Hoy llueve y hace fresquito, así que me pongo un abrigo de punto. Sí, en agosto. Llego tan pronto a la cafetería que está cerrada, así que espero fuera. Como hay un soportal, decido cerrar el paraguas. Paraguas, abrigo de punto, yo. No sé cómo (porque seguro que adrede no sale), se me enreda una de las varillas del paraguas en el abrigo. Bien enredada. Forcejeo como un insecto en una tela de araña para intentar desengancharme, sin éxito. Jose tenía razón: si llevase una cámara grabándome durante todo el día, ya me habría hecho de oro. Sigo forcejeando rogando por no destrozar el abrigo y porque mi alumno no aparezca ahora y me vea peleándome conmigo misma. Consigo liberarme antes de que aparezca, menos mal. Hubiera sido un comienzo brillante.
Cuando voy de camino a encontrarme con Esther, me doy cuenta de que llevo el paraguas abierto y las gafas de sol puestas. Esto es Edimburgo. Me despisto al quedar con ella. Entendí que estaban en el castillo (cuesta arriba) y estaban en el Palacio (cuesta abajo). Después de dar varias vueltas buscándola, la llamo y me lo aclara. Se disculpa, quizá dijo castillo. La tranquilizo, así es mi día a día en esta ciudad. Hacía unas cuantas horas que no me perdía, ya pensaba que algo iba mal.
Por la tarde caigo en que no le he preguntado a Omar si hay algo que no coma. Me dice que lo único que no come es cerdo, por lo demás no hay problema. Le digo que entonces le encantará el plato de hígado crudo con nabos que voy a preparar. Responde que suena bien. Sabe mejor aún, le digo. Asegura que le encantará probarlo, que nunca lo ha hecho. Ahora no sé si me sigue la broma o es tremendamente educado. ¿Le encantará probar hígado crudo con nabos? Le digo que le entiendo totalmente (que él decida si me refiero a que entiendo que quiera probar un plato así o que es comprensible que jamás lo haya probado). Pero me quedo con la duda de si se lo ha creído de verdad. Si mañana llama diciendo que lo tienen que operar de apendicitis es que se lo había tragado.
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