Hoy estamos a unos sofocantes 12º y el sol brilla (entre las nubes), así que no me lo pienso y decido ir a la playa. Me pongo la crema protectora delante del espejo, ahora que no está Federico para solucionar mis desastres, y con una moral a prueba de bombas me planto el biquini.
Me acerco a la orilla y paseo con el agua por los tobillos. Por suerte he traído los crampones. Veo medusas, voy con cuidado. De todos modos ya me han avisado de que no es recomendable bañarse aquí, parece ser que el agua está bastante contaminada. Lo de la hipotermia no me preocupa demasiado, pero las medusas y la calidad del agua me convencen de que es mejor quedarse en la orilla.
Busco el sol. Y lo busco. Y sigo buscándolo. Porque desde que piso la arena veo que hay una zona de sol más adelante, pero cuando llego a esa zona, ahí se ha nublado y el área soleada sigue estando más adelante. No sé cuántos kilómetros recorro hasta que cazo una zona despejada.
Me tumbo al sol y poco a poco me voy sintiendo escocesa y me quedo en biquini. Entre la gente que pasea por la playa hay quien va con bañador, quien lleva el abrigo puesto... Cada uno opta por una vía diferente de equivocarse con la vestimenta.
Estoy a gusto, no creía que tomar el sol pudiese ser agradable. A ratos se levanta viento (fresquito, cómo no) pero yo me envuelvo el cuello con una bufanda y sigo en mi traje de baño. A saber cuándo vuelve a hacer un día tan espectacular.
Al volver a la casa descubro que Javier, el dueño, ha salido en los periódicos. Por algo bueno. Muestran un cuadro suyo y lo mencionan. Vale la pena compartir sus cuadros también, me siento mecenas últimamente.
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Javier Ventura |
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