viernes, 28 de julio de 2017

NONES

Voy a objetos perdidos y no tienen mi jersey. No es que fuera de cachemira, pero me da pena. Ya podía haber perdido la camiseta, que no la voy a necesitar tanto...

Recibo un correo del seleccionador de personal de la Royal Blind School dándome calabazas. Que lo hice bien y tengo muchas de las destrezas que necesitan, pero que había candidatos con una experiencia más acorde al puesto que yo. Me recuerda un poco a la manida frase de las rupturas sentimentales: "No eres tú, soy yo". Se ofrece a que contacte con él si quiero tener más información sobre cómo fue la entrevista. De nuevo no sé si es cortesía británica o verdadera amabilidad, pero decido averiguarlo y aprovecho para preguntarle si hay algo que pueda mejorar para futuras entrevistas. Total, no tengo nada que perder. Ya no.

Bueno, no todo iba a ser "jiji jaja" desde que llegué (¿lo ha sido?). He tenido suerte con el alojamiento, tampoco me iba a salir todo bien a la primera. Este piso estaba para mí, y ese trabajo no lo estaba. Y punto.

Pero duele un poquito.

jueves, 27 de julio de 2017

PERPLEJIDAD

Vuelvo a ir a Portobello para limpiar bien el piso y traerme más cosas, así que me llevo la maleta de nuevo. En el autobús (me acabo de dar cuenta de que para mí, empezar una frase con "El autobús" es como decir "¿Y saben aquel que diu...?"). Pues eso, en el autobús me subo a la primera planta y me voy al fondo para no molestar con la maleta. Mala idea. Porque luego sube una horda de japoneses que invade todo el espacio y cuando voy a salir pasar entre ellos con la maleta es como querer cruzar un túnel de lavado. Justo al abandonar el vehículo me doy cuenta de que yo entré con un jersey y ahora voy en camiseta de tirantas. Dudo un segundo, pero confío en el servicio de objetos perdidos de Lothian Buses. Ya iré mañana a por él. Yo no cruzo la marea japonesa de nuevo ni loca.

En casa de Claire veo que voy a tener que hacer un master de reciclaje. En Sevilla yo separaba religiosamente el papel, el plástico y el vidrio. Pero eso es insuficiente aquí. Hay contenedores de orgánico, de papel, de plástico, de papel y plástico mixto, de vidrio verde, de vidrio marrón y del resto de tipo de vidrio, pero que no acepta cristales rotos (coñi, pero si en cuanto eches la botella en el contenedor se va a romper, qué diferencia hay...) y otro de lo que no encaja en ninguno de los anteriores. Tengo que hacer una foto a los carteles de los contenedores para saber dónde poner cada cosa. Pero me sigue quedando la duda de si mis pelos tienen que ir al orgánico o al cajón de sastre.

martes, 25 de julio de 2017

NUEVO HOGAR

Voy a la entrevista de trabajo con tiempo de sobra y no me pierdo. El seleccionador de personal es encantador, y la jefa del Departamento también es muy agradable. Para ser yo no la hago mal, pero hacen muchas preguntas acerca de la experiencia laboral con discapacitados. Que es cero, en mi caso. De todos modos es la primera entrevista que no da juego para este blog, lo que me alivia. 

Hoy me toca mudarme a casa de Claire. O mi casa a partir de ahora. Doy mi último paseo por la orilla de la playa. Al final echaré un poco de menos Portobello y estas puestas de sol.


Tampoco me dio tiempo a visitar esta cafetería donde dan la bienvenida a los perros pero piden que los niños lleven correa:


Yendo a la casa en autobús, me paso una parada. Bueno, es solo una y me he dado cuenta a tiempo. No es grave. 

No qué va. Porque para volver tengo que subir una cuesta que aquí quisiera ver a Jesús Calleja. Sin oxígeno, con una maleta más grande que yo, la mochila hasta los topes y dos abrigos puestos. Pero ya me estoy haciendo una chicarrona escocesa y consigo llegar a la casa sin desmayarme. Y subir luego las tres plantas, porque es un tercero sin ascensor. Claire me lleva a mi habitación, donde me ha puesto toallas, una hoja con instrucciones de cómo funciona todo, y un sobre con una carta escrita en un papel muy bonito donde me dice que espera que sea muy feliz en esta casa y que siente mucho irse justo cuando yo llego. Le doy las gracias por el detalle y me dice que iba a comprar flores para añadirlas al sobre pero la tienda ya estaba cerrada. Y prepara cena para las dos. No puedo esperar mejor recibimiento. Me cuenta anécdotas de su trabajo. Es bióloga especialista en murciélagos, y me dice que estos emiten diferentes sonidos dependiendo de la región donde vivan. Me pregunto si los murciélagos escoceses tendrán un acento tan cerrado como sus paisanos humanos. También cuenta que una vez rescató a una murciélaga preñada a la que atropelló sin querer con el coche y la trajo a casa. Pero no volvió a saber de ella, desapareció de un día para otro y no sabe por dónde escapó. A lo mejor no lo hizo y somos tres en la casa. O setenta, porque me advierte de que no deje nada de comida sin proteger, ya que hay ratones. Dice que son un gran problema en Edimburgo y que un día pilló a uno sentado en la despensa poniéndose morado, con los dos carrillos a reventar mientras la miraba sorprendido.

Intento abrir la ventana de mi habitación. Es de las que se supone que se deslizan hacia arriba. Y digo "se supone" porque hace falta un gato para subir eso. Ni toda la Patrulla-X combinando sus fuerzas podría abrirla. Me pregunto cómo voy a airear la habitación. Más tarde me pregunto cómo salir de la ducha airosamente. Se enciende y se supone que se apaga con un botón. Y vuelvo a decir "se supone" porque no hay manera de desconectarla: le doy y le doy al botón y el agua sigue cayendo. Que acabo de llegar, no me digas que le voy a tener que dar a Claire el espectáculo de venir a rescatarme de la ducha el primer día... Me quedo pensando qué hacer y milagrosamente el agua deja de correr. Me doy cuenta de que el botón tiene algo de retraso (como otra que yo me sé) y una vez le das, hay que esperar un poco a que se pare. Como no se detenía yo le daba de nuevo, pensando que no había apretado bien, y la ponía de nuevo en marcha. En mi defensa diré que la casa de Portobello tenía este tipo de ducha y el agua se paraba obedientemente en cuanto pulsabas el botón. 

lunes, 24 de julio de 2017

CORREOS

Ayer caí en que pasado mañana será mi último día aquí. Le pregunto a Claire si podría entrar entonces en el piso. Me dice que ella se va el jueves de vacaciones y quizá sería raro para mí entrar y quedarme sola. Tenemos un intercambio de mensajes locos y al final me sugiere que me vaya mañana mismo. Me lío la manta a la cabeza y le digo que sí.

Mañana tengo también la entrevista para la biblioteca de la Royal Blind School. Me pongo a prepararla y veo que tengo que llevar un chorro de documentación. Qué les gusta un documento. Y empieza la cadena: tendría que llevar el PVG (un papel que certifica que no eres un criminal, para simplificar), pero aún tengo que rellenarlo y pagarlo. Me doy cuenta de que no he activado mi cuenta de banca por internet, y también tengo que hacer una transferencia a Claire por lo del piso. Corro a activarla. No puedo, claro. Me dice que mis datos no se corresponden con los que tiene el banco (será que me he vuelto a cambiar de nombre). Los llamo. Lo de hablar con una máquina para cualquier trámite ya es universal. En inglés es aún más divertido. La máquina del teléfono tampoco me reconoce.

Entro en mi correo para escribir un mensaje a mi "personal banking manager". Veo un correo de la chica de la academia. Había olvidado esto: desde ayer, ella y mi alumno me están escribiendo para cambiar la clase del viernes. Le digo a mi alumno que los cambios se tienen que hacer a través de la academia, pero le doy varias opciones para que elija un día y se lo diga a ellos. Él sigue escribiéndome. Así que mando yo la fecha a la academia y les pido que me lo confirmen. Me contestan pidiendo que siempre remita a los alumnos allí para evitar líos. Pero para hacerlo más divertido, me confirma una fecha en la que el alumno me dijo que no podía venir. Venga, quién da más. Cuando acabe con esto, se me olvidará que estaba intentando activar la cuenta de banco. Y si soluciono lo del banco, olvidaré que todo empezó cuando estaba intentando preparar la entrevista de trabajo. Y aún tengo pendiente revisar otro papel que me ha enviado el Gobierno sobre algo de las tasas. Lo mismo, si tener que descifrar un documento de Hacienda me hace salivar de gusto en España, en inglés ya llego al Nirvana...

La chica de la academia me llama para pedirme que no dé sugerencias de horas a los alumnos, que directamente hablen con ella. Es muy agradable y me lo dice muy bien, pero es cierto que estamos creando una conversación a tres que daría juego para un sketch: nadie se entera de nada. Le pido disculpas humildemente. Qué bien está empezando la semana.

Reviso todos los documentos que tengo que llevar a la entrevista. Cuando acabo, veo un correo del banco (olvidé que no puedo activar la cuenta), con indicaciones para solucionar mi problema.

Que no me sirven de nada. Tengo que ir en persona. Está bien, desde Portobello solo es casi una horita. Voy, me dan un cacharrito para leer la información y más papeles. Ahora solo falta que funcione.

sábado, 22 de julio de 2017

ALOJAMIENTO

Este jueves vuelven los dueños, y aún no sé dónde me voy a meter. Ya pude mandar el mensaje al piso chulo y he tenido suerte, porque aún sigue disponible. Así que he quedado en ir hoy. La chica parece agradable por los mensajes, pero ahora tengo que ir a ver un piso sola y me pregunto si este será el cebo que utilice la banda de tráfico de órganos. En fin, si tengo que mudarme a algún sitio tendré que correr este riesgo antes o después. Y si me hacen cachitos, el problema del alojamiento estará solucionado. Aunque espero arreglarlo de otra manera.

Me pierdo en línea recta, que ya es de nota. Llueve y hace viento. Voy agarrando el paraguas con una mano, intentando que el viento no se lo lleve, y el móvil en la otra, porque decido confiar por última vez en la chica de Google Maps. Esta vez es misericordiosa y me lleva a mi destino con eficacia. Hacemos las paces.

Claire, la dueña, me muestra todas las estancias de la casa con entusiasmo y presume de las vistas. ¡Se ve el castillo desde aquí!!! El piso me parece una monada, está reformado, la zona es estupenda, y Claire parece muy simpática. Es del norte de Inglaterra, aunque tampoco tiene acento de allí, y la entiendo más o menos bien. Hablamos bastante y me pregunta que qué me parece la casa. Le digo que genial, pero supongo que ella será la que tenga la última palabra, porque ha venido bastante gente a verla. Responde que sí, pero que yo he sido la que más le ha gustado. Probablemente sea un truco de vendedora para hacer que me dé prisa, pero me cuesta decidirme tan rápidamente. Me dice que puede esperar un par de días a que le dé una respuesta.

Vuelvo a casa dándole vueltas al asunto. Lo que me asusta es cómo voy a poder pagarlo si no encuentro trabajo pronto. Pero me tendré que meter en algún sitio de todos modos, y este me ha encantado. Aparte del pequeño detalle de que ha sido el único que he encontrado, porque de los otros dos anuncios no me contestaron. Decido esperar un poco. A no sé qué, exactamente. 

viernes, 21 de julio de 2017

JUEGOS

Sigo buscando Meetups para practicar inglés. Omar me sugiere uno de intercambio de italiano. Le respondo que prefiero que me hagan un tacto rectal. (En realidad le digo que no me apasiona la idea). Sigue buscando y me habla de uno de juegos de mesa. Ahora sí, muchacho.

Como siempre, me lío un poco para encontrar el sitio. Pero sólo un poco esta vez. Lo suficiente para llegar tarde. Omar ya está sentado en una mesa jugando a algo. Que ni él sabe lo que es. Me dice que hable con el organizador para que me coloque en algún sitio. Hay grupos sentados en diferentes mesas y estoy un poco perdida, porque todas las partidas parecen empezadas. Pero el organizador es muy agradable y me encuentra un grupo donde están buscando jugadores. 

Me presento, el resto se presenta y un chaval empieza a repartir fichas y cartas y a dar instrucciones. Por supuesto, no me entero de nada. Esta vez hay una dificultad añadida: como somos muchos jugando en diferentes sitios, hay bastante ruido. Así que en primer lugar no oigo, cuando oigo no entiendo, y cuando entiendo, no comprendo las reglas. Dónde me he metido.

Tomo las cartas pensando que iré cogiendo el tranquillo sobre la marcha. Las narices. Además, el juego es bastante "gore": las cartas son de monstruos, zombies, cabezas cortadas y demás delicadezas. Participo mucho en el juego, diciendo "¿Eh?" constantemente. Los chavales me van indicando cada vez y yo finjo que me entero. Hasta que me vuelven a decir lo que tengo que hacer, porque no lo he hecho. Ahora sería de mala educación irse, ¿no? Espero que la partida sea corta. 

Menos mal, acaba más o menos pronto, aunque se me hace larguísima. Y no me he enterado de nada de lo que había que hacer. Felicito al ganador y se extraña: "No, si no hemos acabado aún. Esta era la primera ronda de tres". Tierra trágame. Venga, voy a poner toda mi atención. Cuando me toca muevo mi ficha, orgullosa de saber ya cómo se cuenta. Pues no. Me dicen que lo que tengo que mover son puntos de sangre. Ah, pero ¿yo tenía puntos de sangre? ¿Cuándo los he conseguido? ¿Cómo lo hice? Y aún más importante, ¿qué demonios son los puntos de sangre? Porque yo he estado moviendo una ficha, pero ahora me doy cuenta de que tengo dos, y que la chica que tengo al lado me ha ido moviendo la segunda en otra parte de mi tablero, que veo ahora por primera vez. Se lo agradezco, avergonzada.

Por suerte nada dura eternamente, y aunque parece que la partida va a ser la excepción que confirme la regla, en un momento dado termina. 

Intento ocultar mi alivio y me despido del resto de los jugadores. Pero Omar aún está enfrascado en su juego. La mayoría de mis compañeros se ha marchado, pero queda una, Kathryn, que está buscando otra mesa donde jugar. La veo hablando con un chico que parece japonés, mientras me miran. Le estará contando mi brillante intervención. Pero no: al poco, el japonés se me acerca y me pregunta si quiero jugar con ellos. Qué remedio.

Este nuevo juego consiste en plantar campos de judías. Es tan apasionante como parece. Una vez más no me entero de nada, pero Kathryn, que tiene una paciencia a prueba de bombas, me indica lo que tengo que hacer cada vez que es mi turno. E incluso me sugiere alguna jugada para ayudarme. Es super linda, siento el impulso de abrazarla y decirle que la quiero. Se nos ha unido otro japonés que es un hueso duro de roer (jugando), y que al final nos hace reír porque se toma la partida muy en serio. Mientras que Kathryn y yo somos muy buenas, nos ayudamos todo el tiempo y regalamos nuestras judías cuando no podemos venderlas. Así que perdemos. Cuando acabamos, al menos siento que me he enterado del funcionamiento esta vez. De la mayor parte, digo. No salgo tan frustrada como del otro.

Reconozco que me gusta el ambiente. Es como cuando en un parque los niños se acercan a otros con toda la inocencia y preguntan "¿A qué juegas? ¿Puedo jugar?". Lo malo es que no me entere de nada, pero me gustaría volver cuando controle un poco más el idioma. Hay gente de todas las edades y nacionalidades y una atmósfera muy amistosa.

Omar acaba también su partida y nos vamos para Portobello. Le cuento mi bochornoso debut y él reconoce que tampoco se estaba enterando de nada en el primer juego. Y eso que él sí es bilingüe. Así que me siento un poco mejor. Pero creo que voy a tardar en volver.

miércoles, 19 de julio de 2017

CLASES

Los dueños del piso vuelven en una semana y yo no he resuelto nada relacionado con el alojamiento. (Total, los puentes de Edimburgo parecen confortables, y el tiempo es bueno). Me han ofrecido que me quede con ellos hasta principios de agosto, cuando llegan unos familiares a visitarlos, pero igualmente sigo necesitando encontrar algo y preferiría respetar su intimidad y dejarlos solos.

Si no es fácil encontrar alojamiento en Edimburgo en general, durante el Festival Internacional es como querer escalar el Everest en chancletas. He visto un anuncio de un piso que parece chulo, pero no puedo acceder al teléfono de contacto a no ser que pague una suscripción mensual. Y pagar por ver un número de teléfono me parece exagerado. Así que tengo que esperar una semana hasta que lo publiquen gratis. Convencida de que al cabo de esa semana la habitación habrá volado, pero mis orígenes catalanes pesan. Me pongo un recordatorio y cruzo los dedos. Veo otros dos anuncios que parecen decentes en otra página web y les mando un mensaje.

Hoy doy mi primera clase de español. El método es muy curioso: tengo que encontrarme con un alumno de nombre impronunciable en la cafetería donde vamos a dar la clase. Yo no sé cómo es él, pero él sí tiene una foto mía para identificarme, así que deberé pasearme por la zona con aire sofisticado hasta que dé conmigo (lo de la sofisticación me lo he inventado yo, que he visto muchas pelis en blanco y negro. Voy a buscarme una boquilla larga y una gabardina). Menos mal que no me he dejado llevar por la coquetería y he enviado una foto actual y sin filtros. Aunque si fuera con esas pintas, desapercibida no pasaría. Me doy cuenta de que no me han dado ninguna contraseña, espero que no haga falta y se vaya toda la operación al garete...

Me siento un poco rara paseando por la cafetería mirando a los hombres. (Me siento un poco otra cosa, para ser sincera. La camarera me mira suspicaz). Por suerte, mi alumno me reconoce en cuanto llega y puedo sentarme y sacar ostentosamente mis papeles, haciendo lo posible para que la camarera me vea. Las clases resultan muy interesantes y me divierto mucho, pero no creo que sea profesional dar muchos detalles. Aunque me gustaría.

martes, 18 de julio de 2017

HUMANOS

Preparo clases como una loca. Me han dicho que el alumno es post-beginner (A2), pero no sé nada más, así que no sé muy bien cómo enfocarlo. Tengo que ir al centro a sacar fotocopias y aprovecho para hacer compras ahora que estoy en la civilización.

Ayer Omar me mandó un mensaje para quedar hoy y revisar mi CV. Llego a casa justita para cenar algo antes de quedar con él. Quiero pasear un poco por la orilla para desestresarme, así que salgo pitando. La playa está animada, pero como todo el mundo habla bajito aquí, es un ambiente plácido. El agua me sienta bien. Cuando llega Omar está serio, no parece el del domingo. Nunca sé cómo saludar aquí, así que lo hago mal una vez más. Él me va a dar un beso, pero yo no sé pararme en uno solo, así que cuando le voy a dar el segundo en la otra mejilla, repito el movimiento quijadazo, porque él ya tenía bastante con uno. No sé si existirán los airbags para pómulos. Buscaré en Amazon, los voy a necesitar.

De todos modos él no ha perdido su resolución: no me deja pagar mi consumición, de manera suave pero firme. Nos sentamos en una mesa del paseo. Hoy ha hecho calor, pero ahora hace viento (podría cortar y pegar esta frase), y me pongo la chaqueta y el pañuelo. Él se extraña, está en manga corta y se le ve tan campante. A mí en Sevilla me tenían por calurosa, ¿qué me ha pasado? Me pregunta cómo me ha ido el día pero enseguida se pone al trabajo y me pide el CV. Empieza a escribir anotaciones concienzudamente, se ve que se lo toma en serio. Luego me las va explicando, pero acaba diciendo que haga los cambios que yo considere. Y que si tengo alguna entrevista y necesito prepararme, que también se lo diga y me ayudará. Hablamos un poco más, y me pregunta si me importa que nos vayamos. No ha cenado aún y venía del gimnasio, así que está muerto de hambre. Asiento, y caminamos juntos hasta que él llega a su calle y nos despedimos. Esta vez no me da un beso. Quiere conservar sus huesos intactos.

Me quedo un rato más en el paseo, mirando la puesta de sol. Me llama la atención un adolescente que pasa por allí haciendo footing y se para a fotografiarla. No creía que las puestas de sol estuvieran dentro de su sensibilidad. Me está bien empleado por tener prejuicios. Precisamente Omar me ha estado hablando de ello, de que en según qué sitios no lo tratan bien por su raza, aunque en Edimburgo no ha tenido problemas.

Yo había quedado con él porque quiero conocer gente, practicar el idioma, etcétera, pero estaba un poco a la expectativa de por dónde saldría. Y como él tenía esa seguridad y ese don de gentes, di un poco por supuesto que quizá quisiera tontear, que era el típico que tira la caña a ver qué pasa. Y supongo que pasarán muchas cosas, porque mientras está enfrascado en mi CV puedo contemplarlo tranquilamente y descubro que tiene un físico bastante perfecto.

Pero no ha tonteado: se ha mostrado grave, aunque queriendo mantener el contacto. Percibo que debe de ser bastante sociable y se siente solo. Yo le he dicho que no me siento así, pero asegura que para él es más difícil porque es musulmán, y tal como están las cosas, la gente no se echa en sus brazos. Es una pena, porque me parece tremendamente educado, sereno y considerado, y es muy fácil hablar con él.

Mencionó la cuestión de la Visa. Keev también me comentó que el año que viene tiene que volver a la India porque le expide la suya, y no podrá volver a vivir aquí hasta dentro de cuatro años, creo. Pienso que en qué locura de mundo vivimos, donde algunos creen que poseen la tierra y deciden quién puede vivir en un lugar y quién no. Cuando voy a los intercambios, lo único que flota en el ambiente es el deseo de conocernos, de relacionarnos y ayudarnos. La nacionalidad y la raza son sólo datos curiosos de cada uno: somos humanos y queremos contactar con otros humanos. Así de simple. 

domingo, 16 de julio de 2017

MÁS INTERCAMBIOS (LINGÚÍSTICOS)

Me obligo a ir a más intercambios, para relacionarme y seguir practicando inglés, aunque ahora me suponga una hora de ida y otra de vuelta. A las 16 h hay uno previsto y cuando llego a la cafetería, tienen una silla atravesada en la puerta. ¿? Pregunto a la chica que está dentro y me dice algo de las cuatro. Sí, ya sé que son las cuatro. Pero espero pacientemente fuera. Al cabo de un rato, un chico me hace gestos desde dentro para que pase. Entro y contemplo el lugar. He visto fumaderos de crack más coquetos. Los que llevan esto no me dicen nada, así que me siento y me pongo a escribir. Por suerte pronto llega un chico indio, Keev o algo así, y me dice que es el organizador. Nos ponemos a hablar. Llega otro chico, un sirio que parece que va a estallar de lo fuerte que está, pero no en plan culturista, es extrañísimo. Me recuerda a alguien y no sé a quién.  Los dos son agradables, charlamos un rato y luego Keev dice que como hace un “lovely day” (que significa que no llueve), nos puede enseñar un sitio muy bonito que no está muy lejos.

Antes voy al baño. A quién se le ocurre. Está en el sótano, decorado con guirnaldas de luces azul oscuro. Busco un interruptor porque no veo nada, y cuando doy con uno se enciende otra luz azul, minúscula, que yo creo que oscurece y todo. Pues a probar con la puntería. Antes ha habido alguien que no la tenía muy desarrollada, porque huele a pis. Parece que es un olor recurrente en los sitios de intercambio (lingüístico).

Al volver con los otros me doy cuenta de a quién me recuerda el chico sirio: a Shreck cuando toma su forma humana. Por lo enorme, porque es guapo y tiene unos ojazos, pero es que no sé cómo puede respirar dentro de tanto cuerpo. En fin, dice que se tiene que ir por algo que le ha pasado con el coche. Así que Keev y yo vamos dando un paseo por el margen del río. Voy escribiendo un mensaje diciendo con quién estoy y dónde. Pero hay gente alrededor y Keev es agradable. Incluso me ofrece su chaqueta cuando ve que tengo frío, quedándose él en manga corta. Y el tiempo no está para manga corta, así que se lo agradezco pero declino su oferta. Aunque cuando llegamos a un sitio más desangelado y con menos gente pienso que será allí donde nos espere el resto de la banda de tráfico de órganos, por lo que le digo a Keev que estoy pelada de frío y que si le importa que volvamos. El día será “lovely”, pero hace un viento que te congela el sentido. Si lo tuviera. Keev se decepciona un poco pero no insiste y regresamos. Tiene que esperar en el fumadero de crack a que venga otra de las chicas que organiza esto. Le hago compañía hasta que esta aparece. Conversamos un poco y ella me dice que es una pena que no hayamos llegado hasta donde me quería llevar, porque es un sitio precioso. Y yo una paranoica, pero qué le vamos a hacer.

Cojo otro bus para Portobello (contened el aliento). Desde él veo, admirada, a un hombre que casi ni se tiene en pie de lo bebido que está, paseando a su perro. Sí señor, aquí no compran cachorritos en navidades y los abandonan en verano. Con una cogorza monumental, pero atendiendo a sus responsabilidades. Borrachos así necesitamos en España. Me saca de mis ensoñaciones el grito de “Last stop!” de la conductora, diciéndonos que tenemos que bajar. No me fastidies, si he ido en el mismo bus al intercambio y lo cogí en Portobello, dónde me dejas ahora… Pero parece que los domingos el servicio acaba antes (a las seis y cuarto de la tarde). De nuevo, hay dos locales que parecen tan desconcertados como yo al tener que bajarse. Le pregunto a la conductora, me dice que Portobello queda a la derecha. Es verdad, por aquí ya me he perdido antes, conozco la zona. Consigo llegar a casa con el tiempo justo de deglutir la cena. No me da tiempo a cambiarme, así que cojo un abrigo y salgo pitando para el siguiente intercambio. Después de esperar un rato en la parada del bus, pregunto a dos nativas si estoy en la dirección correcta. No porque dude, sino por practicar escocés. Me dicen que sí, pero que está muy mal explicado, que parece justo lo contrario y todo el mundo se lía. Les digo que pensaba que era yo quien no se aclaraba, y me dicen que no, que le pasa a los de allí también y que no tiene sentido. Menos mal.

Llego tarde al intercambio y hay un montón de gente ya sentada. Intento acomodarme al principio, preguntando a dos chicas si se pueden juntar un poco en el banco, pero no parecen muy por la labor. Una me dice que hay una silla libre al fondo, que la puedo traer levantándola por encima de las cabezas de la gente.

O me puedo sentar directamente allí, no te fastidia. Así que me voy al final y me junto con otro grupo: un chaval español, Daniel, que está de vacaciones pero pensando en venirse a vivir aquí en septiembre; una chica brasileña, Vanesa, que está de año sabático; y Omar (pronunciado Óumar), un paquistaní con un don de gentes como he visto pocos, y por suerte sin el acento de los suyos. Creía que no había nadie más difícil de entender que un escocés, pero me olvidaba de los paquistaníes. El pub es muy chulo, el dueño muy agradable, la música genial y no huele a pipí. Pero ando un poco inquieta mirando la hora, porque estoy lejos y no quiero volver muy tarde.  Si sumamos el tiempo que paso perdiéndome, desandando lo andado, etcétera, a saber a qué hora llego. Alucino: Omar también vive en Portobello, así que me dice que podemos volver juntos. Otro ángel de la guarda. Antes de irme, le doy a Daniel mi correo para que me avise si viene en septiembre y puedo ayudarlo con algo. Espero que no sea él quien me tenga que ayudar a mí...

Omar me dice que no conoce a nadie en Portobello, que podemos quedar para ir a la playa. Será el verano próximo, porque ya hemos gastado el día de sol de este. Me da ideas para encontrar trabajo, se ofrece a echarle un vistazo a mi CV porque tiene una amiga francesa que no sé qué. Le doy mi teléfono y me hace una perdida para que tenga el suyo. Al llegar a casa e intentar grabarlo lo llamo por error. Cuelgo enseguida pero es tarde. Llama preguntándome si va todo bien (porque él se quedó antes), le digo que sí, le explico lo que ha pasado. Voy a dejar de preguntarme si dejaré de meter la pata algún día. La respuesta está clara.

miércoles, 12 de julio de 2017

DULZURA

Hoy voy al banco para abrir la cuenta corriente. La chica, Rachel, es encantadora y responde "lovely" a todo lo que le digo (mis apellidos, cuándo llegué a Edimburgo...). Una de las preguntas que me hace es si me he cambiado de nombre en los últimos años y otra, en qué mes empecé a vivir en España. Le digo que soy española, pero necesita saber en qué mes empecé a vivir en España. Pues nada, le digo en qué mes nací. Esto es divertido, no quiero que acabe...

Lo más curioso es que después de todas las trabas que te ponen para abrir cuenta, luego no es necesario ingresar ni un penique. La puedes tener a cero desde el principio. De verdad que a peculiares no los gana nadie. Pero como son tan amables hago la vista gorda.

Como estoy cerca de Marks and Spencer, decido comprar otra tarta de queso, porque presentarme con esa deconstrucción de pastel en una caja que gotea me da un poco de vergüenza. Ya me comeré las migas de la otra poco a poco, tampoco me quejo de tener algo de postre en casa. De paso compro otro paquete de crumpets. Esta vez llevo la tarta con tanta reverencia como si portase al embrión de un heredero varón a la Casa Imperial Japonesa.

La ola de calor ha llegado a Edimburgo: 19 grados. Por lo que el conductor del autobús, asfixiado, enciende el aire acondicionado. Me entra la risa. En Sevilla a 19º pondrían la calefacción.

Por la tarde voy a casa de María (casi olvido la tarta), me paso tres calles y tengo que desandar lo recorrido y cuando llego no está. La llamo, salta el contestador. Me quedo mirando a las gaviotas con cara de tonta hasta que oigo mi nombre. Es María con su hija, disculpándose y preguntando si llevo mucho. No pasa nada.

Después de cenar me dice que por favor me lleve lo que ha quedado de tarta, que prefiere no tener dulces en casa. La volvemos a meter en la caja y me la llevo. Cuando llego me pregunto cómo voy a acabar con tanto pastel, pero como soy resolutiva lo soluciono a mi manera: saco la caja de la bolsa al revés y la tarta se estrella contra la pared, la silla y el suelo. Al ser de frambuesa la cocina parece ahora el escenario de una peli de Tarantino. Problema resuelto.


martes, 11 de julio de 2017

CONTRATO

Por supuesto, no deja de llover. Porque al microclima de Edimburgo se la repampinflan el satélite Meteosat, las isobaras y los meteorólogos. Así que la ascensión al Arthur's Seat tendrá que esperar. No digo que llore de pena, estoy reventada. Anoche no podía dormir, de estar despierta me entró hambre, me estuve poniendo morada de crumpets con mantequilla a las tres de la mañana, luego me entró una acidez que no veas, y cuando al final me quedé dormida, supongo que a eso de las cinco, el sol dijo "aquí estoy" y la luz me despertó. Porque aquí no hay persianas, y las cortinas no tapan lo suficiente.

Voy al centro porque aún medio creo que haré la excursión y porque tengo que volver a la agencia a que me paguen. Adam y yo jugamos al gato y al ratón al teléfono, y mientras espero su llamada me meto en Marks & Spencer. María, la amiga de Javier y Rocío, me ha invitado a cenar mañana y quiero llevar algo de postre. Compro una tarta de queso de aspecto muy apetecible.

Hasta que llega a casa. Porque como no deja de llover y tengo que sujetar el paraguas, decido meterla en la mochila, la caja parece fuerte. Pero no cabe recta y la pongo un poco en vertical. Ideas mejores habrá. No se me desparrama dentro de milagro, pero la capa de mermelada es ahora un churrete por un lado y una montaña por el otro, la caja está espachurrada, el plástico perdido de mermelada... La nueva socialité ya está aquí, voy a quedar como una reina mañana.

Una vez más, entro en la agencia corriendo, empapada y luchando con la puerta. Que no lo he dicho antes, pero pesa lo que no está en los escritos. O será que yo llego siempre con mi último aliento y me parecerían pesadas hasta unas puertas automáticas. Adam me paga, creo pillar algo de que faltan catorce libras, pero no entiendo por qué ni si me las va a pagar en algún momento. Le digo a todo que sí (es más fácil que pedir que me repitan todo siempre) y me voy. Como soy de costumbres, cojo el bus en dirección contraria.

Llego a casa muerta de hambre y deseando echarme una siesta. Pero recibo un mensaje de los de la academia pidiéndome la documentación que tengo que devolverles firmada y diciéndome que tienen un alumno para mí. (Iba a decir "un cliente" pero me ha sonado fatal).

Ja, ¿dónde imprimo yo en Portobello? Veo que Javier y Rocío tienen impresora y ruego porque funcione. Luego ruego por poder contenerme y no tirar el ordenador por la ventana. ¿Dónde narices han puesto el icono de "Impresoras" en el maldito Windows 10? Porque antes se veía, así que en la nueva versión pensaron, con gran acierto, que para qué iba a estar a la vista, vamos a ejercitar las neuronas de los usuarios, que se nos atontolinan...

Después de chuparme cuarenta tutoriales de gente que se pasa el primer cuarto de hora divagando, me entero de que hay que clicar con el botón derecho en el icono de "Inicio", ahí se abre un menú del que debemos elegir "Panel de control", allí entrar en "Hardware y sonido", y luego en "Dispositivos e Impresoras". Totalmente intuitivo.

Consigo imprimir el contrato. Lo tendré que escanear, y el otro día me pidieron que firmase lo del NIN con tinta negra, porque por lo visto la azul da problemas. Como para arriesgarme. Ni un boli negro. Tengo azul, rojo, verde, rosa palo... Ni uno negro. Voy al centro de Portobello a comprar uno. Cojo el bus (en la dirección correcta) porque hace una rasca de narices y además tengo prisa.

Vuelvo. Firmo. Miro más tutoriales porque he olvidado cómo acceder a "Dispositivos e impresoras". Finalmente envío el correo con todo lo que me piden.

Como una hora y media para firmar un contrato. Un nuevo récord.


lunes, 10 de julio de 2017

AMABILIDAD

Voy a otro banco, Nationwide, donde me dijeron que con la carta que me hizo Adam el otro día y el pasaporte tendría suficiente para abrir una cuenta. La chica que me atiende es encantadora, absolutamente adorable. Cuando ve la foto de mi pasaporte, exclama “¡Oh, qué bien, vosotros podéis salir sonriendo! A nosotros no nos dejan, tenemos que salir así (frunce el ceño), parecemos todos asesinos en serie…” Se disculpa porque ahora no tienen citas disponibles, me pregunta cuándo puedo ir y me dice que me atenderá Rachel, a quien señala. Rachel me mira y me saluda con la manita sonriendo, como si fuera mi mejor amiga. Salgo alucinando y miro el rótulo a ver si me he equivocado y me he metido en un bar donde hacen improvisaciones. Pero parece que ahora es verdad, porque el miércoles ya no tengo que llevar papeles, sólo ir yo. ¡Voy a tener una cuenta de banco! Me avergüenzo de alegrarme.

Y ya he salido de dudas: Adam es muy… (redoble de tambores para dar suspense a la cosa)

… majo. Hoy tenía que ir a que me pagase la segunda nómina, porque el viernes me explicó algo de que no podía sacar más de 200 libras a la vez y hoy tendría la otra parte. Me dijo que podía ir en cualquier momento de 10 a 15 h, añadiendo luego “Bueno, hasta las cuatro, en realidad”. Así que hoy voy para allí después de haber estado muy liada toda la mañana con una entrevista de trabajo (por cierto, me han cogido, pero no la describo porque no hice payasadas), de que haya ido a ofrecerme de voluntaria en una tienda de caridad de las que abundan tanto (empiezo el sábado), y un montón de líos más. La cosa es que al final salgo bastante tarde de aquí y llego a la agencia casi a las tres. Dudando de si oí lo de “Estamos hasta las cuatro, en realidad”. Así que entro a toda pastilla y sin aliento, para que Adam pueda reconocerme. Voy con cara de disculpa, él también lleva puesta su cara de preocupación, y le pregunto si era hasta las tres o las cuatro. Me suelta una retahíla de la que sólo entiendo “the other guys” (añoro mis conversaciones con Jamie), pero por la que creo recibir el mensaje de que hoy no puede pagarme. Luego me dice que puedo esperar allí 20 minutos si quiero, o volver mañana… Como no sé si me he enterado bien y a lo mejor estoy esperando 20 minutos para otra cosa, le digo que vuelvo mañana (tengo que ir de nuevo al centro, de todos modos). Me pregunta que cómo me van las cosas, si todo va bien. No sé si aquí la gente pregunta por educación y es una fórmula a la que hay que responder “Fine, thanks” y Santas Pascuas, pero no me llega así. Le digo que me han cogido como freelance para dar clases particulares de español. (Eso era lo de la entrevista de esta mañana). Me felicita, alegrándose sinceramente. Y recuerdo que no tengo ni idea de qué supone eso a nivel burocrático, así que le pregunto si sabe si tengo que hacer algo especial con el Gobierno. Me dice que sí, que tengo que emitir unas facturas, y que me siente, que me va a buscar un modelo. Se pone a buscar, imprime una, me la enseña y me explica los conceptos. Me la manda por correo electrónico para que pueda editarla.

Luego sigue buscando en internet lo que tengo que hacer en relación al Gobierno. Cuando veo que está investigando sobre la marcha le digo que no se preocupe, que ya lo averiguaré. Me responde sonriendo “Estoy interesado”. “Sí, porque la burocracia es tan apasionante”, le contesto. Sonríe, pero sigue buscando. Al final encuentra una página que le convence y me pone la pantalla a la vista mientras me explica cosas y me da consejos, como que guarde todos los recibos de gastos relacionados con ir a dar clases, etcétera. Parece que tengo que registrarme en algo del Gobierno, pero luego es el Gobierno el que va contactando contigo para indicarte lo que tienes que hacer, no tienes que saber tú las cosas, como en España. Y no tienes que empezar pagando, como en España.

También me manda esa info por correo. Intento entender cuándo tengo que volver. Me dice que lo llame por la mañana antes de ir. Contesto que de todos modos será antes de las 14 h, porque ¡voy a subir a “The Arthur’s Seat”! (O lo voy a intentar, porque me preocupa un poco el aviso de “A reasonably good level of fitness is required - be prepared for some steep sections and step climbing”. A ver qué es un nivel razonable de forma física para un escocés…).

Cuando se lo digo exclama “Pero, ¿has mirado antes el tiempo?” y rápidamente busca en su móvil la predicción. Le digo que para qué, si no dan ni una. Se ríe, pero no aparta la mirada del teléfono hasta que suspira aliviado: “Sí, puedes ir”. Parece que no lloverá.

sábado, 8 de julio de 2017

¡PLAYA!!

Hoy estamos a unos sofocantes 12º y el sol brilla (entre las nubes), así que no me lo pienso y decido ir a la playa. Me pongo la crema protectora delante del espejo, ahora que no está Federico para solucionar mis desastres, y con una moral a prueba de bombas me planto el biquini.

Me acerco a la orilla y paseo con el agua por los tobillos. Por suerte he traído los crampones. Veo medusas, voy con cuidado. De todos modos ya me han avisado de que no es recomendable bañarse aquí, parece ser que el agua está bastante contaminada. Lo de la hipotermia no me preocupa demasiado, pero las medusas y la calidad del agua me convencen de que es mejor quedarse en la orilla. 

Busco el sol. Y lo busco. Y sigo buscándolo. Porque desde que piso la arena veo que hay una zona de sol más adelante, pero cuando llego a esa zona, ahí se ha nublado y el área soleada sigue estando más adelante. No sé cuántos kilómetros recorro hasta que cazo una zona despejada.

Me tumbo al sol y poco a poco me voy sintiendo escocesa y me quedo en biquini. Entre la gente que pasea por la playa hay quien va con bañador, quien lleva el abrigo puesto... Cada uno opta por una vía diferente de equivocarse con la vestimenta.

Estoy a gusto, no creía que tomar el sol pudiese ser agradable. A ratos se levanta viento (fresquito, cómo no) pero yo me envuelvo el cuello con una bufanda y sigo en mi traje de baño. A saber cuándo vuelve a hacer un día tan espectacular.

Al volver a la casa descubro que Javier, el dueño, ha salido en los periódicos. Por algo bueno. Muestran un cuadro suyo y lo mencionan. Vale la pena compartir sus cuadros también, me siento mecenas últimamente. 

Javier Ventura
http://javierventuraobras.blogspot.co.uk/

viernes, 7 de julio de 2017

THE SPINNING BLOWFISH

¡Hoy cumplo un mes en Edimburgo! Lo he celebrado volviendo a coger un autobús equivocado, mojándome, perdiéndome, y haciendo otro numerito de los míos mientras intentaba atender por teléfono a un seleccionador que quería concertar una entrevista de trabajo. En una calle con un ruido de tráfico infernal, cargada como una mula... Lo de siempre.

Así que para variar un poco, voy a compartir otro regalo que me da dado esta ciudad: disfrutar del grupo The Spinning Blowfish. Ya dije que escucharlos mientras me como un sandwich insulso en Princes Street Gardens siempre me da un chute de energía y me hace recordar por qué elegí esta ciudad. A veces hay gente que nos ayuda sin siquiera ser consciente de ello. Espero que os hagáis una idea, aunque no es lo mismo verlos en este vídeo cutre que en directo, y menos con el tembleque de la cámara, pero mis piececitos iban a su bola. Pues nada, un vídeo de la escuela Dogma.

Si no tenéis una taza de café hirviendo en las manos, pinchad en la foto.


domingo, 2 de julio de 2017

OLIVERIA II


El último día en Stockbridge me hace un insólito regalo: asistir a una carrera de patos. De goma. Intento entender el cartel que dice “Duck race. 15 pm”. No por el inglés, que a eso aún llego, si no por el concepto. Me entero de que es un acto benéfico para recaudar fondos: unos días antes se venden los patitos, que van numerados. A las tres los soltarán en el agua y ellos se precipitarán río abajo, donde bajo el siguiente puente un grupo de voluntarios metidos en el agua (12 grados en el exterior) recogerán a los que lleguen primero, dando fe de que son los más veloces. Los dueños de esos patos ganan un premio. Tras los voluntarios hay una red para recogerlos a todos al final de la prueba.

Hay un momento verdaderamente emocionante cuando un patito rebelde consigue burlar la red de contención y uno de los voluntarios sale raudo río abajo en su busca. Los espectadores enloquecen, dándole ánimos a este héroe anónimo (escocés puro, con cejas y barba pobladas, que parece capaz de partir un roble con la única ayuda de sus manos desnudas): “¡Tú puedes hacerlo! ¡Vamooos!” Parece que el patito va a salirse con la suya, pero este titán de pelo blanco no sabe lo que es el fracaso y redobla sus esfuerzos; y en un último sprint que causa taquicardias, consigue cazar al patito. Gritos de júbilo, aplausos, desmayos…



Después de tantas emociones tengo calor, así que me quito el abrigo y decido ir a Princes St. Gardens a echarme una siesta. Llego, me echo. Empieza a llover, me levanto. Busco un sitio donde meterme, deja de llover y sale el sol. Me siento en un banco. Casi me matan de un frisbazo. Estoy yo en mis cosas, sin molestar a nadie, y de repente un frisbee se empotra justo a mi lado haciendo un ruido infernal y dándome un susto de muerte. “¡Sorry, sorry!”. Sí, “sorry, sorry” pero casi no lo cuento. Son unos italianos que se están lanzando el disquito con menos pericia que un ornitorrinco, sin que eso parezca disuadirlos de seguir jugando con él. Ahora casi le arrancan la cabeza a un bebé. Mejor me voy a otro lado.

Vuelve a llover. Me acerco al museo, no por mi interés en las pinturas, sino porque está a cubierto. Cierra en 20 minutos, dudo si entrar o no. Oigo la música de los chicos de siempre y los sigo. Piden que demos palmas y saltemos, pero ahora ha dejado de llover y tengo calor con el abrigo y mi mochila con mi vida encima. Saltar es demasiado esfuerzo. Les compro el CD. Voy a volver para continuar mi siesta, ahora que tengo calor. Me tumbo en el césped, se levanta un viento brutal y empieza a llover.

Mejor voy tirando para el pub donde voy a hacer otro intercambio de inglés. Me había puesto un montón de excusas para no ir, por pereza, pero me alegro de haber acudido. Paso un rato muy agradable y me vuelvo cuando veo que voy a perder el último bus.

Esperando en la parada del 42 cuando NO TIENE SERVICIO LOS DOMINGOS, pierdo el 29 y tengo que esperar media hora hasta que venga el último.

Los autobuses de Edimburgo y yo, una relación sin futuro.

sábado, 1 de julio de 2017

OLIVERIA

Hoy dejo mi habitación. Bill me ha ofrecido el sofá de la biblioteca para dormir hasta que me vaya a Portobello el lunes. Durante el día tendré que estar dando tumbos por ahí, porque en la casa no tengo dónde meterme.

Me compro un menú en el Kentucky, para tener otra oportunidad de meter la pata hablando inglés. Cuando el chaval me da mi bolsa con la comida, le pido “nappies” (pañales). El chico, imperturbable, me pregunta si lo que quiero son “napkins” (servilletas). No, quiero pañales para limpiarme la boca, no te fastidia. Y si puede ser, usados. Agacho la cabeza y murmuro “Sí” humildemente. El chico me dice que ya están dentro de la bolsa. Me arrastro hacia la salida.

Voy como siempre (que no llueve) a Princes Street Gardens. Protejo mi hamburguesa de las gaviotas con uñas y dientes, y agarro la bolsa de patatas para que el viento no se las lleve. Yo había venido a relajarme.

Me doy cuenta de que llevo casi un mes viviendo en una sillita plegable. El tiempo que he pasado en la casa ha sido sentada en la silla de tijera de mi habitación. Necesito un sofá. Y una buena siesta. Voy a echármela en el césped. Espero no despertarme en Gales, hace bastante viento.

Cuando me desanclo del césped, veo que mis pantalones y mi mochila están manchados de naranja. Muy manchados. Sin entender nada, abro la mochila buscando un paquete de pañuelos para limpiar el desastre. El interior también está naranja y descubro la causa: los restos de una muestra de crema solar que me apliqué antes de la siesta. La dichosa crema tenía color y ha puesto todo perdido. Hago lo que puedo para limpiarme la ropa y me pregunto cómo tendré la cara. Corro a Marks & Spencer para verme en el lavabo. Esta vez soy previsora y pinto flechas en el suelo de la tienda con los restos de crema para poder encontrar la salida. En efecto, tengo el rostro como un apache en día de fiesta. Me pregunto si algún día dejaré de hacer tonterías, pero prefiero no saber la respuesta.

Hace frío y no me apetece deambular. Al pasar junto a una parada de autobús, hay uno parado que va a Penicuik y me subo a él sin pensarlo. Tengo mi tarjeta de viajes ilimitados por una semana, y así la amortizo mientras conozco un nuevo barrio de Edimburgo sentada y calentita.

Y vaya si la amortizo. Porque Penicuik no es un barrio. Es un pueblo que está a unos 16 kilómetros. Al ver que el autobús se mete en carreteras me inquieto un poco, pero pienso juiciosamente que cuando llegue al final de trayecto tendrá que volver a la ciudad. Luego recuerdo que esta gente circula por el lado contrario al resto del mundo, no usa el sistema decimal, numera las calles siguiendo números primos, toma la cerveza a temperatura ambiente… Está claro que razonamos de manera muy diferente. Así que antes de cruzar la frontera le pregunto al conductor y me tranquiliza. Cuando llegamos a la última parada, hay otra señora que también se ha despistado. Y ella es escocesa. Me siento un poco mejor.