Tras rellenar en internet un formulario interminable que incluye simulaciones de llamadas, consigo una entrevista de trabajo para un puesto de teleoperadora. Prefiero limpiar el Royal Highland Centre yo solita con papel higiénico a estar en un gallinero con unos auriculares respondiendo llamadas de clientes enfadados durante ocho horas, pero no tengo muchas opciones.
Conociendo cómo me las gasto cuando voy a una entrevista, me levanto temprano para ir con tiempo. Y me voy a dar un paseo para relajarme. Me embobo con las vistas desde Inverleith Park, donde se respira una tranquilidad que espero me ponga en buena disposición para la prueba. Volviendo me cruzo con un señor británico hasta la médula, con gorra y chaleco de tweed, que me mira y me dedica una sonrisa amistosa, aunque no nos conocemos de nada. Le devuelvo la sonrisa, contenta al sentir una vez más esta calidez que flota en el ambiente, sintiéndome feliz de estar aquí. Ha sido una buena idea dar este paseo.
O quizá no. Porque miro el reloj y veo que me he embobado con las vistas demasiado tiempo. De todos modos, llegar a la agencia no parece demasiado difícil, está en pleno centro. Estoy en la zona con unos minutos de antelación, cuando me doy cuenta de que existe Charlotte Square, North Charlotte Street y South Charlotte Street. Como no me fío de Google Maps, pregunto por la dirección a los parroquianos que me voy encontrando. Nadie me sabe decir nada, hasta que doy con un hombre que me da indicaciones. Y me manda para el lado contrario. Aunque yo no me doy cuenta de eso hasta que me salgo de Edimburgo. Mientras, me llaman de la agencia preguntando dónde estoy. No me puedo creer que esté de nuevo diciendo que estoy cerca, pero no sé dónde (ver entrada del 19 de junio). Sintiendo que estoy haciendo un pacto con el diablo, meto la dirección en Google Maps y me indigno cuando, como si no supiera ya cómo soy, la chica me pide que vaya en dirección suroeste. Voy zigzagueando como un gato loco, mientras me doy cuenta del formato tan jugoso que se están perdiendo las cadenas de televisión. Cada programa consistiría en darme una dirección a la que tengo que llegar. Por satélite se vería la ruta que debería hacer, mientras un punto rojo me sigue y muestra mis descalabros, cómo me acerco y me alejo del objetivo constantemente, desviándome de repente cuando estoy a punto de llegar. Hay quien se emboba mirando a una mosca chocar contra el cristal una y otra vez, así que supongo que este programa tendría su público.
Al final llego (tarde) a la oficina, me disculpo mil veces, y la chica me dice que tengo un pelo muy bonito. ¿En serio? Llego tarde, me tienes que llamar por teléfono, esperarme veinte minutos y en vez de lanzarme una mirada reprobadora ¿me halagas? Lo de los modales se les ha ido de las manos. Paso a un despachito para rellenar millones de papeles con datos que ya puse en el formulario por internet. Miro discretamente el reloj del móvil para comprobar la hora y un escalofrío me recorre la espalda cuando veo que estoy casi sin batería. La chica de Google Maps otra vez, que traga como una descosida. Pero no lo apago, recordando mi actuación estelar en la agencia de limpieza. Puede que lo necesite para comprobar algún dato.
Y vaya si lo necesito. De nuevo me piden el número de la seguridad social. Lo busco rápidamente, mientras contemplo impotente cómo el nivel de batería baja de manera alarmante, cruzando los dedos para no necesitar comprobar nada más. Pero también tengo que darles el número de teléfono de las personas a las que pueden pedir referencias. Con lo que me ha costado memorizar el mío, me voy a aprender el de otros. Me siento como dentro de una película de acción, sudando mientras veo la cifra de la batería descender de modo alarmante. Cuando marca 1%, corto el cable rojo y miro a mi alrededor, expectante, pero los muros siguen en su sitio. Ya he rellenado todos los datos. Ahora sólo me queda escribir una carta de respuesta a un cliente en inglés, otra en español y completar un cubo de Rubik mientras realizo la secuencia de rechazar al mono a la vez que hago todas las voces de "Bohemian Rapsody". Se me mezcla un poco todo en la memoria, quizá no fuera exactamente así, pero casi. Qué intensos son con estas cosas.
Para que al final me digan que ahora no tienen puestos para teleoperadores en español, pero que guardarán mi perfil en la base de datos para futuras ofertas.
En realidad respiro aliviada. Volviendo a casa veo a un montón de gente asistiendo a una boda. Una pareja entrada en años me llaman la atención. Él va con su kilt, nada que objetar. Ella, con un traje de faralaes. Cuando creo que lo he visto todo...