Bill, mi casero, es un encanto. Pero me tiene confusa: cada vez que le digo que vamos a organizar los libros (que se supone que es mi trabajo a cambio del alojamiento), o que voy a pasar la aspiradora, o a sacar la basura, me dice que no hace falta. He hecho alguna comida por la noche, pero seguramente preparar cenas que rozan el límite de lo incomestible no es suficiente como pago de una habitación, comida, agua, luz, internet... Temo que el día que me vaya a ir me salga con que tengo que donarle un órgano. O un pack.
Bill tiene dos gatos: Black Cat y Grey Cat. Black Cat es muy mimoso y me visita regularmente en mi habitación. Ya he hecho mi primer amigo aquí. Pero no puedo practicar inglés con él.
En España decidí enviar por mensajero una maleta grande en vez de facturarla en Ryanair. Leí en varios blogs que salía más a cuenta. Lo que no decían era con qué empresa salía barato. Así que antes de venirme voy a preguntar a una y alucino con el precio: unos 40 euros. Pero me piden una factura proforma. En casa me pongo a investigar cómo narices hacerla y me surge una duda. Llamo a la compañía y es cuando alucino de verdad. Me atiende un hombre (cuando fui a la oficina había dos mujeres). Le digo que quiero enviar un paquete y me pregunta extrañado "Pero, ¿usted para qué llama, para enviar un paquete?", confundido. "No, llamo a un mensajero para que me hagan un empaste, ¿tú qué crees?" Confirmo el nombre de la empresa pensando que a lo mejor me he equivocado. No, es ésa: la empresa de mensajería a la que acabo de ir. Pero donde se sorprenden porque pretenda hacer un envío con ellos. Le pregunto lo de la factura pro-forma. "¿Factura pro-forma? Pero ¿a usted quién le ha dicho eso?". Pues las dos mujeres que había en la oficina, quién va a ser. No sé quién está más confundido, si él o yo. "Bueno, pues hágala". Todo un profesional. Lo que no sé es de qué.
Después de eso decido que dejar la mitad de mis pertenencias en esas manos puede no ser la mejor idea. Así que habrá que enviarlas por otra empresa.
Que tarda casi una semana en hacérmelas llegar. ¡Mis zapatillas de deporte!!! ¡Qué delicia caminar con ellas! Hasta ahora no me había dado cuenta de que tenía ampollas en los pies. En mi maletita Ryanair no me cabían los zapatos, así que decidí venir con mis botas de montaña puestas, el único calzado impermeable que tengo. Me daba que en Edimburgo podía llover. Y me han servido lealmente, protegiéndome del agua (porque llovió), pero patearse una ciudad día tras día con unas botas que pesan medio kilo cada una, cuando yo apenas llego a los 50 pasa factura. Ahora quizá no llegue ni a los 40...
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