lunes, 21 de agosto de 2017

UNO, UN MURCIÉLAGO...

Hoy empiezo como voluntaria en la librería de una tienda benéfica. Me hacen una introducción y me pongo a poner precios a los libros (ahora manejo el cacharrito ese con soltura, después de mi bochornosa prueba en la tienda de comestibles), e incluso me ponen en la caja. Supervisada, claro. Y menos mal, porque el lumbreras que diseñó el sistema decidió que se pusieran los precios ¡en peniques! Así que si tengo que marcar algo que vale 2 libras, en vez de marcar un dos, tengo que marcar doscientos. Pero paso una tarde agradable, y mañana volveré otras tres horas. 

Cuando he acabado, recibo un mensaje de Claire: "Hola, voy a ir a monitorizar murciélagos, ¿quieres venir conmigo?" No lo dudo un segundo y le digo que sí. 

En serio, le digo que sí. Sin tener ni idea de lo que implica. Así que nos montamos en su coche y nos vamos a un pueblo que está a una media hora para contar los murciélagos que encontremos junto al margen del río.

En el camino, Claire quiere indicarme un sitio donde hay tres puentes, que por lo visto son muy importantes. Lo malo es que para señalármelos no para de mirar para atrás. Mientras conduce. Por la izquierda. Vale que a eso sí está acostumbrada, pero a mí me sigue dando sobresaltos de vez en cuando. Y lo de que dirija su mirada hacia atrás directamente me hiela la sangre. Así que le digo que sí, que veo los puentes aunque se ha levantado una niebla que no me deja ver ni mi codo, sólo para que mire hacia delante.

Aparca y nos metemos en un camino que va junto al margen de un río. Es un sitio muy bonito. Pero es de noche. Supongo que parecemos dos locas, con nuestras linternas frontales y nuestro formulario para rellenar los datos de los murciélagos en un bosque de noche. Yo tengo la importante tarea de enfocar el batómetro (de verdad, tiene un detector de murciélagos) hacia el río, y Claire me enseña la diferencia entre los sonidos que emiten los dos tipos de ratones voladores que hay en esta zona. Porque ella tiene que monitorizar a los de río. Tenemos que ir a diez puntos diferentes y permanecer allí cuatro minutos contando los paseos de estos adorables mamíferos. 

La noche es cada vez más cerrada, aunque sigue habiendo un color anaranjado en la distancia. Si no tuviera la imaginación que tengo podría disfrutar, pero ya estoy pensando que seguramente ese es el lugar donde los gangsters locales se deshacen de los chivatos, y nuestra presencia allí va a hacer que tengan que tirar tres cuerpos al río en vez de únicamente el de Jimmy el Soplón.

Seguimos adentrándonos en el bosque mientras me digo que debería empaparme de la tranquilidad que se respira, cuando Claire me hace parar bruscamente porque ha visto algo. Ya están aquí. Pero no, lo que ella mira embelesada y me hace contemplar es una babosa. Una babosa atigrada. La miro sorprendida (a Claire. Y a la babosa. No sé quién me sorprende más). Vale, nunca había visto un bicho de estos con rayas. Reconozco que es curiosa. Pero no pienso acariciarla. ¿Podemos seguir ya para largarnos antes de que llegue la banda?

Vamos de un lado a otro pisando barro, saltando vallas de espino, y bajando a los márgenes del río de manera muy poco femenina. No sé cuántos murciélagos contamos. Tampoco sé para qué sirve. Empiezo a tararear la canción del conde Draco. La he buscado en internet para insertar aquí el enlace, pero no he conseguido encontrarla. Era perfecta para esta ocasión.

No puedo dejar de maravillarme ante lo diferentes que podemos ser las personas. Claire está feliz contando murciélagos y encontrando babosas, ajena a que estamos de noche en un bosque solitario, mientras yo no dejo de mirar a mi espalda y tengo el móvil con el 999 marcado por si acaso...

Acabamos nuestra investigación para el "Bat Conservation Trust" y volvemos. Los murciélagos están en buenas manos.

Olvidé decir que ya estoy segura de que en mi casa no hay. Porque si hubiese, no vería cada noche a la araña que sale a pasear por el techo de mi habitación. Iba a decir que es enorme, pero la enorme es la del baño. Esta es más bien robusta, bien musculada. Mientras que la del aseo es más larga y desgarbada. No le he preguntado a Claire si también tenemos que monitorizarlas.



sábado, 19 de agosto de 2017

FELIZ EN MI DÍA

Mi cumple. Investigo spas para darme un homenaje, pero viendo los precios, me doy cuenta de que no podría relajarme pensando en lo que cuesta cada burbuja. Así que me doy un homenajito en la bañera de casa. La limpio bien con lejía, le echo dos jabones diferentes y añado unas gotas del aceite esencial de limón que compré para quitar el olor a moqueta de mi habitación. Me sumerjo en la bañera dispuesta a quedarme allí hasta que tengan que sacarme con un colador, pero pronto empiezo a sentir pinchazos. No sé si no habré enjuagado bien la lejía, o si es el aceite esencial, o la mezcla de los dos jabones o todo a la vez, pero siento escozor y picor. Obstinada, intento negarlo y me auto convenzo de que estoy relajada y disfrutando de mi momento mientras me rasco como un perrito sarnoso. Bastante rato después, y temiendo que se me caiga la piel a tiras, decido salir. Por suerte, aparte de las marcas de rascarme, la piel está intacta. Parece que voy a conservarla.

Claire se fue temprano a correr cuarenta kilómetros no sé dónde y volverá tarde. No le dije qué día era hoy para no ponerla en un compromiso. Me parece un poco tristón quedarme en casa y me quedé con más ganas de Fringe, así que mando un mensaje al único amigo que tengo. Oliéndome que hoy, entre todos los días, no va a poder quedar. Maldita intuición femenina. Su madre ha venido a visitarlo y va a estar con ella todo el fin de semana. Tampoco le digo nada, sólo que disfrute.

Decido ir al Fringe después de comer y me hago un cuidadoso plan de shows que quiero ver (en realidad es un amasijo de anotaciones caóticas escritas con letra horrible).

Para comer, aprovecho un poco de pasta que sobró de ayer. Pensaba que había más y en realidad son cuatro fussilis y medio, así que les echo mucho queso y jamón para compensar. Pero sigue siendo una birria de plato. Lo complemento con dos bolsas de patatas fritas y aceitunas. Y un té con apple crumble al que le añado mantequilla para gratinarlo.

Salgo hacia el centro. Aunque he planificado los horarios, no recuerdo si tengo que ir por North Bridge o por The Mound. Y como siempre que tengo que elegir entre dos caminos cojo el que no es, voy por el segundo. A quién se le ocurre. Un sábado, en pleno festival. Me meto en un atasco del que no puedo tirar ni para delante ni para detrás. Mirando el reloj y viendo que voy a llegar tarde. Aunque consigo estar en The Three Sisters justo a la hora en que empieza lo que quiero ver. Aún no me he rendido. Pero falta poco (para rendirme, no para lograr mi objetivo). Cruzar el patio del local para acceder a la sala parece totalmente imposible. Y no llevo mi bulldozer encima. Así que después de intentarlo por varios flancos me doy cuenta de que no me va a servir de nada: igualmente no habrá sitio libre dentro.

Me alejo de la zona de barullo esperando una súbita revelación sobre qué hacer ahora.  Y determinada a evitar cruzar The Mound otra vez. Muy orgullosa por haberme acordado de que tengo que cambiar de ruta en vez de coger la misma sin pensar, encuentro otro camino. Frente a unas escaleras infinitas. Me fastidié la rodilla hace unos días, y las rodillas dolientes no hacen la ola ante la perspectiva de una fila interminable de escalones. Pero todo sea por evitar atravesar de nuevo ese embudo humano. Bajo cojeando, convencida de que cualquier alternativa será mejor que la que cogí al venir. Llego al final y tiro hacia la izquierda. Por qué elijo esa opción, a saber. Bueno, sí lo sé. Porque como dije antes, si tengo dos opciones, siempre cogeré la equivocada. Ese camino me hace subir una cuesta que lleva a... sí, The Mound.

Mascullando la canción "Cumpleaños feliz", paso de largo y bajo por otro sitio. Acabo en ¡sorpresa! Princes Street Gardens, pero en el lado contrario al que suelo ir. Qué narices, si los jardines siempre funcionan, para qué voy a buscar otro sitio. Me tumbo en el césped mirando el castillo y las nubes. Se está muy bien. En los ratos en que no se levanta un viento que me congela los huesos. Pero se alterna con momentos de sol. Pienso que me tomaré un pastel para celebrar mi día. Después, porque ahora tengo el estómago revuelto. Quizá la mezcla de pasta con patatas fritas, aceitunas y apple crumble no me ha sentado muy bien.

Cuando empieza a hacer frío de forma constante, me meto en una tienda a ver si encuentro algo de ropa, porque no calculé muy bien al venirme aquí. Cojo unos pantalones para probármelos, y la chica del guardarropa me dice, algo amenazadora, que cierran en cinco minutos. Hoy se me abren todas las puertas. Y encima los pantalones no me quedan bien. Salgo pitando antes de que llamen a los antidisturbios. Aquí se toman lo de cerrar a la hora muy, muy en serio.

Compraré algo de vino para brindar por este fabuloso día. Miro las etiquetas de las botellas como si fueran fórmulas atómicas. No tienen ninguna que diga "Vino para quien no le gusta el vino". Me decido por uno australiano, dejándome llevar por la fama mundial del morapio de esas latitudes. Y porque dice que lleva algo de vainilla. Aunque si me apetece vainilla quizá sería más seguro comprar helado. Pero el helado no se sube a la cabeza y yo quiero alcohol. Ya no sé si para celebrar este día o para olvidarlo...

Claire vuelve justo cuando voy a empezar a cenar y a abrir la botella. Le ofrezco vino y acepta antes de que acabe la frase. Le digo que es mi cumple y me pregunta que por qué no la avisé antes, que hubiese llegado más temprano. Brindamos, charlamos distendidamente, vemos los fuegos desde el comedor y pasamos un rato agradable. Así que la noche acaba bien. Eso sí, de vainilla en el vino ni rastro.

sábado, 12 de agosto de 2017

¿Y SABEN AQUEL QUE DIU...?

Omar sugiere que echemos un vistazo al Free Fringe. (Los espectáculos gratuitos del festival alternativo de Edimburgo). Yo lo estaba dejando pasar tontamente, pero él tiene una guía y vamos de un lado a otro viendo monólogos. Llegamos tarde a "The Three Sisters" y no podemos entrar en el que queríamos ver, así que esperamos un poco y vamos a otro, de un tal Smug Roberts. Bendito retraso, es el tercer show que vemos y con diferencia el que más me gusta. Llego a llorar de risa, y eso que no me entero de la mitad. Pero al ir a salir y dar la aportación voluntaria me doy cuenta de que sólo me quedan unos cuantos peniques y un billete de 20 libras. No voy a ponerme a pedirle cambio... Avergonzada, mascullo un agradecimiento al cómico y salgo corriendo. El que más me gusta y no le dejo nada. Hago la idea de volver otro día para solucionarlo.

Vamos a comer algo, consigo cambio y nos sentamos en una plaza de Grassmarket. Hace una noche preciosa y la zona está animadísima. Y muy, muy sucia. Es algo que me llama mucho la atención aquí: por lo menos durante el festival, los servicios de limpieza son a todas luces insuficientes, ya que los contenedores de basura y las papeleras están a rebosar y la gente deja las cosas en el suelo. No todo iba a ser perfecto.

El cuarto espectáculo acaba tarde y decidimos retirarnos. Esperamos el bus nocturno. Yo sólo tengo que recorrer tres paradas, pero es la una de la madrugada y tengo mi Ridacard semanal, así que lo cogeré también. Cuando entro, mi Ridacard no funciona. La paso una y otra vez y nada. El conductor me dice que ha expirado. Pero si la recargué el domingo y estamos a sábado... Exactamente. Como he dicho antes, es la una de la madrugada. Oficialmente domingo. Vale, saco la libra sesenta del billete y el conductor niega con la cabeza. ¿Qué pasa ahora? Pues que el nocturno vale tres libras. Parece que de noche el combustible es más caro. En serio, espero que los conductores de verdad cobren más por hacer ese turno, porque si no es un timo. Me doy cuenta de que hay un montón de gente detrás de mí, esperando para subir al bus mientras titubeo entre bajar y volverme andando o quedarme, así que pago porque me parece lo más sencillo y me siento. No por mucho tiempo, porque veo que el nocturno no va por el camino de siempre. Un clásico. La primera parada está más lejos de donde tenía que bajarme, y tengo que desandar el camino y volver a casa a pie. Otro clásico. Va por ti, Elvira.

lunes, 7 de agosto de 2017

ROYAL HIGHLAND CENTRE

Me han vuelto a llamar para limpiar en otra feria en el Royal Highland Centre. Así que tiro para allí, no tan animada como las otras veces porque Thomas no viene esta vez. Ha encontrado un trabajo mejor. Me alegro por él, pero lo echo de menos.

Cuando llego, me identifico y el que me atiende llama por walkie-talkie a alguien para que venga a recogerme. Me alegro al oír la estentórea voz de Rob al otro lado del walkie. Viene a por mí, nos ponemos al día. Está reventado, lleva trabajando entre doce y catorce horas seguidas esta semana. 

Me intento apañar con el material que tengo, y me pregunto porqué tienen que poner los armarios de limpieza en los baños de los hombres. ¿No sería  más lógico situarlos en los de las mujeres, donde se hace pipí detrás de una puerta? Si necesito cualquier cosa tengo que entrar mirando a la pared contraria del abrevadero-meadero que tienen aquí para evitar visiones innecesarias. Y del olor no hablo. Por una vez no envidio a los hombres. 

Después de los baños, me toca recoger basura en el exterior. Encuentro un arsenal de latas de refresco sin estrenar. Para que no me pesen en la bolsa, las abro con la intención de vaciarlas. Mala idea. No sé qué han hecho con las latas, que en cuanto las abro el contenido sale a presión, poniéndome perdida. Menos mal que estaba sola y nadie me ha visto.

Empieza a llover. Primero suave, luego a mala leche. Miro a los demás, que siguen recogiendo basura sin inmutarse. Pues nada, yo aquí he venido a ser escocesa. Sigo limpiando como si estuviera en el comedor de mi casa. Luego se levanta un viento más helado de lo deseable, sobre todo si estás empapado. Intento contener la tiritera mientras recojo chapitas del suelo. He descubierto que la pinza tiene una parte con un imán, que es muy práctica para atraparlas. No tanto para soltarlas dentro de la bolsa. Me enorgullezco de mi hallazgo: al fin y al cabo sólo es la cuarta vez que utilizo estas pinzas.

Nos jugamos la vida limpiando alrededor de cubos de basura rodeados de avispas sobreexcitadas por la Coca-Cola que hay vertida en el suelo. Pero esto es Escocia, somos rudos y valientes, amantes de la aventura. Salimos indemnes.

El día siguiente me toca como jefa una mujer adorable, rolliza, muy bonita y risueña. Le pregunto su nombre. Me responde: "Esles". Pienso que será un nombre celta. Para recordarlo mejor, repito: "Esles". Me corrige: "Les". Colorada, entiendo que ha dicho "It's Les", supongo que será un diminutivo de "Leslie". Más tarde me entero que es "Liz", de "Elizabeth". No se puede meter más la pata con menos palabras.

jueves, 3 de agosto de 2017

RUTINAS

Hoy llueve y hace fresquito, así que me pongo un abrigo de punto. Sí, en agosto. Llego tan pronto a la cafetería que está cerrada, así que espero fuera. Como hay un soportal, decido cerrar el paraguas. Paraguas, abrigo de punto, yo. No sé cómo (porque seguro que adrede no sale), se me enreda una de las varillas del paraguas en el abrigo. Bien enredada. Forcejeo como un insecto en una tela de araña para intentar desengancharme, sin éxito. Jose tenía razón: si llevase una cámara grabándome durante todo el día, ya me habría hecho de oro. Sigo forcejeando rogando por no destrozar el abrigo y porque mi alumno no aparezca ahora y me vea peleándome conmigo misma. Consigo liberarme antes de que aparezca, menos mal. Hubiera sido un comienzo brillante.

Cuando voy de camino a encontrarme con Esther, me doy cuenta de que llevo el paraguas abierto y las gafas de sol puestas. Esto es Edimburgo. Me despisto al quedar con ella. Entendí que estaban en el castillo (cuesta arriba) y estaban en el Palacio (cuesta abajo). Después de dar varias vueltas buscándola, la llamo y me lo aclara. Se disculpa, quizá dijo castillo. La tranquilizo, así es mi día a día en esta ciudad. Hacía unas cuantas horas que no me perdía, ya pensaba que algo iba mal.

Por la tarde caigo en que no le he preguntado a Omar si hay algo que no coma. Me dice que lo único que no come es cerdo, por lo demás no hay problema. Le digo que entonces le encantará el plato de hígado crudo con nabos que voy a preparar. Responde que suena bien. Sabe mejor aún, le digo. Asegura que le encantará probarlo, que nunca lo ha hecho. Ahora no sé si me sigue la broma o es tremendamente educado. ¿Le encantará probar hígado crudo con nabos? Le digo que le entiendo totalmente (que él decida si me refiero a que entiendo que quiera probar un plato así o que es comprensible que jamás lo haya probado). Pero me quedo con la duda de si se lo ha creído de verdad. Si mañana llama diciendo que lo tienen que operar de apendicitis es que se lo había tragado.

miércoles, 2 de agosto de 2017

MÁS AMABILIDAD

Trato de preparar las clases sin tener ni idea de lo que necesita el alumno (o la alumna. Identidad desconocida hasta ahora. Es lo que tiene la vida del espía).

Mientras, mi prima me llama por si la puedo ayudar con el inglés para un problema con un banco extranjero y estamos un buen rato intentando resolverlo. Esther también me llama diciendo que ya está aquí. Y yo tengo que acabar de preparar ejercicios antes de las cuatro porque la única imprenta que cobra un precio apto para corazones delicados cierra a las cinco y no está lo que se dice al lado de casa.

Cuando voy a salir, echo un último vistazo al ordenador. Vaya, me han mandado lo que necesita el alumno. Terminología sobre ingeniería, entre otros temas. No hay problema, ha dado con la persona adecuada. Yo, que no distingo entre un destornillador de estrella y uno de... ¿cómo se llaman, los que son planitos? Pues eso. Le digo a mi amiga que voy a tardar un poco más y me pongo a ello.

Tengo otro correo: el del seleccionador de personal de la Royal Blind School. Era amabilidad de verdad, entonces. Me dice que tengo razón en pensar que la experiencia con discapacitados era un factor importante, pero que mi inglés no fue ningún problema para ellos, que no me preocupe por eso. Que lo hice muy bien en la entrevista y que está seguro de que pronto encontraré un trabajo adecuado para mí. Alucinando, le contesto dándole las gracias por las molestias. Y todavía me vuelve a escribir ¡dándome las gracias a mí! Ya sé que no todo el mundo será así, pero debe de haber un porcentaje muy alto de gente maja aquí, porque me estoy encontrando un montón.

martes, 1 de agosto de 2017

ENREDO

Escribo esto frente a un cielo espectacular. Son las diez y media de la noche y entre las nubes aún se cuela la luz, creando un juego de colores y sombras que no he visto en ningún otro sitio.

Me he pasado casi todo el día al ordenador preparando clases, cambiando el CV, registrándome en una agencia de trabajo, sufriendo un conato de infarto al ver la factura del teléfono e intentando usar otra tarjeta SIM para lo que queda de mes, sin éxito. Lo de la factura y la tarjeta ha sido el pistoletazo de salida para que el teléfono, que ha estado callado todo el día, de repente despierte y venga cargadito.

SMS de la academia. Que si puedo dar cuatro clases de dos horas cada una este jueves, viernes, sábado y domingo. Nivel intermedio, para ir apretando ya un poquito. Mañana viene mi amiga Esther a Edimburgo y pensaba pasar el día con ella. Va a ser que no. Menos mal que Ed aprieta pero no ahoga y ahora mi primer alumno anula la clase de mañana. Intentaré ver a Esther un ratito y enterrarme preparando clases el resto del día. Mientras contesto a la academia, recibo un mensaje de Omar, preguntando si quiero ir a ver los fuegos artificiales el viernes. ¿Fuegos?  ¿Dónde? ¿Cuándo?

Cerca de mi casa, a las ocho, pero podemos quedar antes. Le digo que claro, y que vivo cerca (mientras intento concretar con la de la academia las horas de las clases y pruebo a contactar con mi madre, que me ha llamado pero se ha cortado). Si quiere le puedo enseñar mi piso. Estoy tan contenta con él y no tengo a quién mostrárselo. Enseguida me doy cuenta de que los hombres no suelen volverse locos por ver pisos (tomando como referencia a mi padre), así que le digo que sólo si le apetece, que tampoco es un plan para tirar cohetes. Pero me dice que es estupendo, que le encantaría verlo. Se le ha debido pegar la cortesía británica. O quizá mi padre no representa a todos los hombres del mundo. Mientras intento activar la nueva SIM y localizar a mi madre voy cruzando mensajes con él y con la academia sobre mi disponibilidad. Me lío y me olvido de que tengo clase con el otro alumno, dando esa hora como disponible. Menos mal que se da cuenta y me lo hace ver. Ostras, es que así no se puede.

El viento otra vez, moviendo cosas. El tiempo ha estado muy loco hoy, no ha parado de llover hasta las ocho de la tarde, pero también ha brillado el sol como nunca (¡mientras llovía a mares!). Y claro, me tenía que llegar algo de eso. Sólo que al final del día y todo a la vez.