Entro en Primark. He intentado averiguar cómo se pronuncia,
pero ni ellos mismos se ponen de acuerdo: unos dicen “Prímark” y otros “Práimark”.
A ver si la BBC interviene de una vez. Aprovecho para ir al baño y de paso bebo
agua del grifo. El agua aquí es deliciosa y fresca. Pensando en lo buena que
está, mi vista se detiene en un cartel que dice “Don’t drink the water”. Escupo
rápidamente la que aún no he tragado. Primer patón y no son ni las diez y media
de la mañana.
Por la noche, quemo la sopa de Bill. El círculo se cierra.
He pasado todo el día esperando que Adam me confirme mi
turno. Le mandé un mensaje pidiendo hacer el de la tarde en vez del de la
mañana, porque a esa hora no había autobuses, pero no ha contestado. Claro que
teniendo en cuenta la imagen que ofrecí ayer, no sería raro que no volviese a
saber de ellos.
También había escrito a un antiguo compañero de trabajo (con
el que coincidí pocas veces, para ser sincera) que vive aquí, explicándolo quién era,
diciéndole que estoy en la ciudad, que si se entera de algo… No me ha contestado. Todos
los hombres son iguales. Todos los británicos son iguales. Me pongo a aullar a
la luna. Que a saber dónde está, porque desde que he llegado no he visto ni una sola estrella ni una sola luna. Las nubes no me dejan.
Mejor me acuesto.
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