Me obligo a ir a más intercambios, para relacionarme y seguir practicando inglés, aunque ahora me suponga una hora de ida y otra de vuelta. A las 16 h hay uno previsto y cuando llego a la cafetería, tienen una silla atravesada en la puerta. ¿? Pregunto a la chica que está dentro y me dice algo de las cuatro. Sí, ya sé que son las cuatro. Pero espero pacientemente fuera. Al cabo de un rato, un chico me hace gestos desde dentro para que pase. Entro y contemplo el lugar. He visto fumaderos de crack más coquetos. Los que llevan esto no me dicen nada, así que me siento y me pongo a escribir. Por suerte pronto llega un chico indio, Keev o algo así, y me dice que es el organizador. Nos ponemos a hablar. Llega otro chico, un sirio que parece que va a estallar de lo fuerte que está, pero no en plan culturista, es extrañísimo. Me recuerda a alguien y no sé a quién. Los dos son agradables, charlamos un rato y luego Keev dice que como hace un “lovely day” (que significa que no llueve), nos puede enseñar un sitio muy bonito que no está muy lejos.
Antes voy al baño. A quién se le ocurre. Está en el sótano, decorado con guirnaldas de luces azul oscuro. Busco un interruptor porque no veo nada, y cuando doy con uno se enciende otra luz azul, minúscula, que yo creo que oscurece y todo. Pues a probar con la puntería. Antes ha habido alguien que no la tenía muy desarrollada, porque huele a pis. Parece que es un olor recurrente en los sitios de intercambio (lingüístico).
Al volver con los otros me doy cuenta de a quién me recuerda el chico sirio: a Shreck cuando toma su forma humana. Por lo enorme, porque es guapo y tiene unos ojazos, pero es que no sé cómo puede respirar dentro de tanto cuerpo. En fin, dice que se tiene que ir por algo que le ha pasado con el coche. Así que Keev y yo vamos dando un paseo por el margen del río. Voy escribiendo un mensaje diciendo con quién estoy y dónde. Pero hay gente alrededor y Keev es agradable. Incluso me ofrece su chaqueta cuando ve que tengo frío, quedándose él en manga corta. Y el tiempo no está para manga corta, así que se lo agradezco pero declino su oferta. Aunque cuando llegamos a un sitio más desangelado y con menos gente pienso que será allí donde nos espere el resto de la banda de tráfico de órganos, por lo que le digo a Keev que estoy pelada de frío y que si le importa que volvamos. El día será “lovely”, pero hace un viento que te congela el sentido. Si lo tuviera. Keev se decepciona un poco pero no insiste y regresamos. Tiene que esperar en el fumadero de crack a que venga otra de las chicas que organiza esto. Le hago compañía hasta que esta aparece. Conversamos un poco y ella me dice que es una pena que no hayamos llegado hasta donde me quería llevar, porque es un sitio precioso. Y yo una paranoica, pero qué le vamos a hacer.
Cojo otro bus para Portobello (contened el aliento). Desde él veo, admirada, a un hombre que casi ni se tiene en pie de lo bebido que está, paseando a su perro. Sí señor, aquí no compran cachorritos en navidades y los abandonan en verano. Con una cogorza monumental, pero atendiendo a sus responsabilidades. Borrachos así necesitamos en España. Me saca de mis ensoñaciones el grito de “Last stop!” de la conductora, diciéndonos que tenemos que bajar. No me fastidies, si he ido en el mismo bus al intercambio y lo cogí en Portobello, dónde me dejas ahora… Pero parece que los domingos el servicio acaba antes (a las seis y cuarto de la tarde). De nuevo, hay dos locales que parecen tan desconcertados como yo al tener que bajarse. Le pregunto a la conductora, me dice que Portobello queda a la derecha. Es verdad, por aquí ya me he perdido antes, conozco la zona. Consigo llegar a casa con el tiempo justo de deglutir la cena. No me da tiempo a cambiarme, así que cojo un abrigo y salgo pitando para el siguiente intercambio. Después de esperar un rato en la parada del bus, pregunto a dos nativas si estoy en la dirección correcta. No porque dude, sino por practicar escocés. Me dicen que sí, pero que está muy mal explicado, que parece justo lo contrario y todo el mundo se lía. Les digo que pensaba que era yo quien no se aclaraba, y me dicen que no, que le pasa a los de allí también y que no tiene sentido. Menos mal.
Llego tarde al intercambio y hay un montón de gente ya sentada. Intento acomodarme al principio, preguntando a dos chicas si se pueden juntar un poco en el banco, pero no parecen muy por la labor. Una me dice que hay una silla libre al fondo, que la puedo traer levantándola por encima de las cabezas de la gente.
O me puedo sentar directamente allí, no te fastidia. Así que me voy al final y me junto con otro grupo: un chaval español, Daniel, que está de vacaciones pero pensando en venirse a vivir aquí en septiembre; una chica brasileña, Vanesa, que está de año sabático; y Omar (pronunciado Óumar), un paquistaní con un don de gentes como he visto pocos, y por suerte sin el acento de los suyos. Creía que no había nadie más difícil de entender que un escocés, pero me olvidaba de los paquistaníes. El pub es muy chulo, el dueño muy agradable, la música genial y no huele a pipí. Pero ando un poco inquieta mirando la hora, porque estoy lejos y no quiero volver muy tarde. Si sumamos el tiempo que paso perdiéndome, desandando lo andado, etcétera, a saber a qué hora llego. Alucino: Omar también vive en Portobello, así que me dice que podemos volver juntos. Otro ángel de la guarda. Antes de irme, le doy a Daniel mi correo para que me avise si viene en septiembre y puedo ayudarlo con algo. Espero que no sea él quien me tenga que ayudar a mí...
Omar me dice que no conoce a nadie en Portobello, que podemos quedar para ir a la playa. Será el verano próximo, porque ya hemos gastado el día de sol de este. Me da ideas para encontrar trabajo, se ofrece a echarle un vistazo a mi CV porque tiene una amiga francesa que no sé qué. Le doy mi teléfono y me hace una perdida para que tenga el suyo. Al llegar a casa e intentar grabarlo lo llamo por error. Cuelgo enseguida pero es tarde. Llama preguntándome si va todo bien (porque él se quedó antes), le digo que sí, le explico lo que ha pasado. Voy a dejar de preguntarme si dejaré de meter la pata algún día. La respuesta está clara.