembre. Y recuerdo que justo hoy el novio de Claire vuelve de viaje y se va a quedar en casa. Ella me preguntó ayer, muy diplomática, qué iba a hacer esta noche. O sea, que ahueque el ala. ¿A dónde voy si cierran las tiendas a las seis? Recuerdo que Thomas me mandó un mensaje para que quedáramos y no pude ese día. Así que le escribo, pero por supuesto, hoy es él quien no puede. Como estoy hecha polvo decido acostarme hasta las siete y media, que es cuando llegará Neil. Sintiéndome muy desgraciada, al llegar la hora consigo desincrustarme del edredón, me pongo toda la ropa que tengo encima y salgo al encuentro del benigno clima escocés. He cogido el portátil pequeño que me trajo mi prima cuando vino a verme, para poder escribir. Hago un alto en el súper para avituallarme de pañuelos y me voy a la parada del bus. El siguiente no pasa hasta dentro de 25 minutos. Dudo entre hacer el camino andando (cuesta arriba, con mi mochila) o esperar con el riesgo de ascender el resfriado a grado de neumonía. Así que emprendo camino arriba, asfixiándome porque tengo la nariz completamente taponada. Sofisticada como soy, me voy al KFC para cenar porque he visto que cierran tarde y me podré quedar ahí sin dar más tumbos. Me voy a la parte de abajo esperando encontrar privacidad y tranquilidad para escribir después de cenar. Olvidaba la selección musical de este tipo de establecimientos. Por no hablar del volumen. Cualquiera se concentra aquí. Pero no pasa nada, porque antes de acabar mi comida viene un empleado y nos dice que cierran en 10 minutos. Sí hombre, si en la web decía que cierran a las dos de la madrugada… Y es cierto, pero a partir de las nueve sólo tienen abierta la parte de arriba. Donde todos los asientos están ocupados y la música aún más alta. Engullo lo que me queda y voy para el tranvía, dispuesta a volver cerca de casa. El tranvía se marcha delante de mis narices, así que tengo que regresar caminando. Al menos ahora es cuesta abajo. Y no llueve. Mi día de suerte.

Me meto en el pub de debajo de mi casa, al que nunca había ido. Está muy tranquilo y abro el ordenador, dispuesta a escribir todo lo que tengo atrasado. Pero mi portátil no está por la labor. Me pide que actualice la clave de producto de Windows. ¿?? Me acuerdo de Bill Gates y de toda su prole. No sé para qué me molesto en comprar licencias si luego me dan estos problemas. Saco la libreta y el lápiz: menos mal que los llevaba y no necesito códigos de veinte dígitos para usarlos. 

sábado, 18 de noviembre de 2017

SÚPER... DESASTRE

Los de la biblioteca me hicieron ir para rellenar más documentación y ahora estamos a la espera de recibir mi PVG. Es una especie de informe que certifica que no tengo registros criminales, indispensable para estar en un servicio público. Creen que llegará hacia el 4 de diciembre, y entonces podré incorporarme.

Inmediatamente lo comuniqué en el súper, para no dejarlos tirados a última hora. Me ofrecieron trabajar allí hasta ese momento, así que empecé el trece. La verdad es que son muy majos.

Me dedico a meter la pata concienzudamente para que no me echen de menos. Son muy agradables, pero no te forman. El curso de ocho horas era bastante teórico, pero no tengo ni idea del funcionamiento de la caja ni de todos los casos especiales que surgen. Te los resuelven en el momento, delante del cliente que está esperando. Así que voy con bastante tensión. Hoy, al sentarme donde me asignan, me sale una nota en la pantalla avisando de que no puedo vender lotería en esa caja. No importa, en todos los días que llevo jamás me han pedido lotería. Hasta hoy, claro. El segundo cliente que aparece pretende hacerlo, y me tengo que disculpar balbuceante. Con el siguiente cliente, el escaner se vuelve loco y añade barras de pan sin mesura en su compra. Para introducir las barras tenemos una hoja con todos los códigos, y normalmente hay que usar el lector manual porque el otro no las pilla. A no ser que no quieras que las lea, porque me doy cuenta de que la hoja tiene más códigos de barras por el otro lado y el puñetero del escaner automático las está leyendo alegremente sin consultarme. Me vuelvo loca hasta que me doy cuenta de lo que está pasando. Los siguientes clientes me piden pagar la mitad en efectivo y la mitad con tarjeta de crédito. Respondo que tengo que preguntar a un supervisor para que me diga cómo se hace. Ellos me lo indican, pero me aturullan porque me dan un montón de monedas y luego añaden otro montón mientras me van explicando, y yo no puedo evitar preguntarme si me quieren liar adrede. Hacemos la transacción y al cabo de no mucho vienen dos supervisoras y se ponen a hablarme a la vez. No lo olvidemos, en escocés. Una me pide que le dé 14 libras de la caja (yo entiendo 40), mientras la otra me da un ticket arrugado y me pregunta si recuerdo esa venta. La miro extrañada, no pretenderá de verdad que recuerde las ventas por los tickets: si me lo diera a oler para seguirle el rastro no me asombraría más. No sé cómo abrir la caja sin hacer una venta para darle las 14 libras a la primera (con lo nerviosa que me están poniendo hablándome a la vez y dejando claro que ha habido un problema me he olvidado de la cifra y le pregunto si son 17. Las dos exclaman al unísono: ¡14!). La segunda me explica como abrir la caja mientras me pregunta si recuerdo cuánto dinero me dieron. Efectivamente, son los que dividieron el pago en monedas y VISA. Y por supuesto, ni me acuerdo de cuánto me dieron ni consigo hacer memoria mientras siguen hablándome a la vez e intentando explicarme lo que ha pasado. Al final entiendo que han vuelto para reclamar 14 libras que me dieron porque por lo visto yo anoté 17 (las que me dieron al principio) en vez de 31 (porque luego añadieron otras 14). Quieren saber si recuerdo exactamente cuánto me dieron porque si están mintiendo se van a llevar 14 libras por la patilla. Les digo que probablemente el error sea mío, pero que si pretenden que me acuerde es que no me conocen. Se me olvida el año en que estoy, voy a recordar eso. (Y sí, sólo lo digo mentalmente).

Al cabo de un rato, la segunda encargada pasa a mi lado y me dice “15”. Como son las 5, entiendo que me está diciendo que cierre y coja mi descanso de 15 minutos. Pero para asegurarme, le pregunto con un gesto si me voy. Asiente mientras pasa de largo. Así que cierro y me voy. Cuando vuelvo, se me acerca y me coge del brazo, riendo. “No te dije que te tomaras un descanso”. Tierra trágame (una vez más). "¿Cómo que no? Me dijiste 15, que volviera a y 15, a y cuarto, ¿no?” Se ríe. “No, te dije 15, de la caja 15. Que cerrases la tuya y te cambiases a la 15”. Porque esa es otra, estás en una caja y de repente te piden que te vayas a otra. Todas están en la misma fila y atienden igual, así que no le veo el sentido. Le pido disculpas, abochornada, pero no se lo toma mal e incluso se quiere asegurar de que he hecho el descanso completo, y que si no, que vuelva cuando lo haga. En vez de darme una torta. Hoy voy de culo y cuesta abajo: el escaner no me lee los cupones de descuento (pero el pan que no quiero cobrar bien que me lo coge), y tiemblo cada vez que tengo que vender alcohol a alguien que parece menor de 25 años. Porque como está prohibido vender a menores de 18, han creado una política de pedir identificación si parecen menores de 25, para dar un margen de seguridad. Pero es que aquí las chicas se maquillan como Kim Kardashian, y los chicos tienen unas barbas, un tamaño y unos vozarrones que me despistan totalmente, así que a veces me paso y pido el carnet a gente de más de 30. Y aquí no acaba todo: tienes que pedirlo también para vender bombones de licor, ¡pegamento!, ¡cerillas!... Cada vez que veo a alguien jovencito ruego porque vaya a otra caja o haya comprado sólo pan y galletas. Y que las galletas no lleven canela o algún otro ingrediente salvaje.

Encima hoy estoy hasta las diez, lo que significa que me voy a comer la hora punta de los que vienen a por alcohol en el último momento. A esa hora sólo quedamos dos o tres en la caja, así que me va a tocar alguno seguro.

Respiro aliviada con unos clientes españoles, con los que puedo hablar sin parecer imbécil. El siguiente cliente es español también, así que al tercero le digo directamente “Hola” en mi lengua, pero enseguida me doy cuenta de que es británico, así que cambio al inglés rápidamente y digo “Please” para saludarlo. Mi día de hoy, mejorable.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

AL FIN

Me levanto pronto para ir a buscar a mi prima al aeropuerto. Me duelen todos los músculos. Absolutamente todos, no sabía que hubiese tantos. Pero me he despertado alegre y agradecida, no sé si borracha aún por la experiencia del Ceilidh. Siento algo en el aire, en mí, aunque estoy reventada. Recojo a Luisa, le enseño parte de la ciudad. Es uno de los días más fríos que he vivido aquí y la pobre está un poco desesperada. 

Leon me llama para disculparse por no haber podido responder ayer a mi mensaje y saber más sobre la entrevista. Me pregunta cauteloso: “No bebiste whisky antes de ir, ¿verdad?” Suelto una carcajada y le digo que era una broma. Se ríe, pensó que a lo mejor estaba de coña, pero no lo tenía muy claro.  Es lo que tiene parecer tan seria, que no saben por dónde cogerte. Me pide que le cuente todo y me aconseja que no me preocupe si no me dan el puesto, que seguiremos intentándolo. Pero parece que le gustan las respuestas que di.

Le enseño la ciudad a Luisa y cuando volvemos a casa por la noche compruebo el correo. Veo el encabezado de un mensaje de la biblioteca y me deprimo. Los rechazos los comunican siempre por correo. “Creo que aquí vienen malas noticias”, le digo a Luisa mientras abro el correo y busco el fatídico “Unfortunately…” Pero no lo encuentro. Sigo buscando, y ¡ME HAN COGIDO!! Lo vuelvo a leer más despacio para asegurarme. Miro a Luisa entusiasmada, sin poder hablar. La pobre no entiende nada. Se lo digo, gritamos, nos abrazamos. Voy a decírselo a Claire: gritamos, nos abrazamos. Llamo a mi familia, gritamos, no podemos abrazarnos. 

Al fin.

martes, 7 de noviembre de 2017

UN DÍA PARA RECORDAR

El sábado paso ocho horas atendiendo a un curso de formación en escocés para trabajar en el súper. Salgo agotada, por la tensión de no entenderlo todo y el miedo a quedar como una tonta. Además me confirman que tengo que trabajar este lunes, martes y sábado. Y ya he contado cómo tengo esos días. Me disculpo diciendo que no sabía que el comienzo era tan inminente y que no puedo empezar hasta la semana siguiente. Siempre tengo el trabajo de Correos esperándome, así que me arriesgo a que me manden a freír espárragos. Pero son comprensivos, lo que hace que me sienta peor. Estoy agotada, física y mentalmente.

Ayer Leon me prepara para la entrevista. Fallo en todas las preguntas, me quedo atascada, balbuceo, me dan ataques epilépticos... Empezamos una y otra vez. Me siento como Karate Kid. Salgo desinflada, aunque él intenta animarme: “Es sólo un trabajo. Si no sale esta vez, seguiremos probando y alguno saldrá”. Me pide que en cuanto la haga le cuente cómo me ha ido.

Hoy trabajo la entrevista siguiendo sus pautas. Me hago un guión con mi biografía laboral, lo reparto en tarjetas y lo practico, controlando el tiempo que me lleva contarla. Una llamada de teléfono interrumpe mi práctica: es Leon, todo animado, preguntándome cómo me fue la entrevista. Le digo que aún no la he hecho. Se disculpa, entendió que era ayer por la tarde. Me vuelve a pedir que lo avise cuando salga. Estoy un poco más tranquila ahora que he practicado la biografía y algunas de las preguntas que me sugirió. Hago meditación, acaricio el zorro de la postal que me regaló Claire para darme suerte cuando fui a la entrevista para el Royal Mail…

Finalmente me presento en la Biblioteca Central, donde me hacen la entrevista una mujer y un hombre muy agradables. No me preguntan por mi historia, aunque sí me hacen otras que practiqué con Leon. Y alguna que no. Pero estoy sorprendentemente tranquila, mi inglés es decente y entiendo casi todo lo que me dicen. Cuando acabamos, me informan de que tendrán la respuesta en esta semana y que probablemente en breve vuelvan a necesitar gente y tiren de algunos de los que no hayan sido seleccionados ahora. Me pregunto si es una insinuación de que esta vez no me cogerán pero no pierda la esperanza. Aparte, me parece que he estado poco tiempo en comparación con el candidato anterior, que seguramente tenía muchas más cosas interesantes que contar. De todos modos salgo bastante contenta. Me doy cuenta de que he hecho la entrevista feliz, por primera vez en mi vida. Voy corriendo a The Welcoming porque hoy hay clase de inglés con Iain, y aunque no podré quedarme las dos horas porque tengo entradas para un Ceilidh esta noche, me acerco aunque sólo sea para un rato porque adoro las clases con él. Es un escocés muy peculiar que entra contagiando energía, es divertidísimo y tiene un montón de oficio, así que me encanta ir. Le escribo un mensaje a Leon contándole que he estado bastante fluida, probablemente por la media botella de whisky que me he metido antes, y le doy las gracias por su ayuda. En el bus coincido con Janna, una chica alemana que también va al coro. Le pregunto si quiere apuntarse al Ceilidh y dice que sí, entusiasmada. Christiana y Filippo irán directamente desde su casa.

Iain es tan brillante que la primera hora pasa en un suspiro. En el descanso, con todo el dolor de mi corazón les digo a mis compañeros que nos tenemos que ir porque vamos al Ceilidh . La chica tibetana que tengo al lado me pregunta si soy bailarina. Le digo que no, divertida, pero me responde que lo parezco. Supongo que es porque voy vestida de negro. Y recuerdo el cachondeo que todavía hay en mi casa cuando rememoran el día en que, de niña, me disfracé de bailarina clásica y practiqué unos pasos frente a la cámara de Súper 8 para que mi vergüenza tuviese constancia gráfica. El choteo dura hasta ahora. Pero no me paro a explicárselo a mi compañera. Me disculpo con Iain por tenernos que marchar y me pregunta si es la primera vez que vamos a un Ceilidh. Al responderle afirmativamente nos pide que nos acerquemos a él. No sabemos lo que quiere, pero obedecemos. Nos indica que separemos los pies, haciéndolo él también. Los separamos. Da un paso y pide que lo imitemos. Luego otro, lo mismo. “¡Y ahora, saltando!” Y se pone a saltar. Janna se corta, pero yo lo imito entusiasmada. “¡Ahora ya podéis ir a un Ceilidh!”, exclama. Lástima que tengamos prisa, me encantaría que nos enseñase más. Y ahora me voy a perder sus clases, porque los martes trabajaré en el súper…

Al llegar al Ceilidh, Janna y yo nos sentimos perdidas viendo a la gente bailar, pero cuando empieza la siguiente canción un señor mayor con gafas se nos acerca y nos coge de la mano. Nos lleva a la pista y nos guía en la danza. Luego bailamos con uno, con otros, en grupo, en pareja. Llegan Filippo y Chris y se nos unen. Creo que jamás me he divertido tanto. La gente que sabe los pasos indica a los que no sabemos, y como hay danzas en las que hay que cambiar de pareja constantemente, al final bailas con todo el mundo. Es una celebración abierta e inclusiva. Y entiendo un poco más sobre los escoceses. Esta danza es de gente acogedora y alegre. Como ellos. Soy feliz, me desfogo de estas semanas de estrés. Cada vez que acaba una canción me digo que descansaré un poco, pero empieza la siguiente y no puedo contenerme. Un escocés ataviado con kilt y jubón me levanta en volandas cuando le toca bailar conmigo. Cada vez que coincidimos me hace volar al dar las vueltas. El ceilidh dura tres horas y lo hace con casi todas las mujeres, así que supongo que estará entrenado. La última danza es divertidísima, me toca Filippo de pareja y giramos constantemente, nos cruzamos con todo el mundo, saltamos, damos palmas, gritamos, chocamos, nos empujamos… No quiero que acabe, aunque mi cuerpo lo agradecería. Cuando nos vamos, el escocés que levanta a sus parejas me dice que vuelo muy bien y me pregunta si me he divertido. “¡Como una loca, quiero venir cada día!”, afirmo. Me informa de que los viernes se reúnen en otro lugar, me da los datos y me indica la web que tienen para que esté al día de lo que hacen. Respondo que tendría que ver vídeos antes para aprender los pasos, porque he estado pisando a todo el mundo, tropezando… Replica que no, que eso es parte de la diversión. Y añade que ahora se van a tomar algo al pub y me invita a que nos unamos. Pero respondo que necesito una ducha, estoy apestosa. Afirma que ellos también, pero como estamos todos igual no pasa nada. Contesto que seguramente desalojarán el pub en cuanto entren, y responde que esa es la idea.

Janna, Filippo, Chris y yo salimos arrastrando los pies y quejándonos de lo agotados que estamos, pero cuando les digo que el viernes hay otro, se entusiasman. Vuelvo a casa feliz, embriagada por la alegría de la danza y la hospitalidad de los locales.

viernes, 3 de noviembre de 2017

ACELERADA IV

Intento seguir preparando clases, internet no funciona. Y eso que estrello el router repetidamente contra la pared, pero nada.

Llamo a un contacto que me dio Leon, para preguntarle por cursos que me pudieran ayudar a mejorar mi CV: no entiendo la mitad de lo que me dice. Me llaman del súper, no entiendo la mitad de lo que me explican. Pero parece que me han cogido, pese a la torre cochambrosa que hicimos. Será que a los escoceses les gusta esta nueva corriente de arquitectos. Si pagaron 414 millones de libras por el Parlamento diseñado por Enric Miralles…

En fin, que mañana empiezo la “induction” o curso de formación, y quieren que trabaje ya el lunes (cuando tengo la cita con Leon para que me prepare para la entrevista), el martes (cuando tengo la entrevista de trabajo para la biblioteca), y el sábado entero (cuando viene mi prima a visitarme). Les digo que el martes no sé si podré, pero me responden que vaya al curso igualmente y hable con la encargada, que algo se podrá hacer. A última hora pienso que si no les gusta que no pueda empezar esta semana, siempre me queda lo de Correos. Porque con lo que me ha costado conseguir una entrevista para trabajar en bibliotecas, no voy a sacrificarla ahora. Pero, de verdad, ¿tiene que ser todo a la vez?