¡Último día! Adam me llama diciendo que hay tres nuevos
trabajadores que están esperando en la entrada y parece que hay un problema,
que si puedo ir a ver qué pasa. Salgo e intento entenderme con la de seguridad
mientras me pregunto por qué de entre todos los que estamos contratados con
Quickhire Adam tiene que pedírmelo justo
a mí, que soy la única incapaz de comunicarme. Al final consigo traerme a los
tres nuevos cachorros y llamo para decírselo.
La jefa pregunta quién quiere ser voluntario para recoger
basura. No hay una avalancha de manos alzadas. Pero Thomas, que está al loro,
ha visto que el supervisor de la tarea es Robert, que es súper majo, así que se
apunta y me llama enseguida. Los dos nos pegamos a la espalda de Robert.
Enganchan a 3 voluntarios más con ayuda de un puntapié y nos vamos a disfrutar
del tiempo escocés. Uno de ellos es Federico, un italiano que no parece
italiano porque habla bajito y es tranquilo. Empezamos a hablar, yo le pongo un
poco al día de cómo van las cosas (después de cuatro jornadas aquí es como si esto
me perteneciera) y él me indica un sitio donde dan clases de inglés gratis. No
sé cómo tomármelo.
El día pasa plácido, dentro de que no paramos. Francesco es
muy agradable, Thomas y yo ya empezamos a hacer el tonto (a veces hasta entiendo
lo que dice), y Robert es súper majo, aunque está bastante serio. Creo que
está molido, el pobre. Despejamos las zonas de acampada como unas malas bestias,
varios parkings, los bordes de la carretera, parte de la Vía Láctea… Thomas
empieza a coger confianza conmigo, me pregunta por mi vida, si estoy casada, si
tengo hijos, qué edad tengo. Se asombra mucho cuando se la digo, (me dice que
parece que tenga un año menos). Él es sólo un poco mayor que yo. Pero tiene
cuatro hijos y supongo que eso pasa factura. Hacemos bromas, a veces se va a la
poca vergüenza escocesa, como ellos dicen, pero sin situaciones violentas. Me
hace reír y yo a él.
Unos ratos hablo con él, otros con Francesco, otros voy a mi
bola. Me gustaría hablar más con Robert, pero es más tímido y no entiendo una
leche de lo que dice, así que me parece absurdo sacarle conversación para luego
decirle únicamente “Ah”.
Volvemos para comer. Salgo de la oficina para comerme el
sándwich al aire libre, pero Thomas me pregunta si me apetece té o café. Cuando
oigo la palabra “té” mi corazón estalla de júbilo. Llevo varios días fuera de
casa de 12 a 12, acostándome a partir de la una, hoy me he levantado a las 5 de
la mañana… Me olvido del aire libre y voy a la cocina como un perro a una
barbacoa. Robert me ofrece té verde de su mochila. Aunque le digo que prefiero
el negro, les daría un beso a los dos, son más majos que las pesetas. Disfruto
de mi té como si fuera Moët Chandon. Si me gustase el champán.
El descanso se acaba y seguimos trotando alegremente con nuestras
pinzas de recoger basura, llenando bolsas como si pasáramos pantallas de un
juego de ordenador. Thomas me va ofreciendo lo que encuentra: paquetes de
galletas vacíos, calcetines desparejados, cajas de hamburguesas grasientas, un condón
usado (supongo, no me paré a hacerle la prueba del ADN). Cuando le respondo que
prefiero otra cosa, me pregunta si soy lesbiana. Yo pensaba que los británicos
eran la prudencia en persona. Será que los escoceses realmente no son
británicos. O que Thomas es un poco burro. No sé cómo tomármelo. Pero claro, no
estoy casada, no tengo hijos, no me van los condones usados… Sólo hay que sumar
dos y dos. Le digo que no lo soy pero salgo pitando, no sea que siga demostrándome que
los escoceses no son británicos.
Estamos un buen rato cada uno por un lado. De repente veo a
un tío alto vestido de negro viniendo hacia mí muy amistoso. Será a otra
persona, así que sigo a lo mío, pero cuando levanto la cabeza está más cerca y
definitivamente viene hacia mí. Me dice “¡Buenos días!!!” en español (son las
cuatro de la tarde), jovial, mientras abre los brazos. Ostras, es Adam, el de
la agencia de trabajo. Me acerco a él tímida, sin saber muy bien cómo saludarlo,
porque aquí no son de besos que yo sepa. Ah, pues sí. En la descoordinación de
no saber si darle un abrazo, un beso o hacerle una reverencia, le doy un
quijadazo que seguro que de ahí se va directo a urgencias. No tengo futuro con
este hombre. Ni con esta agencia, menos mal que Thomas me ha dado los nombres
de otras. Aún no sé si Adam es muy majo o muy falso. Pero muy algo es. El
tiempo dirá. Si es que hay una próxima vez. Me dice que ha sido una semana
horrible, que la gente de la empresa de limpieza lo tiene loco blablablá. Yo
estoy un poco distraída pensando que hablar no le irá bien para el porrazo que
le he dado en la mandíbula, y que quizá debería guardar reposo.
Sin saber si me he despedido siquiera, me veo de nuevo recogiendo basura, a lo
mío.
El cansancio se va notando, cada vez hablamos menos entre
nosotros. Ahora estamos en zona de parquing, deprimente, a juego con nuestro
ánimo a esas alturas de la película. El tiempo cambia repentinamente y empieza
a hacer frío. Miramos el reloj continuamente. Al final llega el momento y nos
vamos. Con la desorganización recurrente de la empresa de limpieza, cuando
llegamos a la oficina nos preguntan si queremos quedarnos unas horas más. Yo me
entero de eso después, porque me estaba quitando el uniforme. Al salir no están
ni Robert ni Federico, han decidido echar un rato más. Thomas y yo nos vamos
para el tranvía. Me da pena no haberme podido despedir, quería agradecerle a
Robert lo majo que ha sido. Thomas dice que probablemente coincidamos más
veces, que no pasa nada.
Durante el trayecto, Thomas me va diciendo frases en escocés
para que apunte lo que significan. No me extraña que no los entienda, es que
esto se avisa, hombre. En la pestaña: “Idioma escocés” he puesto lo que voy
aprendiendo, no lo incluyo aquí para no romper el apasionante ritmo de mi rica
prosa.
Thomas me pide el teléfono, quiere que sigamos en contacto.
Que si se entera de algo me lo dice, y que si me entero yo, que se lo diga a él.
Que le ha encantado conocerme. Lo mismo le digo yo, que he tenido mucha suerte,
(porque es cierto, ha sido muy agradable conmigo y ha estado muy pendiente).
Dice que sí, que he tenido mucha suerte.
Insiste en que sigamos en contacto y me da un abrazo y medio
beso. Esta vez soy más precavida y no le parto la mandíbula. Me siento un poco desvalida cuando se va; es lo más parecido a un amigo aquí. Y ahora que de vez en
cuando le entendía alguna palabra…
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