Edimburgo me recibe soleado. Nada más salir del aeropuerto, al subirme al Airlink 100 que me lleva al centro de la ciudad, me encuentro la primera señal de humor británico. (Podría decir el precio del autobús: 4'50 libras). Es un anuncio de cerveza diciendo "¡No nos dirás que vienes por el clima!!!" No, no vengo por esto.
Bill me recibe con los brazos abiertos. Literalmente. Me dedica una sonrisa amplia y me abraza como si se alegrase de verme. Me pregunta cuánto tiempo llevo sin comer: va a ser lo primero que hagamos porque debo de estar hambrienta. Yo le pregunto dónde puedo comprar una tarjeta de autobús. No porque no lo haya entendido, si no porque sólo traigo billetes y sé que en el autobús no dan cambio, así que es importante solucionarlo cuanto antes.
Así que me acompaña a la oficina de Lothian Buses. Una chica con muy buena voluntad intenta explicarnos los distintos tipos de tarjetas y tarifas que tienen. Bill y yo nos miramos como si nos estuviera hablando en cantonés con acento cerrado. No entiendo nada, sólo que todo me suena terriblemente caro. Bill me aconseja pedir cambio y comprar un ticket individual en el bus. (1)
Los autobuses aquí merecen una mención aparte: has de llevar el importe justo (1'60) y lo metes en una especie de huchita. Supongo que tendrán un sistema para contabilizarlo, porque si no cuando lleguemos los españoles no les saldrán las cuentas. Sólo hay una puerta: la que da al conductor. Por ahí todos entran y salen. Mejorable. La gente dice "Hola" al conductor (más o menos normal), pero también se despiden de él, o le dan las gracias cuando salen.
Y lo más alucinante: los viajeros se sientan en los asientos pegados a las ventanillas para no bloquear el acceso a los siguientes viajeros. Se me cae una lagrimita de emoción.
(1) El que quiera hacer el master del uso del bus en Edimburgo, puede leer
http://masedimburgo.com/guias-de-edimburgo/el-transporte-publico-en-edimburgo/
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