Al final Adam me confirma que hago el turno de tarde. Nos
dice que el tráfico es horrible, así que nos pide que vayamos con tiempo. No
quiero repetir el numerito del otro día, así que salgo con dos horas de
antelación. El Royal Highland Show se celebra en una zona cerca del aeropuerto.
Ni idea de cómo llegar. He mirado en Google Maps y tengo mi ruta.
Odio Google Maps. Cuando creo tenerlo todo claro, busco el
autobús que me ha de llevar cerca. Luego tendré que andar unos 15 minutos por carreteras y a saber qué caminos. El Maps de las narices me dice que lo tengo que
coger en Lothian Road. Cuando consigo encontrar esa calle, después de que una
señora descifrase lo que le intentaba decir (se pronuncia “Loudien”), no
encuentro ese bus en ninguna parada. Pregunto a otra señora, me manda a Princes
Street. Entre la mujer y Google Maps, decido creer a la mujer. Veo el Airlink
100 que me tiene que llevar. En Princes Street. Señora 1-Google Maps 0. Corro
como una desesperada y consigo subir. Una vez he pagado y el vehículo se ha
puesto en marcha, veo que el autobús que va justo delante dice “Royal Highland Show”.
Cara de tonta es poco. Le pregunto al conductor “¿Ese autobús va al Royal
Highland Show? “No, guapa, va a Liverpool. ¿Tú qué crees?”. (En realidad, sólo me
dijo “Sí”). Me contengo para no decirle “¡Sígalo!”, como en las películas de acción, y aguanto como si me
estuviera haciendo pis hasta que se detiene en la siguiente parada. Bajo
zumbando y corro al 98, que luego descubro que es un bus que habilitan sólo
para esos cuatro días. Cagándome en Google Maps y en la madre que parió a su
creador.
Llego a la feria a la una menos diez. Adam nos había citado a las dos. Pienso que a lo mejor está por allí y
le mando un mensaje: “Puede que me haya pasado. Ya he llegado”.
Me llama riendo. Me dice que ha tenido un día muy largo y
difícil y mi mensaje le ha hecho reír. Me da las gracias por ello. Y que me
vaya a la puerta principal donde a las dos habrá alguien del equipo. Que
mientras disfrute del sol. (¿Del qué?) Que lo llame
cuando entre para que sepa que todo va bien. Y me vuelve a dar las gracias.
Muerto de risa.
No quiero decirlo muy alto, pero al menos no llueve. Porque
aquí no hay dónde resguardarse. Cruzo los dedos, porque en cuanto he pensado
esto se ha levantado viento y se ha nublado.
Encuentro a la chica, entro, mando mensaje a Adam como me ha
pedido, diciéndole que no me he perdido entre la entrada y la puerta, y me
responde “Bien hecho”. Probablemente sorprendido porque haya sido capaz de hacerlo.
Nos dan los uniformes. En mis pantalones, que son de la
talla más pequeña, caben dos como yo y se me caen todo el tiempo. Menos mal que la camiseta y el chaleco
son igual de enormes y me tapan el culo. Y lo que no es el culo.
Nos reúnen a todos y una mujer empieza a darnos
indicaciones. Sólo me entero de que si hacemos algo que no he entendido, nos
despiden. Bien. Nos dividen en grupos, con un supervisor en cada uno. El mío es
un tipo calvo, grueso, enorme, con un vozarrón profundo que nos da la mano a cada uno
mientras nos pregunta los nombres. Él se llama Robert. Soy la única chica del
grupo: los otros son un chico joven del que no recuerdo el nombre porque
desapareció después del descanso, al que no entiendo: un hombre mayorcete con
pinta de pillo y el brazo tatuado que se llama Alan y al que no entiendo; y
otro hombre bajito, de rostro curtido, llamado Thomas y al que no entiendo.
Realmente dudo que hablen inglés, pero ellos parecen entenderse.
Acojonadilla, sigo a mis compañeros. Nos tocan los baños de
una zona. Para limpiar sólo disponemos de papel higiénico. No es coña. Pruebo a
averiguar si nos van a traer algo más, pero la comunicación entre Robert y yo
no fluye. Le explico que acabo de llegar y no controlo el idioma. Intento
entender lo que me dice. Él intenta hacerse entender. Los dos intentamos no llorar.
Pero Robert resulta ser un buen tipo. Es comprensivo conmigo
y de vez en cuando me pregunta si estoy bien, sobresaltándome con ese vozarrón:
“DJEMAAAA, are you OK?”
Me hago un guante con el papel higiénico y empiezo a pasarlo
por el lavabo, a recoger papeles tirados, etcétera. Van llegando materiales:
¡una escoba!! Me pongo a bailar por el baño hasta que me doy cuenta de que no
hay recogedor. Se lo digo a Robert,
quien, impasible, corta la solapa de una caja de cartón y me la da. Qué narices,
la acepto como si fuera el Santo Grial. Será mejor que recoger con las
manos.
No sé cómo se reponen los rollos de papel para secarse las
manos, el cacharro tiene unos rodillos infernales con los que he probado todas
las combinaciones, pero el papel se corta continuamente. No sé cómo se repone
el dosificador de jabón. No sé cómo abrir los portarrollos del papel higiénico.
Robert, con paciencia, me va explicando. Lo que pasa es que él no quiere entrar
en el lavabo de las mujeres mientras haya mujeres (que es todo el tiempo), por
lo que me da indicaciones que por supuesto no entiendo para que yo lo haga. El
portarrollos necesita una llave especial, ya podía yo darle tirones y golpes…
Cuando me la dan, me siento poderosa.
Empieza la maratón de ocho horas limpiando baños, con media
hora para comer que se nos va en llegar a la oficina y volver. Robert nos da el
primer turno de comida a Alan y a mí. Cuando nos vamos, le grita a Alan: “Take
care of the lass. She’s a top-class worker”. Me hincho como un pavo. Por lo de "lassie". Me ha llamado "muchacha", angelito.
Alan es un prenda que se va echando traguitos y fumando
pitillos a escondidas (está terminantemente prohibido), y que dice “fucking”, “bastard”,
“fucking crazy” y “fucking bastard” todo el tiempo. Le digo que llevo quince
días aquí, y cuando me pregunta que con quién he venido y le digo que sola, me
dice, admirado, “You’re fucking brave!!”
Y Thomas, cuando le digo que quiero vivir en Escocia me
pregunta, extrañado: “¿Por qué?”. Como si le hubiese dicho que quiero vivir en
una plataforma petrolífera.
Tras el descanso, sigo limpiando los dos baños de mujeres.
Robert se disculpa porque al ser el único miembro femenino del equipo, me los tengo que comer enteros yo solita. Me dice que estoy haciendo un trabajo estupendo y que me
coja unos cinco minutos, que dé una vuelta por ahí…
Cuando la cosa se tranquiliza un poco y la mayoría de los
visitantes se va, Robert, Alan y Thomas se van detrás de los lavabos y me dicen
que los siga. Es su escondite para fumar. Se empiezan a liar pitillos y Robert
me pregunta si fumo. Le digo que no. Si bebo: le digo que no. Si tengo sexo: le
digo que no pregunte. Se ríen y empiezan a bromear a la vez. Ahora me alegro de no entenderlos. Me miran cómplices mientras se ríen, como
invitándome a unirme al jolgorio. No los entiendo de uno en uno, los voy a
entender hablando a la vez. Así que se lo explico, de manera algo
desafortunada: “Perdonad, pero no puedo con los tres a la vez”. Thomas lo coge
al vuelo: “Talking, you mean”. Robert,
piadoso, intenta reconducir la situación: “Sorry, Djemaa, we’re just cheeky
Scottish guys”. Digo que no pasa nada. Y es verdad.
Volvemos al trabajo. Se acerca la hora de irnos, pero cada
vez que pensamos que hemos acabado, Robert recibe un mensaje sobre un nuevo
baño que necesita ser limpiado. Vamos corriendo de un lado a otro del recinto.
Los “fucking” de Alan van en aumento. Al final, limpiamos todos los baños de
las 3000 hectáreas cúbicas que tiene la feria y nos vamos. Robert me vuelve a
dar las gracias y me dice que he estado brillante. Yo le doy las gracias por su
paciencia, pero él insiste. Entre lo de la llave del portarrollos y esto, no se
me va a poder hablar a partir de ahora.
Último reto del día: volver a Edimburgo a esas horas desde
ese sitio. Miré en Google Maps, pero… De todos modos, parece que Ed Harris se lo ha estado
pasando tan bien conmigo que decide echarme un cable: tengo la suerte de que
Alan y Thomas van para Edimburgo, ¡y Alan vive en mi barrio! Nos lleva hacia el tranvía mientras él y Thomas van escupiendo
regularmente en el borde del camino. En el tranvía voy escribiendo esto. Thomas me pregunta qué hago y cuando se lo digo, quiere saber si él sale. Alan me dice "You're..." (sí, "fucking crazy")
Al llegar a Edimburgo, Alan empieza una carrera extenuante
por sus calles. Tiene prisa porque mañana tiene otro turno a las cinco de la
mañana y está deseando acostarse. Le digo que he tenido mucha suerte de ir con
él, porque no sabía cómo iba a volver. Me dice que la suerte la ha tenido él,
mientras se lía un cigarro. En el fondo es un sentimental. Cuando llega cerca de
su casa, me pregunta dónde vivo yo. “¿Estás cerca? ¿Te acompaño? ¿A cuánto estás,
a 2 minutos, a 10 minutos? Te acompaño, no me importa.” Le digo que estoy al
lado, agradecida. Insiste, quiere asegurarse de que estoy bien. Le digo que no
hay problema.
Llego a casa cansada y muy contenta por los compañeros
que he tenido. No son la sofisticación personificada, pero han sido estupendos conmigo.