jueves, 29 de junio de 2017

NUBARRONES

Hoy no ha parado de llover. Ni un segundo.

Me han rechazado de un puesto de bibliotecaria al que postulé. Pero me dicen que esperan que eso no me disuada de seguir intentándolo. Agradezco que al menos me avisen, pero gracia no hace. Y sí, seguiré intentándolo. Qué otra me queda.

Me han rechazado en todos los bancos existentes para abrir una cuenta. Que si necesito el NINO definitivo, que si una factura de luz a mi nombre que demuestre dónde estoy viviendo, que si un “Council Tax Statement” (sí, me voy a ir al Ayuntamiento a hablar sobre impuestos en escocés. Ya mismo), que si una muestra de tejido conjuntivo extraída al amanecer de la tercera noche de cuarto menguante…

Me han puesto tres horas menos en la nómina. A Thomas también. Pero como él no tiene  saldo estoy intentando resolverlo yo. Lo que más deseo: discutir sobre nóminas en inglés. También he recibido un correo ininteligible sobre algo de un seguro, que ya intentaré descifrar cuando se me regeneren las neuronas. O sea, en otra vida. Mando un mensaje a Adam sobre lo de las horas y preguntando si me puede pagar en efectivo porque no tengo cuenta. Sin respuesta. A ver si al final iba a ser la opción dos. (Tremendamente falso, digo)

Pero:

¡He podido tener una conversación con Thomas por teléfono!! Casi ni lo entendía en persona durante estos días y ahora he podido comunicarme con él sin la ayuda de verle la cara. Estoy crecidita. 

Como aún no tengo cuenta bancaria se ofrece a que metan mi nómina en su cuenta. No se ofrece a darme ese dinero luego.

miércoles, 28 de junio de 2017

ROYAL HIGHLAND SHOW BONUS TRACK

El lunes nos preguntaron si queríamos ir a limpiar el martes también. Thomas y yo dijimos que ni mijita, no podíamos más.

Menos mal, porque el martes no deja de llover. Pero no puedo evitar acordarme de mis compañeros, limpiando en el exterior durante nueve horas bajo la lluvia.

Adam manda otro mensaje por si queremos ir el miércoles. Decimos que sí, ahora que estamos un poco más descansados. Le contesto por mí y por Thomas (porque no tiene saldo) y cuando me lo agradece le escribo "Nae bother" (algo así como "de nada"), diciéndole que Thomas me está enseñando escocés. Me responde riendo "Que dios te ayude". Pues sí.

Así que el miércoles me levanto a las 5 de la mañana casi feliz. Voy a ver de nuevo a mis compañeros.

Aunque está nublado, vamos a pasar 9 horas al aire libre, así que he llevado crema solar. Ofrezco a los demás y me pongo yo. Federico me mira y se echa a reír, diciéndome que me he puesto demasiada. Por lo visto parezco un arlequín albino. Sin dudarlo, se me acerca y empieza a extenderme mejor la crema por la cara y se aplica la que me sobra en la suya, sin parar de reír. Se ve que no es tiquismiquis.

He estado soñando con una taza de té mientras limpiábamos los aparcamientos a 9 grados (puede que bajo cero) y un viento que ni en una actuación de Beyoncé. Cuando en el descanso voy a la cocina, Thomas ya se está preparando uno. En la caja no quedan más bolsitas. Cuando Thomas me ve dándome cabezazos contra la pared se ofrece a compartir la suya. Le digo, horrorizada, que no, que entonces su té le quedará aguado (aquí esto es algo muy serio), pero insiste en compartirla. No lo abrazo porque es británico y no quiero traumatizarlo.


lunes, 26 de junio de 2017

ROYAL HIGHLAND SHOW V

¡Último día! Adam me llama diciendo que hay tres nuevos trabajadores que están esperando en la entrada y parece que hay un problema, que si puedo ir a ver qué pasa. Salgo e intento entenderme con la de seguridad mientras me pregunto por qué de entre todos los que estamos contratados con Quickhire Adam tiene que  pedírmelo justo a mí, que soy la única incapaz de comunicarme. Al final consigo traerme a los tres nuevos cachorros y llamo para decírselo.

La jefa pregunta quién quiere ser voluntario para recoger basura. No hay una avalancha de manos alzadas. Pero Thomas, que está al loro, ha visto que el supervisor de la tarea es Robert, que es súper majo, así que se apunta y me llama enseguida. Los dos nos pegamos a la espalda de Robert. Enganchan a 3 voluntarios más con ayuda de un puntapié y nos vamos a disfrutar del tiempo escocés. Uno de ellos es Federico, un italiano que no parece italiano porque habla bajito y es tranquilo. Empezamos a hablar, yo le pongo un poco al día de cómo van las cosas (después de cuatro jornadas aquí es como si esto me perteneciera) y él me indica un sitio donde dan clases de inglés gratis. No sé cómo tomármelo.

El día pasa plácido, dentro de que no paramos. Francesco es muy agradable, Thomas y yo ya empezamos a hacer el tonto (a veces hasta entiendo lo que dice), y Robert es súper majo, aunque está bastante serio. Creo que está molido, el pobre. Despejamos las zonas de acampada como unas malas bestias, varios parkings, los bordes de la carretera, parte de la Vía Láctea… Thomas empieza a coger confianza conmigo, me pregunta por mi vida, si estoy casada, si tengo hijos, qué edad tengo. Se asombra mucho cuando se la digo, (me dice que parece que tenga un año menos). Él es sólo un poco mayor que yo. Pero tiene cuatro hijos y supongo que eso pasa factura. Hacemos bromas, a veces se va a la poca vergüenza escocesa, como ellos dicen, pero sin situaciones violentas. Me hace reír y yo a él.

Unos ratos hablo con él, otros con Francesco, otros voy a mi bola. Me gustaría hablar más con Robert, pero es más tímido y no entiendo una leche de lo que dice, así que me parece absurdo sacarle conversación para luego decirle únicamente “Ah”.

Volvemos para comer. Salgo de la oficina para comerme el sándwich al aire libre, pero Thomas me pregunta si me apetece té o café. Cuando oigo la palabra “té” mi corazón estalla de júbilo. Llevo varios días fuera de casa de 12 a 12, acostándome a partir de la una, hoy me he levantado a las 5 de la mañana… Me olvido del aire libre y voy a la cocina como un perro a una barbacoa. Robert me ofrece té verde de su mochila. Aunque le digo que prefiero el negro, les daría un beso a los dos, son más majos que las pesetas. Disfruto de mi té como si fuera Moët Chandon. Si me gustase el champán.

El descanso se acaba y seguimos trotando alegremente con nuestras pinzas de recoger basura, llenando bolsas como si pasáramos pantallas de un juego de ordenador. Thomas me va ofreciendo lo que encuentra: paquetes de galletas vacíos, calcetines desparejados, cajas de hamburguesas grasientas, un condón usado (supongo, no me paré a hacerle la prueba del ADN). Cuando le respondo que prefiero otra cosa, me pregunta si soy lesbiana. Yo pensaba que los británicos eran la prudencia en persona. Será que los escoceses realmente no son británicos. O que Thomas es un poco burro. No sé cómo tomármelo. Pero claro, no estoy casada, no tengo hijos, no me van los condones usados… Sólo hay que sumar dos y dos. Le digo que no lo soy pero salgo pitando, no sea que siga demostrándome que los escoceses no son británicos.

Estamos un buen rato cada uno por un lado. De repente veo a un tío alto vestido de negro viniendo hacia mí muy amistoso. Será a otra persona, así que sigo a lo mío, pero cuando levanto la cabeza está más cerca y definitivamente viene hacia mí. Me dice “¡Buenos días!!!” en español (son las cuatro de la tarde), jovial, mientras abre los brazos. Ostras, es Adam, el de la agencia de trabajo. Me acerco a él tímida, sin saber muy bien cómo saludarlo, porque aquí no son de besos que yo sepa. Ah, pues sí. En la descoordinación de no saber si darle un abrazo, un beso o hacerle una reverencia, le doy un quijadazo que seguro que de ahí se va directo a urgencias. No tengo futuro con este hombre. Ni con esta agencia, menos mal que Thomas me ha dado los nombres de otras. Aún no sé si Adam es muy majo o muy falso. Pero muy algo es. El tiempo dirá. Si es que hay una próxima vez. Me dice que ha sido una semana horrible, que la gente de la empresa de limpieza lo tiene loco blablablá. Yo estoy un poco distraída pensando que hablar no le irá bien para el porrazo que le he dado en la mandíbula, y que quizá debería guardar reposo. Sin saber si me he despedido siquiera, me veo de nuevo recogiendo basura, a lo mío.

El cansancio se va notando, cada vez hablamos menos entre nosotros. Ahora estamos en zona de parquing, deprimente, a juego con nuestro ánimo a esas alturas de la película. El tiempo cambia repentinamente y empieza a hacer frío. Miramos el reloj continuamente. Al final llega el momento y nos vamos. Con la desorganización recurrente de la empresa de limpieza, cuando llegamos a la oficina nos preguntan si queremos quedarnos unas horas más. Yo me entero de eso después, porque me estaba quitando el uniforme. Al salir no están ni Robert ni Federico, han decidido echar un rato más. Thomas y yo nos vamos para el tranvía. Me da pena no haberme podido despedir, quería agradecerle a Robert lo majo que ha sido. Thomas dice que probablemente coincidamos más veces, que no pasa nada.

Durante el trayecto, Thomas me va diciendo frases en escocés para que apunte lo que significan. No me extraña que no los entienda, es que esto se avisa, hombre. En la pestaña: “Idioma escocés” he puesto lo que voy aprendiendo, no lo incluyo aquí para no romper el apasionante ritmo de mi rica prosa.

Thomas me pide el teléfono, quiere que sigamos en contacto. Que si se entera de algo me lo dice, y que si me entero yo, que se lo diga a él. Que le ha encantado conocerme. Lo mismo le digo yo, que he tenido mucha suerte, (porque es cierto, ha sido muy agradable conmigo y ha estado muy pendiente). Dice que sí, que he tenido mucha suerte.

Insiste en que sigamos en contacto y me da un abrazo y medio beso. Esta vez soy más precavida y no le parto la mandíbula. Me siento un poco desvalida cuando se va; es lo más parecido a un amigo aquí. Y ahora que de vez en cuando le entendía alguna palabra… 

domingo, 25 de junio de 2017

ROYAL HIGHLAND SHOW IV

Cambio de tarea. Nos llevan a un chico joven (Jamie) y a mí a la zona donde vamos a recoger basura. En el camino, Jamie me cuenta con mucha intensidad algo sobre otra compañera de limpieza, la del pelo azul, que no sé lo que le pasa, pero que a Jamie le parece que lo que hace “está mal, seas hombre o mujer”. Y que por lo visto la chica está fatal. Pero no pillo nada. Intento hacerle ver que no entiendo del todo lo que me está diciendo (no pillo nada en realidad), y entonces él lo repite, con la misma vehemencia y a la misma velocidad, insistiendo en que realmente da igual que seas un hombre o una mujer. Al final asiento, y de vez en cuando hago el “ah” vago que me sirvió con Wanda.

Me estrujo el cerebro pensando qué será lo que es lo mismo si eres un hombre y una mujer, pero que a todas luces está mal. Para Jamie, claro.

Nos separan, me quedaré siempre con la duda. Me dan la pinza especial para recoger la basura y en cuanto empiezo, oigo una vocecita muy educada: “Perdona, ¿puedo ayudarte?”. Me giro y hay un niño que me vuelve a preguntar “Perdona, ¿puedo ayudarte?”. Veo que le ha llamado la atención la pinza y quiere usarla. Le pregunto a la madre, que está toda apurada y al final le dejo la pinza. El niño flipando. Yo diciéndole a la madre que si quiere lo deje conmigo y lo recoja a las ocho. Al final, consigue que el niño deje la pinza, pero entonces es la hermana la que quiere probar. Finalmente consigue llevárselos. Me pongo a buscar como una loca una zona donde haya muchos niños y me pongo a usar la pinza ostentosamente. No cuela.

La pinza parece divertida un rato. Cuando se me empieza a formar una ampolla en el dedo corazón, me parece un invento del demonio. Al menos estoy al aire libre, hay hierba por todos lados y oigo la música de los espectáculos. No está tan mal. Menos por la ampolla del dedo. Y porque a veces se levanta un viento que no facilita lo de recoger papeles. Me tengo que coger a mí misma con la pinza para no salir volando.

En el descanso, al ir a la oficina para comer mi sándwich me encuentro con Jamie, quien me dice que han pedido que vayamos todos a echar una mano en otra zona. Me intenta explicar dónde, pero ante la duda, le digo que mejor voy con él. A ver si de paso me entero de qué le pasa a la chica esa del pelo azul. Al ir a decírselo a la supervisora que me toca ese día, me pregunta “Pero, ¿tú has terminado tu descanso?” Le digo que me faltan 10 minutos, pero como no acabo de entender dónde demonios es, que prefiero irme con él. Ella, me dice, “No, no, tú acaba tu descanso. Mira, eso está…" (me suelta una retahíla de la cual sólo entiendo la palabra “horses”). Ah, bien, los caballos sé dónde están, no hay problema.

Al acabar, me voy donde los caballos, a encontrarme con todos mis compañeros. Ni un alma. Deberían de haber llegado unos cuantos, por lo menos. Entro en todas las cuadras, miro debajo de las pilas de heno… Ni un alma. Lleno una bolsa de basura, al menos. Volviendo, encuentro a otro, un sudanés con un nombre que suena como “Jashta”, y volvemos a las cuadras. Ni un alma. Sacamos dos bolsas de basura. En un momento dado, nos perdemos y vuelvo a estar sola. Voy al Hall que hay junto a los caballos y me encuentro a una chica del equipo pasando una aspiradora. Le pregunto si sabe dónde necesitaban refuerzos. Ni idea, me dice que pregunte a la responsable, que está en el baño. Espero pacientemente a que la responsable salga. Luego me doy cuenta de que a lo mejor no está usando el baño, si no limpiándolo. Voy a buscarla. Ni un alma. Salgo del Hall y sigo dando vueltas mientras lleno bolsas de basura y no encuentro a nadie del equipo. Me empiezo a escamar y decido volver a la oficina a preguntar a algún jefe, aunque quede como una idiota. Ni un jefe. Al menos hay dos compañeros vagueando. Les pregunto y dicen que justo iban para allá. Me agarro a sus chaquetas. Veo que se dirigen al Hall y no puedo creerlo. Entramos allí y en efecto, está la mayoría de la gente. Busco a la de la aspiradora para matarla, pero el Hall es tan grande que no la encuentro y me adjudican la tarea de aplastar cajas. A lo bestia, porque allí ni cutter ni nada. Me encuentro otra vez con Jamie, que ahora está hablando con Shaun de la dichosa chica del pelo azul, de lo inmadura que es, y de que no se cree que tenga 20 años. De eso me entero, pero de lo de que da igual seas hombre o mujer no. Mierda.

Estamos aplastando cajas alegremente hasta que alguien nos dice hacia las nueve que nos podemos largar. En la oficina no hay nadie, los jefes se han ido ya. Al día siguiente me entero de que Jenny y su novio no se enteraron y estuvieron hasta las diez dando vueltas por allí recogiendo basura. Pienso que perfectamente podría haber sido yo y me recorre un escalofrío. La organización, mejorable.

sábado, 24 de junio de 2017

ROYAL HIGHLAND SHOW III

Molida, escribo esto mientras duermo.

Me tocan unos baños que parecen el aeropuerto de Nueva York en los días previos a Acción de Gracias; no he visto un flujo de gente igual. Mi compañera es una escocesa rubicunda de pelo rojo y crespo que parece sacada de la aldea más profunda de Escocia y habla como un Klingon comiendo polvorones. Lo que es nada. No la entiendo en absoluto. Le pido que repita y repita hasta que me rindo. Ruego porque en ningún momento me diga que hay una fuga de gas y tenemos que salir pitando. Asiento, exclamando “Ah”  de vez en cuando para aportar un poco a la conversación.

Hay un momento de descontrol absoluto cuando los organizadores deciden dejar que los hombres entren en nuestro baño mientras arreglan una fuga o no sé qué en el suyo. El cachondeíto es monumental. Ellos entran bromeando ¡y la mayoría no se molesta en cerrar la puerta! Claro, su servicio es una especie de abrevadero común donde todos orinan en alegre hermandad, y encontrarse ahora con una taza individual y una puerta los descoloca, no son capaces de usarla.

Limpiamos baños como si el futuro de la raza humana dependiese de ello. A las nueve de la noche parezco una autómata, pero no dejo de pasar el paño. No creo que pudiese, pienso que he encendido algún tipo de automático. Wanda, (creo que se llama Wanda, a saber) sale media hora antes, me pregunta si estaré bien sin ella. Esto lo entendí porque dijo “You OK?”, sería difícil desvirtuarlo tanto. Aunque a lo mejor me dijo que se largaba y que ahí me pudriese.

Cuando llego a casa, estoy tan reventada que al salir del baño olvido que hay tres escalones y me los como. Sólo mis reflejos felinos me salvan en el último momento de dejarme la cara grabada en la moqueta de Bill. Pero me alegro de que no me haya visto nadie.

jueves, 22 de junio de 2017

ROYAL HIGHLAND SHOW II

El viernes nos cambian de grupo. Alan no está de acuerdo con el cambio y se marcha. Me da mucha pena, me caía bien. Estamos con otro supervisor. Es un tipo rarete, risueño, con una bolita de moco permanente en una de sus fosas nasales (que no sé si es siempre la misma o la va reponiendo), que canta y se ríe mucho. Es muy agradable conmigo, no me puedo quejar. Pero sí, es rarete.

Me suelta frases en español, algunas con más acierto que otras, pero no voy a ser yo quien se ponga ahora crítica con cómo habla alguien una lengua extranjera.

Al menos sigo en el grupo de Thomas, quien está muerto de hambre (“storrrving”). Como falta mucho para el descanso, le ofrezco mi barrita de cereales. Me pregunta si tengo más, y cuando le digo que no, la rechaza, diciendo que es para mí. Insisto y al final acepta, agradecido. Creo que he hecho un amigo.

Las mujeres que entran y salen del baño me dicen todo el tiempo "Thank you" y alguna incluso me hace un comentario sobre lo limpio que está todo o que se admira de que esté sonriendo todo el tiempo. Son muy consideradas y agradables. Eso hace todo más fácil.

Aparece otro chico para limpiar con nosotros un rato. Tiene un poco de retraso y es muy amigable. Como siempre, me excuso cuando le he preguntado por quinta vez que qué dice, explicándole que soy española y acabo de llegar, etcétera. Me dice que a lo mejor acabo con un escocés. E inmediatamente añade "I'm free". Jolín, y justo esto tengo que entenderlo. Luego me pregunta la edad, diciéndome él la suya: 34 años. Cuando le digo la mía, primero no se lo cree, pero creo que al final se convence. Porque desaparece y no lo vuelvo a ver.

miércoles, 21 de junio de 2017

ROYAL HIGHLAND SHOW I

Al final Adam me confirma que hago el turno de tarde. Nos dice que el tráfico es horrible, así que nos pide que vayamos con tiempo. No quiero repetir el numerito del otro día, así que salgo con dos horas de antelación. El Royal Highland Show se celebra en una zona cerca del aeropuerto. Ni idea de cómo llegar. He mirado en Google Maps y tengo mi ruta.

Odio Google Maps. Cuando creo tenerlo todo claro, busco el autobús que me ha de llevar cerca. Luego tendré que andar unos 15 minutos por carreteras y a saber qué caminos. El Maps de las narices me dice que lo tengo que coger en Lothian Road. Cuando consigo encontrar esa calle, después de que una señora descifrase lo que le intentaba decir (se pronuncia “Loudien”), no encuentro ese bus en ninguna parada. Pregunto a otra señora, me manda a Princes Street. Entre la mujer y Google Maps, decido creer a la mujer. Veo el Airlink 100 que me tiene que llevar. En Princes Street. Señora 1-Google Maps 0. Corro como una desesperada y consigo subir. Una vez he pagado y el vehículo se ha puesto en marcha, veo que el autobús que va justo delante dice “Royal Highland Show”. Cara de tonta es poco. Le pregunto al conductor “¿Ese autobús va al Royal Highland Show? “No, guapa, va a Liverpool. ¿Tú qué crees?”. (En realidad, sólo me dijo “Sí”). Me contengo para no decirle “¡Sígalo!”, como en las películas de acción, y aguanto como si me estuviera haciendo pis hasta que se detiene en la siguiente parada. Bajo zumbando y corro al 98, que luego descubro que es un bus que habilitan sólo para esos cuatro días. Cagándome en Google Maps y en la madre que parió a su creador.

Llego a la feria a la una menos diez. Adam nos había citado a las dos. Pienso que a lo mejor está por allí y le mando un mensaje: “Puede que me haya pasado. Ya he llegado”.

Me llama riendo. Me dice que ha tenido un día muy largo y difícil y mi mensaje le ha hecho reír. Me da las gracias por ello. Y que me vaya a la puerta principal donde a las dos habrá alguien del equipo. Que mientras disfrute del sol. (¿Del qué?) Que lo llame cuando entre para que sepa que todo va bien. Y me vuelve a dar las gracias. Muerto de risa.

No quiero decirlo muy alto, pero al menos no llueve. Porque aquí no hay dónde resguardarse. Cruzo los dedos, porque en cuanto he pensado esto se ha levantado viento y se ha nublado.

Encuentro a la chica, entro, mando mensaje a Adam como me ha pedido, diciéndole que no me he perdido entre la entrada y la puerta, y me responde “Bien hecho”. Probablemente sorprendido porque haya sido capaz de hacerlo.

Nos dan los uniformes. En mis pantalones, que son de la talla más pequeña, caben dos como yo y se me caen todo el tiempo. Menos mal que la camiseta y el chaleco son igual de enormes y me tapan el culo. Y lo que no es el culo.

Nos reúnen a todos y una mujer empieza a darnos indicaciones. Sólo me entero de que si hacemos algo que no he entendido, nos despiden. Bien. Nos dividen en grupos, con un supervisor en cada uno. El mío es un tipo calvo, grueso, enorme, con un vozarrón profundo que nos da la mano a cada uno mientras nos pregunta los nombres. Él se llama Robert. Soy la única chica del grupo: los otros son un chico joven del que no recuerdo el nombre porque desapareció después del descanso, al que no entiendo: un hombre mayorcete con pinta de pillo y el brazo tatuado que se llama Alan y al que no entiendo; y otro hombre bajito, de rostro curtido, llamado Thomas y al que no entiendo. Realmente dudo que hablen inglés, pero ellos parecen entenderse.

Acojonadilla, sigo a mis compañeros. Nos tocan los baños de una zona. Para limpiar sólo disponemos de papel higiénico. No es coña. Pruebo a averiguar si nos van a traer algo más, pero la comunicación entre Robert y yo no fluye. Le explico que acabo de llegar y no controlo el idioma. Intento entender lo que me dice. Él intenta hacerse entender. Los dos intentamos no llorar.

Pero Robert resulta ser un buen tipo. Es comprensivo conmigo y de vez en cuando me pregunta si estoy bien, sobresaltándome con ese vozarrón: “DJEMAAAA, are you OK?”

Me hago un guante con el papel higiénico y empiezo a pasarlo por el lavabo, a recoger papeles tirados, etcétera. Van llegando materiales: ¡una escoba!! Me pongo a bailar por el baño hasta que me doy cuenta de que no hay recogedor.  Se lo digo a Robert, quien, impasible, corta la solapa de una caja de cartón y me la da. Qué narices, la acepto como si fuera el Santo Grial. Será mejor que recoger con las manos.

No sé cómo se reponen los rollos de papel para secarse las manos, el cacharro tiene unos rodillos infernales con los que he probado todas las combinaciones, pero el papel se corta continuamente. No sé cómo se repone el dosificador de jabón. No sé cómo abrir los portarrollos del papel higiénico. Robert, con paciencia, me va explicando. Lo que pasa es que él no quiere entrar en el lavabo de las mujeres mientras haya mujeres (que es todo el tiempo), por lo que me da indicaciones que por supuesto no entiendo para que yo lo haga. El portarrollos necesita una llave especial, ya podía yo darle tirones y golpes… Cuando me la dan, me siento poderosa.

Empieza la maratón de ocho horas limpiando baños, con media hora para comer que se nos va en llegar a la oficina y volver. Robert nos da el primer turno de comida a Alan y a mí. Cuando nos vamos, le grita a Alan: “Take care of the lass. She’s a top-class worker”. Me hincho como un pavo. Por lo de "lassie". Me ha llamado "muchacha", angelito.

Alan es un prenda que se va echando traguitos y fumando pitillos a escondidas (está terminantemente prohibido), y que dice “fucking”, “bastard”, “fucking crazy” y “fucking bastard” todo el tiempo. Le digo que llevo quince días aquí, y cuando me pregunta que con quién he venido y le digo que sola, me dice, admirado, “You’re fucking brave!!”

Y Thomas, cuando le digo que quiero vivir en Escocia me pregunta, extrañado: “¿Por qué?”. Como si le hubiese dicho que quiero vivir en una plataforma petrolífera.

Tras el descanso, sigo limpiando los dos baños de mujeres. Robert se disculpa porque al ser el único miembro femenino del equipo, me los tengo que comer enteros yo solita. Me dice que estoy haciendo un trabajo estupendo y que me coja unos cinco minutos, que dé una vuelta por ahí…

Cuando la cosa se tranquiliza un poco y la mayoría de los visitantes se va, Robert, Alan y Thomas se van detrás de los lavabos y me dicen que los siga. Es su escondite para fumar. Se empiezan a liar pitillos y Robert me pregunta si fumo. Le digo que no. Si bebo: le digo que no. Si tengo sexo: le digo que no pregunte. Se ríen y empiezan a bromear a la vez. Ahora me alegro de no entenderlos. Me miran cómplices mientras se ríen, como invitándome a unirme al jolgorio. No los entiendo de uno en uno, los voy a entender hablando a la vez. Así que se lo explico, de manera algo desafortunada: “Perdonad, pero no puedo con los tres a la vez”. Thomas lo coge al vuelo: “Talking, you  mean”. Robert, piadoso, intenta reconducir la situación: “Sorry, Djemaa, we’re just cheeky Scottish guys”. Digo que no pasa nada. Y es verdad.

Volvemos al trabajo. Se acerca la hora de irnos, pero cada vez que pensamos que hemos acabado, Robert recibe un mensaje sobre un nuevo baño que necesita ser limpiado. Vamos corriendo de un lado a otro del recinto. Los “fucking” de Alan van en aumento. Al final, limpiamos todos los baños de las 3000 hectáreas cúbicas que tiene la feria y nos vamos. Robert me vuelve a dar las gracias y me dice que he estado brillante. Yo le doy las gracias por su paciencia, pero él insiste. Entre lo de la llave del portarrollos y esto, no se me va a poder hablar a partir de ahora.

Último reto del día: volver a Edimburgo a esas horas desde ese sitio. Miré en Google Maps, pero… De todos modos, parece que Ed Harris se lo ha estado pasando tan bien conmigo que decide echarme un cable: tengo la suerte de que Alan y Thomas van para Edimburgo, ¡y Alan vive en mi barrio! Nos lleva hacia el tranvía mientras él y Thomas van escupiendo regularmente en el borde del camino. En el tranvía voy escribiendo esto. Thomas me pregunta qué hago y cuando se lo digo, quiere saber si él sale. Alan me dice "You're..." (sí, "fucking crazy")

Al llegar a Edimburgo, Alan empieza una carrera extenuante por sus calles. Tiene prisa porque mañana tiene otro turno a las cinco de la mañana y está deseando acostarse. Le digo que he tenido mucha suerte de ir con él, porque no sabía cómo iba a volver. Me dice que la suerte la ha tenido él, mientras se lía un cigarro. En el fondo es un sentimental. Cuando llega cerca de su casa, me pregunta dónde vivo yo. “¿Estás cerca? ¿Te acompaño? ¿A cuánto estás, a 2 minutos, a 10 minutos? Te acompaño, no me importa.” Le digo que estoy al lado, agradecida. Insiste, quiere asegurarse de que estoy bien. Le digo que no hay problema.


Llego a casa cansada y muy contenta por los compañeros que he tenido. No son la sofisticación personificada, pero han sido estupendos conmigo.

martes, 20 de junio de 2017

MUSTIA

Entro en Primark. He intentado averiguar cómo se pronuncia, pero ni ellos mismos se ponen de acuerdo: unos dicen “Prímark” y otros “Práimark”. A ver si la BBC interviene de una vez. Aprovecho para ir al baño y de paso bebo agua del grifo. El agua aquí es deliciosa y fresca. Pensando en lo buena que está, mi vista se detiene en un cartel que dice “Don’t drink the water”. Escupo rápidamente la que aún no he tragado. Primer patón y no son ni las diez y media de la mañana.

Por la noche, quemo la sopa de Bill. El círculo se cierra.

He pasado todo el día esperando que Adam me confirme mi turno. Le mandé un mensaje pidiendo hacer el de la tarde en vez del de la mañana, porque a esa hora no había autobuses, pero no ha contestado. Claro que teniendo en cuenta la imagen que ofrecí ayer, no sería raro que no volviese a saber de ellos.

También había escrito a un antiguo compañero de trabajo (con el que coincidí pocas veces, para ser sincera) que vive aquí, explicándolo quién era, diciéndole que estoy en la ciudad, que si se entera de algo… No me ha contestado. Todos los hombres son iguales. Todos los británicos son iguales. Me pongo a aullar a la luna. Que a saber dónde está, porque desde que he llegado no he visto ni una sola estrella ni una sola luna. Las nubes no me dejan.

Mejor me acuesto.

lunes, 19 de junio de 2017

ENTREVISTA DE TRABAJO II


Hoy tengo una entrevista de trabajo. En realidad, creo que ya me lo han dado y voy a concretar con ellos. Es que me llamaron por teléfono mientras estaba en un centro comercial y no me he enterado muy bien. Sí sé que es para un empleo de "Litter-picker", recogiendo basura en el Royal Highland Show, una feria de ganado.

He mirado cien veces en Google Maps cómo llegar a la agencia, y voy con tiempo. Decido comer en mi comedor favorito: en el césped de Princes Street Gardens, mirando el monumento a Scott.


Voy a Marks & Spencer a por algo de comer. Me pierdo dentro del centro. Tiene plantas, medias plantas donde sólo puedes acceder por escaleras pero no por el ascensor, yo qué sé... Cometo el error de coger el ascensor, que me deja no sé dónde y empiezo a subir y bajar por escaleras mecánicas, escaleras manuales, lianas... Y no encuentro la maldita salida. No hay problema, voy con tiempo suficiente a la entrevista. 

Si no me pierdo, claro. Y he vuelto a confiar en Google Maps. Y no me veas las indicaciones:


Veis el cachondeíto con Crichton Street, ¿no? Gira hacia la izquierda, luego a la derecha, a la izquierda otra vez, ahora a la derecha... ¡En la misma calle! ¡He pedido indicaciones de cómo llegar a un sitio, no la coreografía de la Yenka!

Y pasa lo que tiene que pasar: me pierdo. Jolín, si me he perdido en el Marks & Spencer, esto estaba cantado... Pero voy con tiempo. Hasta que ya no voy con tiempo, y me pongo a preguntar a todo el mundo como una loca. Con una dificultad añadida, el nombre de la calle donde está la agencia: Buccleuch St. Que no tengo ni idea de cómo se pronuncia, pero que saliendo de mi boca da la impresión de que voy a vomitar. Y nadie me entiende. Enseño el papel, pero tampoco ayuda mucho. Busco en mi Smartphone el teléfono de Adam, el reclutador, cuando ha pasado un minuto de las dos. Otro día hablaré de la tensa relación entre mi Smartphone y yo. Mientras corro por una calle que por lo visto luego cambia de nombre y es la que busco, intento encontrar el teléfono de Adam. Pero me entra una llamada. Es él, preguntando dónde estoy (llego 2 minutos tarde). Le digo, sin aliento, que no sé dónde, pero sé que estoy cerca. Me va a dar indicaciones, pero le entra una llamada a él, me dice que me deja y ahora me llama. Mientras encuentro la calle, pero ahora no encuentro el número. Ningún edificio tiene números. Y los que lo tienen están ordenados de una manera caprichosa. Como aquí no usan el sistema decimal, será que los números de las calles también tienen su propio sistema.

Entro en un pub para preguntar, y mientras hablo con el señor, me entra otra llamada de Adam. Me indica, mientras el señor del pub me indica también. No me entero de lo que me dice ninguno de los dos. Salgo del pub y me entra una llamada de mi madre. Le digo que entro a una entrevista de trabajo, que la llamo luego. Me llama mi hermano, le digo que entro en una entrevista de trabajo, que lo llamo luego, mientras sigo buscando la dichosa agencia. Llamo a una puerta que no tiene placa ni número ni picaporte, a lo mejor es una entrada a una dimensión alternativa. Entro apresurada, sudando, pregunto, y en efecto, allí hay un chico y una chica sentados y otro chico, sentado a una mesa, que me dice que es Adam. Me disculpo mientras intento apagar el Smartphone para que no me entren más llamadas. Adam me dice que me siente junto a los otros, tranquilizándome amablemente. Empieza a explicar las condiciones laborales. Intento entenderlo, aunque su inglés es bueno. No será escocés. Suena mi teléfono. Es Kevin, mi intercambio irlandés. ¿No está trabajando ahora? Además, ¿no había apagado mi móvil? Ah, no. Parece que olvidé darle a "Confirmar" Cuelgo rápidamente mientras me acuerdo de la madre de Ed Harris. Luego me entero de que por lo visto he sido yo quien ha llamado a todo el mundo y me estaban devolviendo las llamadas. Maldita sensibilidad táctil. 

Creo que ya no puedo empeorar mi imagen. Ah, sí puedo. Cuando los otros chicos se van y Adam me da la ficha que ellos rellenaron antes porque no se perdieron, veo que tengo que indicar mi número de móvil. Aún no me lo sé. Enciendo el teléfono viejo para ver mi contacto. Al ir a buscar el teléfono, tiro el bolígrafo al suelo. Al ir a recoger el bolígrafo, tiro la hoja de inscripción al suelo. Estoy yo por tirarme por la ventana, pero es un bajo. Y con la racha que llevo, seguro que calculo mal y me empotro contra la pared.

Escribo mi número en la ficha y apago rápidamente el móvil viejo, no sea que me llamen de la Galería del Coleccionista. Ahora me piden una persona de contacto. Pondré a Bill. No me sé su número. Enciendo el Smartphone para buscarlo y lo apago rápidamente, rogando porque no me entre ninguna llamada más (aún no sabía que era yo quien había llamado a todo el mundo). Me cago en todo, ahora me piden su dirección, y no me sé el código postal. Lo tengo anotado en el Smartphone de las narices. Lo enciendo mientras evito mirar a Adam y a la secretaria, rogando porque realmente estén a sus cosas y no me estén observando. No, no deben de estar mirándome porque si no estarían revolcándose de risa. 

Acabo mi juego de malabares con móvil viejo, Smartphone, ficha y bolígrafo y me acerco a Adam con la cabeza gacha, completamente agotada.  Farfullo una excusa sobre la falta de código postal de la casa de Bill (porque al final NO lo tenía anotado en el dichoso teléfono). Me dice, cordial, que no pasa nada. Me maravilla su flema, me trata como a una persona normal. ¿Toda esta amabilidad será de verdad? Porque nos ha dado un discurso que me ha dejado escamada (la parte que he entendido, mientras encendía y apagaba móviles). Nos preguntó si éramos diabéticos, alérgicos a algo, si necesitábamos refrigerar alguna medicina... Que si no nos gusta el trabajo y queremos dejarlo en algún momento, que lo entiende, y que si tenemos problemas con alguien, le llamemos y se planta allí para darle un cosqui; que si no estamos de acuerdo con el cuadrante y creemos que nos han pagado de menos, él nos adelanta la diferencia hasta que se aclaren las cosas... Busco la cámara pero no la encuentro.

En fin, que sí era posible superar mi primera entrevista en la tienda. La tercera sale en los periódicos.

Y casi lo olvido: al volver a casa, entro en el baño y pillo a Bill orinando. Farfullo un "sorry" y salgo pitando. Casi me dejo los dientes en mi prisa por subir las escaleras. Luego me llama para disculparse y me dice, riendo, que lo siente, que no sabía que estaba en casa. Díita llevo.

PS: Lo del teléfono no acaba: una vez en casa, recibo una llamada ¡de mí misma!!! 

domingo, 18 de junio de 2017

PORTOBELLO


Vaya día. Paco, mi profe de guión, me dijo que llamase a un amigo suyo que vive en Edimburgo y es "muy buena gente". Así que quedé con Javier, que sí, que será muy bueno y lo que tú quieras, pero vive fuera del mapa. Bueno, Portobello sale en el mapa, pero muy en el borde.

Javier me dice que el bus 26 va a Portobello, pero no pasa por esta zona. Busco en Google Maps y elijo una de las opciones que da. Después de dar vueltas para arriba y para abajo buscando el dichoso autobús, lo cojo. Pero nada más entrar en Portobello se desvía hacia Dios sabe dónde. Porque lo que soy yo, no tengo ni idea. Y como no conozco Portobello, no me doy cuenta de que se ha desviado hasta que me da por mirar el navegador. Primero pienso que sólo se ha salido un poco para coger a gente de otros barrios y volverá a entrar. Luego me doy cuenta de que a este paso voy a acabar en las islas Shetland. Me bajo, confiando en el navegador. Me indica que vaya hacia el norte. Se creerá que soy Magallanes, ¿cómo narices sé yo dónde está el norte? Así que voy como Dios me dio a entender, y está claro que no afinó mucho, porque el navegador y yo nos estamos volviendo locos mutuamente. Me temo que en algún momento salte alguna aplicación que me abofetee mientras me grita "¡TE HE DICHO QUE POR ALLÍ!!!" Aunque me hubiera ido bien.

Desesperada, decido dar media vuelta, admitir mi derrota y volver al cobijo del centro de la ciudad. Me llama Javier, preocupado. Le indico lo que veo, las paradas de autobús que hay por allí... No tiene ni idea de dónde estoy. Muy reconfortante. Le digo que no pasa nada, que me vuelvo para casa, pero me dice que no, que vuelva a la parada en la que me bajé, me pare donde me indica, y él viene a buscarme. Le digo que gracias de verdad, pero que me sabe mal que me estén esperando tanto tiempo, que estoy muy cansada, desanimada, que me he dejado mi insulina en casa... "Que no, mujer, vente a la playa con nosotros, que hay una fiesta y te esperamos, que no es molestia". Sí que es buena gente, mecachis.

Llego a mi parada justo cuando mi autobús se marcha. El otro no pasará hasta dentro de 20 minutos. Miro hacia arriba buscando a Ed Harris. Mientras espero aprovecho para escribir esto.

Llego a Portobello de nuevo. Al ir a llamar a Javier veo que la batería está al límite y el saldo también. Con el sofocón que le he dado a la chica de Google Maps los he fundido.

Al menos tengo la oportunidad de ver la playa, Ojalá pudiera bañarme (hoy hace calor), pero con el día que llevo, seguro que hay un tiburón blanco que también se ha despistado con Google Maps y ha acabado aquí con un hambre y una mala leche similares a los míos. No me la juego.

Al final encuentro a Javier, a Rocío, su mujer, y al pequeño Máximo, que es muy gracioso. Están con otra amiga española, María. Paco tiene razón, son encantadores. Tanto, que cuando me voy a marchar me ofrecen su casa mientras ellos se van de vacaciones a España, del 3 al 27 de julio. "Si no vamos a estar, qué más nos da, mujer. Así no tienes que preocuparte durante unas semanas del alojamiento. y nos riegas las plantas". Mi corazoncito, que la chica de Google Maps había endurecido hasta casi quebrarlo, se ablanda con la generosidad de esta gente. No sé qué decirles. Respondo que seguiré buscando trabajo y alojamiento, pero es un buen plan B. Rocío me dice que ni plan B ni nada, que cuente con ello y después ya me busco otra opción.

Hay gente maja en el mundo.

PS: Hace unos días vi que al lado de donde vivo hay un bus que lleva a Portobello. Si oísteis un grito sobrenatural el 25 de junio hacia las 20:30 h era yo cuando lo descubrí.

viernes, 16 de junio de 2017

TERCEROS DÍAS


Voy al Royal Bank of Scotland para intentar abrir una cuenta de banco. No me ponen problemas. Y si me los han puesto no me he enterado, porque no entendí la mitad de lo que me decían. Creo que el lunes tengo que ir a la central para hacer el trámite. 

Al final llamé a Kevin, el irlandés del intercambio, para seguir practicando. Eso sí, con las debidas precauciones: a mediodía, en el centro de la ciudad, con mi spray de gas pimienta, y habiéndole hecho una foto disimuladamente para enviarla a la Interpol junto con el vaso que él usó la noche del intercambio. Nunca se es lo suficientemente prudente.

Vamos a un café muy acogedor. Tanto, que viene un perro a recibirnos y se sienta a nuestros pies mirándonos dulcemente. Pregunto a Kevin si esto es normal y me dice que sí. Pienso en el puro que les caería a los de la cafetería por tener animales en un establecimiento de comidas en España, pero me siento a gusto, y el Cocker Spaniel también parece estarlo. El chocolate caliente está terriblemente dulce, y me temo que eso también es normal por estas latitudes. Apunto mentalmente atenerme al té, que es lo que mejor manejan. Pero la cafetería es muy agradable y es fácil entender a Kevin. Tengo que buscar a escoceses cerrados o no aprenderé nunca.

Yendo a imprimir más CVs, me suelto y me atrevo a cruzar en rojo. Quizá no debería decir esto porque mis padres pueden estar leyéndolo. Pero tengo una vida que disfrutar, y no puedo ver cómo se escurre entre mis manos esperando en los semáforos de peatones de Edimburgo. (Ya he comentado algo sobre el tema antes). Lo curioso es que los coches también me dan la sensación de estar detenidos la mayor parte del tiempo. Parece que todo el mundo está parado siempre aquí. Raro.

Pero qué es esperar media hora cada vez que tienes que cruzar un semáforo si estás en esta ciudad. Respirando aire puro y fresco, rodeada de verdor y agua por todas partes, con músicos callejeros que deberían estar tocando en las mejores salas de conciertos...

Tengo dos semanas para encontrar trabajo y alojamiento. Y pese a esa presión, creo que jamás me he sentido mejor. Nunca fui más feliz en una situación de incertidumbre. Esta ciudad es realmente mágica.


jueves, 15 de junio de 2017

RAINING CATS AND DOGS


Hace un día precioso y me voy a entregar CVs. Cuando he dado dos y voy a la búsqueda del tercer sitio donde he visto un anuncio de empleo, empieza a llover. Cats and dogs, zebras and dinosaurs. Primero sigo andando tranquila, como si no fuera conmigo, esperando que sea una nubecilla que desaparecerá pronto. Las narices. Tengo que refugiarme en un centro comercial, calada. Doy un paseo por el establecimiento hasta que me convenzo de que ya no llueve tanto. Desde dentro parece que ha amainado. 

En el Canal de la Mancha, será. Porque aquí sigue cayendo a mala idea. Para hacerlo más entretenido me meto por una calle en obras, sin acera, y tengo que volver hacia atrás hasta encontrar la forma de cruzar. Un obrero desde el otro lado me indica dónde hay un hueco; parece preocupado por esa guiri inútil que no sólo se está calando si no que va a conseguir que la atropellen. Le doy las gracias cálidamente. Es un decir, porque estoy helada. 

Decido que la entrega de CVs seguirá mañana, parece que hoy no va a parar de llover y de todos modos estoy empapada. En la parada del autobús los asientos están vacíos. Hay una ancianita sonriente esperando de pie. Muy británica, con boina de cuadros, calcetines y sandalias, y un moño flojo. Me voy a sentar, pero le pregunto antes que si quiere sentarse ella, aunque cabemos las dos de sobra. Sonriente, me dice que no, que prefiere dejarlo libre para alguien que lo necesite... ???

Cuando llego a casa y me cambio de ropa deja de llover y empieza a brillar el sol.

miércoles, 14 de junio de 2017

INTERCAMBIO LINGÜÍSTICO


Hoy estaba un poco bajilla porque intenté mandar un CV a una biblioteca donde era tan difícil meter toda la información que te pedían que al final lo dejé a medias. Probé a entregar curriculums en librerías y me dieron largas, (muy amablemente, eso sí). Estaba agobiada porque sólo me quedan dos semanas de alojamiento, y por tanto para encontrar un trabajo...

Y al pasar por Princes Street Gardens, el entorno y la música de un grupo que estaba tocando allí me hicieron conectar de nuevo, recordándome por qué estoy aquí. Ya sé lo que tengo que hacer cuando me sienta mal: irme al corazón de esta ciudad y recargarme con su magia. Al menos en verano.

La experiencia en la tienda me ha hecho darme cuenta de que los escoceses necesitan aprender inglés. Pero como va a ser difícil convencerlos a todos he decidido ser yo quien se lo curre. Con Bill y Georgia no hablo demasiado, y de todos modos, ellos sí hablan inglés de verdad. Así que me he apuntado a un intercambio lingüístico que se hace en un bar. He descubierto una web genial, Meetup. Hablo sobre ella en "Tips Edimburgo"

Antes de entrar en el pub me asaltan los viejos miedos de hablar con gente desconocida. Pero cuando pregunto en la barra y me indican dónde están los del intercambio, dejo de preocuparme por ello. El fuerte olor a pis que sale de esa zona me distrae de mis temores, bendito sea. No distingo con claridad si es humano o de gato, pero si tuviera que apostar, lo haría por lo primero. Tampoco diferencio si proviene de la silla en la que me acabo de sentar o de algún otro punto. Espero que sea lo segundo.

Intento adormecer mi pituitaria y empiezo a hablar con el único señor que ha aparecido. Dice que la gente empezará a llegar más tarde. Maldigo mi legendaria puntualidad cornellanense.

No pasa nada, van llegando los demás y se hace un grupo animado. Me voy soltando y me alegro de haber ido, aunque me preocupa que mis compañeros crean que soy yo la que huele a pipí. Quizá ellos tengan el mismo temor.

Estoy entre un chaval escocés realmente tímido, que no te mira al hablar, y un irlandés muy conversador. Parece que la fama de esta gente es merecida. El chaval se va al poco rato y cuando me voy a ir yo, Kevin (el irlandés) me da su teléfono para que lo llame y sigamos hablando.

Me voy a casa contenta de haberme decidido a ir y dispuesta a seguir relacionándome con los locales. Lo necesito como el comer.

martes, 13 de junio de 2017

BUSCANDO TRABAJO EN INTERNET


La rapidez con la que ha ido mi experiencia en la tienda contrasta con lo enrevesado que es mandar un CV a una oferta de trabajo por internet aquí: en la mayoría te hacen rellenar un formulario de un terabyte con algunas preguntas surrealistas, como "raza". Aquí se abre un menú desplegable con opciones como "Blanco irlandés". Esto es totalmente cierto. El eslogan tan bueno que se están perdiendo las marcas de detergentes: "Ariel deja su ropa blanco irlandés".

Así que apuntarte a una oferta de trabajo por internet aquí no es como en España, donde generalmente sólo hay que adjuntar el CV y una carta rápidamente para que el empleador los ignore con la misma rapidez. Por lo que si vais a postular, aseguraos de que habéis ido al baño antes, haced acopio de barritas energéticas y no olvidéis hidrataros regularmente.

No tiene nada que ver, pero no voy a abrir una entrada para esto. Black Cat ha decidido dar un paso más en nuestra relación y se ha metido en el baño conmigo, observándome desde lo alto de la bañera mientras me lavaba los dientes. Esto promete.

lunes, 12 de junio de 2017

ENTREVISTA DE TRABAJO I

Esta mañana empiezo la odisea de los CVs. La primera parte es imprimirlos. Aquí no hay muchas copisterías y por lo visto son muy caras. Así que lo primero es buscar en San Internet, Bendito sea. Descubro que al parecer la más barata está en St. Mary's Street, y allí que me voy. Por el camino me detengo en otros jardines espectaculares, Dean Gardens. Pongo foto que sé que lo estáis deseando.

No, no es el Parque Nacional de Monfragüe.
Son unos "jardines" en medio de la ciudad

Por suerte, la calle de la copistería está muy cerca del corazón de la ciudad, cruzando la Royal Mile (que es la calle que lleva al castillo). Allí imprimo unas copias por 5 peniques cada una, y justo al salir encuentro una tiendecilla de comestibles minúscula donde piden personal. Decido estrenar uno de mis CVs, con muy pocas expectativas. (Perdonad, que el gato está llamando a mi puerta. Ya que se ha tomado la molestia de subir las escaleras voy a abrirle)

Le pregunto a la mujer de la tienda si puedo dejarle un CV, dispuesta a que me dé las gracias y me diga que ya me llamarán si eso, como es norma en España. Pero me deja boquiabierta cuando me empieza a hacer preguntas: si tengo flexibilidad horaria, de dónde soy, qué nivel de inglés tengo, si he trabajado en una tienda antes... Con la sorpresa de que no haya tirado aún mi CV a la papelera intento contestarle en un inglés decente que en realidad haría olvidar el de Ana Botella. (Perdonad, que ahora el gato quiere salir, voy a abrirle). Le digo que no he trabajado nunca en una tienda y que no sé usar una caja registradora. Me pregunta si aprendo rápido. Después de media hora pensando en la respuesta, respondo que no, y que a qué vienen tantas preguntas. Quiere saber si puedo ir mañana a las 13 h a hacer una prueba y ver cómo me apaño, que será una media hora o cuarenta minutos. Le espeto que quién se cree que es. Me explica que ella no estará mañana, que estará el jefe, y me lo presenta. Muy agradable también.

Al día siguiente decido darle una oportunidad al pobre tipo y me presento, puntual.  No sé si he dicho antes que la gente de Edimburgo que me estoy encontrando no tiene un acento muy cerrado y más o menos la voy entendiendo. Pues bien, me encuentro al primero que sí tiene acento cerrado. Steve es muy agradable, pero no entiendo prácticamente nada de lo que me pide que haga. Lo que es muy embarazoso si lo que te está diciendo es simplemente que saques las chocolatinas de una caja y las vayas colocando ordenadas en el estante. De las chocolatinas. Lo voy haciendo, disfrutando de lo bien que huele esa zona. Me dan ganas de hacer la escena de Alfred Molina en "Chocolat". Pero no creo que me contratasen si lo hiciera. 

Luego tengo que plegar las cajas de cartón y llevarlas al almacén. Después hay que poner los precios a las cervezas y colocarlas en la nevera. Me pongo a temblar recordando el sabio consejo de mi hermano Fredy: "Intenta romper cosas baratas". No sé cómo demonios va el cacharro de poner los precios. Steve, muy agradable, me dice el truco. Intento hacerlo como él y con el ímpetu casi me cargo el trasto. Decido contener mi entusiasmo y con mucho cuidadito me entrego a la tarea. Con tanto cuidadito que seguramente para cuando acabe el trabajo los precios habrán subido, pero tengo pavor de romper una botella.

Ahora, las latas. La tienda es tan pequeña que no hay hueco para todas. Steve me va ayudando a encontrar el hueco, e intentando colaborar yo, le espachurro la mano con un pack de 6 cervezas. De medio litro cada una. Creo que el trabajo ya es mío.

Sigo haciendo el gamba hasta que Steve, probablemente temiendo que le destroce la tienda, me anuncia que ya me puedo ir, que muchas gracias. Me acompaña a por mi abrigo y mi mochila y me pregunta qué voy a hacer el resto del día. Le digo que voy a seguir entregando curriculums, se ríe de cómo pronuncio "deliver" me pide que lo diga otra vez, se vuelve a reír y me dice que ya me llamará, si eso (ahora sí), comprobando que tiene mi CV. Le digo que deje de hacer el paripé y me dé el contrato para firmar ya. Me voy de la tienda con la satisfacción del trabajo bien hecho.

domingo, 11 de junio de 2017

EL TIEMPO

Hoy no ha parado de llover pero he salido a investigar un poco. Incluso con el frío y la lluvia esto me parece bonito. A lo mejor después de un mes de lluvia constante me parece menos encantador. Es increíble que hace unos días estuviera asada de calor en Sevilla. Aquí hace fresquis tirando a frío de narices. Me recuerda un poco a la Bretaña francesa: tienes que salir con paraguas, gafas de sol, abrigo y manga corta, porque vas a necesitarlo todo. En ocasiones, incluso a la vez. Por suerte eso es únicamente en verano: creo que en invierno es frío, viento y lluvia durante 8 meses seguidos.

Me acuerdo de una frase que dicen aquí: "No existe el mal tiempo, sólo la ropa equivocada".

sábado, 10 de junio de 2017

SEGUNDOS DÍAS

Con mis zapatillas deportivas, me siento más ligera (como 1 kilo, que es lo que pesan las dichosas Bestard), y recorro la ciudad grácilmente. Hasta que llego a los semáforos. Hay registros de que a Usain Bolt no le dio tiempo a cruzarlos cuando estuvo en Edimburgo. La duración del muñequito verde es imperceptible al ojo humano. A eso hay que añadir el estrés de que nunca sé si estoy mirando para el lado de la calle que debo, así que miro hacia todos los lados como si me persiguiera la policía... Y entonces el semáforo se ha vuelto a poner en rojo.

Otra cosa alucinante aquí son los enchufes. Ahora sé por qué tienen casas tan grandes allí, para que les quepan los enchufes. Son unos armatostes de tres patas, para los que hay que traer un adaptador que no cabe en una maleta de Ryanair. En mi habitación, el ladrón está algo flojo y el adaptador se queda un poquito colgado. Cuando enchufo el ordenador, el adaptador se vence del todo y se desconecta cada dos por tres. No sé cuántas veces he tenido que volver a encenderlo. Escribo mientras con el pie aprieto el enchufe contra la pared. El sueño de un técnico de seguridad laboral.

Proporción real enchufe británico-Tierra
                               
Llevo un descontrol total con la luz solar: a las once de la noche aún no ha anochecido del todo y a las cinco de la mañana vuelve a ser de día... Loquita voy.

Todo me parece muy bonito: las tiendas, los cafés... Los precios son más feíllos.

El barrio donde vivo está a unos veinte minutos andando del centro. Eso sí, todo es cuesta (arriba, siempre arriba), madre de Dios. Me he perdido unas tropecientas veces, pero preguntando se llega a Roma. Y si me despisto me paso y todo.

viernes, 9 de junio de 2017

PRIMEROS DÍAS

Bill, mi casero, es un encanto. Pero me tiene confusa: cada vez que le digo que vamos a organizar los libros (que se supone que es mi trabajo a cambio del alojamiento), o que voy a pasar la aspiradora, o a sacar la basura, me dice que no hace falta. He hecho alguna comida por la noche, pero seguramente preparar cenas que rozan el límite de lo incomestible no es suficiente como pago de una habitación, comida, agua, luz, internet... Temo que el día que me vaya a ir me salga con que tengo que donarle un órgano. O un pack.

Bill tiene dos gatos: Black Cat y Grey Cat. Black Cat es muy mimoso y me visita regularmente en mi habitación. Ya he hecho mi primer amigo aquí. Pero no puedo practicar inglés con él.

En España decidí enviar por mensajero una maleta grande en vez de facturarla en Ryanair. Leí en varios blogs que salía más a cuenta. Lo que no decían era con qué empresa salía barato. Así que antes de venirme voy a preguntar a una y alucino con el precio: unos 40 euros. Pero me piden una factura proforma. En casa me pongo a investigar cómo narices hacerla y me surge una duda. Llamo a la compañía y es cuando alucino de verdad. Me atiende un hombre (cuando fui a la oficina había dos mujeres). Le digo que quiero enviar un paquete y me pregunta extrañado "Pero, ¿usted para qué llama, para enviar un paquete?", confundido. "No, llamo a un mensajero para que me hagan un empaste, ¿tú qué crees?" Confirmo el nombre de la empresa pensando que a lo mejor me he equivocado. No, es ésa: la empresa de mensajería a la que acabo de ir. Pero donde se sorprenden porque pretenda hacer un envío con ellos. Le pregunto lo de la factura pro-forma. "¿Factura pro-forma? Pero ¿a usted quién le ha dicho eso?". Pues las dos mujeres que había en la oficina, quién va a ser. No sé quién está más confundido, si él o yo. "Bueno, pues hágala". Todo un profesional. Lo que no sé es de qué. 

Después de eso decido que dejar la mitad de mis pertenencias en esas manos puede no ser la mejor idea. Así que habrá que enviarlas por otra empresa.

Que tarda casi una semana en hacérmelas llegar. ¡Mis zapatillas de deporte!!! ¡Qué delicia caminar con ellas! Hasta ahora no me había dado cuenta de que tenía ampollas en los pies. En mi maletita Ryanair no me cabían los zapatos, así que decidí venir con mis botas de montaña puestas, el único calzado impermeable que tengo. Me daba que en Edimburgo podía llover. Y me han servido lealmente, protegiéndome del agua  (porque llovió), pero patearse una ciudad día tras día con unas botas que pesan medio kilo cada una, cuando yo apenas llego a los 50 pasa factura. Ahora quizá no llegue ni a los 40...


jueves, 8 de junio de 2017

CASA

El barrio de Stockbridge tiene mucho encanto. Y mucho poder económico, probablemente. Me temo que me estoy malcriando; cuando tenga que pagarme el alojamiento dudo que pueda quedarme por este área. Una zona tranquila pero con vida, con un riachuelo que la atraviesa caprichosamente y unos jardines que en España serían considerados parques naturales protegidos. Quiero vivir aquí.

Bill me enseña su biblioteca, orgulloso. Babeo ante la visión de más de 3000 volúmenes, la mayoría sobre la historia de Escocia. También hay joyas como "El salmón en Escocia". No me atrevo a abrirlo porque sé que cuando empiece a leerlo no podré parar, y aún tengo mucho por hacer.

Mi habitación está en lo alto de la casa, accediendo por unas escaleras que harían frotarse las manos a un traumatólogo privado. Estrechas, altas, en curva. Y empapadas de aceite. Cómo disfruté subiendo la maleta.

Es muy pequeñita, pero me encantan las vistas. Y la tranquilidad. Los pajaritos son los únicos que rompen el silencio. Quiero vivir aquí.

Vista desde mi habitación en el barrio de Stockbridge.


Vista Oeste al atardecer. O sea, a las 22:30 h en junio.


Camino al LIDL. Sé que está desenfocada, pero ¿habéis visto qué verde?
Quiero vivir aquí.

Con los días me doy cuenta de que esto no es una casa: es una pista americana. La bañera está subida a una plataforma y para entrar en ella hay que agarrarse al borde y casi trepar. Está tan alta que me tengo que duchar rápido porque me falta el oxígeno. De las escaleritas para mi habitación ya he hablado. Para ir al baño hay que subir otros tres escalones. Los primeros días me pierdo dentro de la casa. No os digo nada cuando salgo de ella. Voy echando miguitas para saber cómo volver a mi habitación.


miércoles, 7 de junio de 2017

LLEGADA

Edimburgo me recibe soleado. Nada más salir del aeropuerto, al subirme al Airlink 100 que me lleva al centro de la ciudad, me encuentro la primera señal de humor británico. (Podría decir el precio del autobús: 4'50 libras). Es un anuncio de cerveza diciendo "¡No nos dirás que vienes por el clima!!!" No, no vengo por esto.

Bill me recibe con los brazos abiertos. Literalmente. Me dedica una sonrisa amplia y me abraza como si se alegrase de verme. Me pregunta cuánto tiempo llevo sin comer: va a ser lo primero que hagamos porque debo de estar hambrienta. Yo le pregunto dónde puedo comprar una tarjeta de autobús. No porque no lo haya entendido, si no porque sólo traigo billetes y sé que en el autobús no dan cambio, así que es importante solucionarlo cuanto antes.

Así que me acompaña a la oficina de Lothian Buses. Una chica con muy buena voluntad intenta explicarnos los distintos tipos de tarjetas y tarifas que tienen. Bill y yo nos miramos como si nos estuviera hablando en cantonés con acento cerrado. No entiendo nada, sólo que todo me suena terriblemente caro. Bill me aconseja pedir cambio y comprar un ticket individual en el bus. (1)

Los autobuses aquí merecen una mención aparte: has de llevar el importe justo (1'60) y lo metes en una especie de huchita. Supongo que tendrán un sistema para contabilizarlo, porque si no cuando lleguemos los españoles no les saldrán las cuentas. Sólo hay una puerta: la que da al conductor. Por ahí todos entran y salen. Mejorable. La gente dice "Hola" al conductor (más o menos normal), pero también se despiden de él, o le dan las gracias cuando salen.

Y lo más alucinante: los viajeros se sientan en los asientos pegados a las ventanillas para no bloquear el acceso a los siguientes viajeros. Se me cae una lagrimita de emoción.

(1) El que quiera hacer el master del uso del bus en Edimburgo, puede leer
http://masedimburgo.com/guias-de-edimburgo/el-transporte-publico-en-edimburgo/

sábado, 3 de junio de 2017

AEROPUERTO

Mi primo Joaquín, que es más majo que las pesetas, insiste en llevarme al aeropuerto. Pero cambia de opinión cuando ve las pintas que llevo: como voy con Ryanair en la maleta sólo me cabe el cepillo de dientes, así que decido llevarlo todo encima: mis botas de 7 leguas (unas Bestard que llevan catorce años protegiéndome de la lluvia, pero que discretas no son), un pañuelo al cuello y un abrigo. En Sevilla, a 40º. 

Así que se echa atrás horrorizado cuando ve lo que va a llevar al lado: él es una figura respetada en la ciudad y no quiere arruinar su reputación. Aterrorizada ante la idea de tener que ir hasta la parada de autobús de esa guisa, lo soborno prometiéndole que le haré trufas de chocolate cuando vuelva. En el fondo es un bendito y al final me lleva. Después de ponerse unas gafas de sol enormes, una gorra y cambiar la matrícula de su coche.

En la entrada del aeropuerto me echa del vehículo en marcha y acelera desapareciendo tras una nube de polvo. Recojo mis cosas del suelo y me dispongo a pasar por el control de seguridad. Esta vez no me pillarán: he separado en una bolsa las baterías de todos los aparatos electrónicos; todo lo metálico; el billete en la boca; las botas en la bandeja; no llevo líquidos, he hecho pis antes de pasar... 

No hay manera. La bolsa donde juiciosamente he apartado todo lo electrónico lleva demasiadas cosas y no pueden diferenciarlas por el escáner. Tengo que separar el contenido en dos bandejas. AENA siempre gana.